Jimin aterrizó en Gimhae muerto de cansado.
Esperó a que sus maletas salieran por la cinta, haciendo nota mental de jamás volver a viajar en clase turista. No podía creer que los asientos fuesen tan incómodos. Una vez afuera, pasó cerca de la fila eterna de quienes esperaban taxis y aquellos que se molestaban en coger el autobús, aquel que hacía demasiadas paradas hasta su casa.
Se recargó en un pasamanos a esperar a su madre. Ella vivía por la puntualidad y él le había mencionado a qué hora estimada llegaría, así que de seguro que ella andaba cerca y no tardaba en aparecer frente a él.
Barajó la posibilidad de tomar su teléfono y enviar un mensaje a Jungkook en aviso de que había aterrizado, sus dedos bailaron sobre las teclas del aparato, pero en último momento, desistió.
Quizás se debiese a las kilómetros y mares que ahora los separaban, pero tras todo el terreno, no estaba seguro de en qué plano se encontraba su relación.
La duda corroyó su estómago, como lo había hecho al salir de casa.
Ellos habían logrado llegar al aeropuerto a tiempo, —de una manera desordenada, arreglándose la ropa en el ascensor y arrojándose dentro del Jeep— para que Jimin no tuviera que perder su vuelo.
Se habían despedido en medio de una multitud yendo en todas direcciones, con bullicio y distracciones varias. Jungkook le había cargado el maletín en el camino, para luego tendérselo y dejarlo marchar como a un amigo cualquiera.
Aunque Jimin habría jurado que Jungkook exhaló al rosarse sus dedos, como si él estuviese afectado por su partida, como si se controlara a si mismo de hacer o decir algo de lo que después se arrepentiría. Fuese como fuese, nada más ocurrió.
Jimin cargó su equipaje de mano hasta la puerta de embarque, resistiendo al impulso de despedirse de Jungkook como realmente hubiese querido. Se detuvo antes de cruzar, resignado a que no le vería por un par de días y la imagen de un Jungkook allí de pie, mirando hacia él fue de pronto devastadora. Se había visto hermoso. Alto, totalmente guapo, su boca con una sonrisa mínima y sus ojos con emociones danzando tras sus iris peculiarmente dorados. No se resistió a lanzarle un beso, claro que una mano cubriendo un lado de su boca. Así era medio secreto, ¿no?
Jungkook solo asintió, obviamente incómodo.
Su pobre Jungkook, siempre tan reacio a las muestras de afecto en público. Incluso de jóvenes, Minie lo recordaba igual.
Se resistía a los abrazos de Yoongi y besos de —para molestia de Jimin— sus novias.
No había mucho que él pudiese hacer ahí o eso creía. De todos modos, no sacaba mucho con pensar en ello, es por eso que lo evitaba.
La camioneta inconfundible de su madre se detuvo en media acera frente a sus ojos, tal como pensó. Ella bajó el vidrio, mientras se le aproximaba.
—Jimin, hijo —ella le llamó haciéndole una seña. Él sonrió feliz de verla. Un par de autos hicieron sonar sus cláxones en protesta cuando ella se apeó del vehículo para ir a abrazarlo y ayudarle con su equipaje. —Jiminah, querido —repitió Park Eun Ji estrujando a su hijo menor entre sus brazos. Le plantó un beso con pintalabios en la mejilla y se apartó. El muchacho sonreía de oreja a oreja, se veía sano y con buen semblante, aunque puede que algo delgado para su gusto.
Más bocinas se unieron a la protesta de los conductores molestos, por lo que, se subieron al vehículo y partieron.
—Mi querido niño, ¿qué tal te ha ido todo? —comenzó la madre de Jimin muerta de curiosa. Ella no era lo que se dice una excelente conductora, así que su hijo procuró contarle todo de manera superficial con tal de que ella no se desviase demasiado del camino.
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En algún lugar del corazón
FanfictionJimin acaba de mudarse a New York. Se ha reencontrado con su mejor amigo de toda la vida, empieza las clases en la mejor escuela de artes del mundo y su cabeza va a la deriva. Después de todo, sólo tiene veintiún años. Jungkook, por su parte, está...