Treinta y ocho

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Era la segunda vez en su vida que no tenía idea que hacer ni un hogar al que volver. No tenía rumbo alguno, se sentía completamente perdida y sola en el mundo.
La única persona que quería en su vida se había ido ya hacía horas y dolía.

Pensó en llamar a su padre, pedirle algún departamento de los que tenía por la ciudad pero no tenía sentido. Ella no tenía la mejor relación con los Chapman, y llamarlos por ayuda se sentía como una derrota.

La única alternativa que encontró fue pasar la noche en un hotel hasta poder resolver la situación. Subió sus cosas al vehículo y deambulo por las calles hasta encontrar un lugar que aparentara ser decente.

Ya era tarde y comenzaba a oscurecer, significaba que la temperatura descenderia notablemente, por lo que se apresuró a entrar al establecimiento y ordenar una habitación. Le terminaron asignando un cuarto en el tercer piso y pronto subió al elevador para llegar a destino.

Al salir al pasillo, caminó varios metros hasta toparse con la puerta indicada, y al entrar se acostó en la cama. Estaba fisicamente cansada y su cabeza latía de la jaqueca que tenía, se trataba de un dolor molesto e intermitente que la hacía cerrar los ojos. Y en ese preciso moento, estar en silencio con sus pensamientos no era de las mejores ideas que había tenido.

Cada vez que cerraba los ojos veía aquella mirada verde e intensa, y esos labios pronunciando las dos palabras que cualquier persona enamorada quisiera escuchar.

Leerlo escrito en un papel era una cosa, pero escucharlo directo de la fuente era una experiencia completamente distinta. Alex, por más de que aún no cumpliera la mayoría de edad, se comportaba como toda una adulta, y en ese breve encuentro que tuvieron el día anterior -que para ella duró poco en comparación con lo que le hubiese gustado- la joven logró demostrarle sus verdaderos sentimientos.

Era algo abrumador, intenso, pero que al mismo tiempo le generaba la mejor sensación del mundo. Sentirse amada por alguien como Alex se tornaba se sentía algo increíble. Y si alguien le hubiese anticipado al inicio del año que conocería a alguien como la pelinegra, inteligente, por demás hermosa y buena, jamás lo hubiera creído.

Piper al fin y al cabo no había estado buscando nada, al menos no de forma consciente. Creyó que con Zelda lo tenía todo y era feliz, pero no podía estar más equivocada. Quién supo mostrarle de que trataba el amor fue Alex, con la joven entendió de que iban todos esos sentimientos que leía en sus ficciones preferidas. Esas situaciones que solo veía posibles en las páginas de un libro las estaba viviendo en carne propia.

Por que ya no había dudas, no había dilemas ni misterios. Piper estaba enamorada de Alex, no sabia desde cuando, quizas siempre lo estuvo. Alex la hacía sentir completa y si quería dejar de estar en la miseria por no estar a su lado tenía que poner manos a la obra para ir a su encuentro cuanto antes.

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Tienes que volver el Lunes...

Pensar en tener que volver a estudiar, con lo que implicaría ponerse al día con el tiempo perdido, le hacia doler la cabeza. Tenía problemas más importantes que resolver que la escuela.

Despues de almorzar, se recostó en su cama, agotada con los acontecimientos de la última hora. Durmió más que excelente, pero despertarse esa mañana había sido peor que levantarse aterrada de una pesadilla.

Piper descanso en sus brazos por horas y por primera vez en su vida se sintió en paz. Tener a la rubia cerca le generaba una sensación de plenitud, de bienestar que ningún otra cosa lograba darle. Ni siquiera sus libros que era lo que más apreciaba.

Dear PiperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora