Dieciseis

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La duda persistía, rondaba por su cabeza como si tuviera alguien que se lo recordara a cada segundo. Estaba cansada de la situación y como adulta responsable debía asumir sus actos y afrontar las consecuencias. Eso también lo esperaba de la persona que estuviera a su lado, aunque sabía que era algo generalmente difícil de hacer, y que a veces era más fácil dejar pasar ciertas cosas. Parecían pequeñeces que a la hora de ver la foto completa daban cuenta de lo mucho que afectaban en conjunto.

Para complicar aún más las cosas existía esa pequeña acción, gesto, que aconteció unos días atrás y del cual era imposible dejar de pensar. Piper no podía olvidar ni dejar de sentir los labios de Alex sobre los suyos. Había sido solo un beso que bastó para tambalear su vida. Las cosas con Zelda no mejorarían en ningún futuro cercano, y si ella no dejaba de pensar en Alex menos. Pero a su a vez, si dejaba de pensar en su alumna tampoco eso le aseguraba nada.

Tuvo la suerte de experimentar un amor fuerte y fugaz con la castaña, y por eso estaba agradecida. Zelda fue su primera relación estable y formal, pero todo en la vida tenía un final. En pocas palabras, había llegado la hora de seguir adelante. A Piper se le terminaba de abrir una nueva puerta a la experimentación y la quería aprovechar.

Y no se trataba de poca cosa. La experimentación no tenían que ver con algo simple, sino que la situación con la pelinegra era algo prohibido por donde lo mirase. Era más bien algo extremadamente delicado y no sabía como sentirse al respecto. Piper tenía en claro que quería más, mucho más de lo que había probado ¿pero exactamente cuánto? Pensar en eso le genera temor, y cuanto más lo quería negar más lo deseaba.

Hacía solos unos pocos días que no veía a la pelinegra, entendió que dejar espacio entre ambas sería bueno para aclarar su mente. Pero la realidad era muy diferente y por mas distancia que pusiera, el tiempo no se detenía y tarde o temprano la vería de nuevo.

En ese momento se encontraba sentada en su escritorio dentro del salón vacio, a escasos minutos de que el reencuentro fuera inevitable y su corazón no paraba de latir con fuerza.

¿Estaba bien lo que le pasaba? La respuesta corta y simple era no, por una cuestion ética y moral, la relación profesora-alumna tenía limitaciones que estaban allí por algo, para ser respetadas. Y a pesar de eso, dentro suyo sentía que tenía que insistir y seguir por ese camino, que la moral se la podían meter donde más le gustara porque ella no podía dejar de sentir como mujer.

Completamente ida en sus pensamientos, en una especie lucha interna, a lo lejos escuchó el timbre de ingreso y se le pusieron los pelos de punta. Las palmas de sus manos comenzaron a sudar, y creyo que sería buena idea chequear su agenda para repasar los temas del día y concentrarse en otra cosa pero era en vano.

De reojo comenzó a mirar la puerta de entrada al salón con la esperanza de por fin verla a Alex mientras los alumnos entraban, aunque ella no aparecía aún. En un momento escuchó la distinguible risa de Nichols la cual había oído previamente en un par de ocasiones, y Piper sabía muy bien que donde estuviera la ojimiel, iba a estar la otra.

Pero entonces ocurrió lo inesperado, Zelda ingresó al salón con una sonrisa gigantesca al toparse con su mirada. Piper levantó una ceja desconcertada, mientras la castaña acortó la distancia entre ellas hasta arribar en su escritorio...-Amor, disculpa que interrumpa pero olvidaste el almuerzo- la otra la miró con ternura. A decir verdad, con todo el lío que tenía en la cabeza lo último que había procurado hacer era traer su vianda de comida.

-Gracias Zel-le sonrío sinceramente, y ante ese mínimo gesto la mujer aprovecho la ocasión para apoyar su mano sobre su mejilla y darle esa mirada de enamorada, como si fuera la primera vez que la veía a los ojos. Piper se incómodo un poco, pero no podía reaccionar delante de los presentes.

Dear PiperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora