Veinticinco

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Después de salir agobiada de ese cuarto de limpieza decidió volver a casa acusando no sentierse bien. En parte era cierto, pero lo que le molestaba no tenía que ver con algo físico, sino más bien con algo intangible, algo anímico. Dentro suyo, una cosa que no identificaba como tal, se rompió al ver a Alex llorar de esa manera. Su estado de animo había quedado por el suelo, y la ganas de ir corriendo a buscar a la pelinegra para abrazarla eran muy fuertes.

Ni bien entro a casa pudo oler un aroma nauseabundo, se trataba de alcohol y algo más. No tuvo que ahondar mucho en una búsqueda ya que cuando quiso entrar a su habitación pudo comprobar la fuente.

—¿Qué paso aquí, Zelda?—la castaña yacía en la cama con la ropa mal puesta, una botella de vodka sobre la mesa de luz y la ropa de ambas tirada por todos lados.

La mujer parecía que había estado durmiendo hasta ese momento, y cuando la rubia encendió la luz pudo apreciar mejor el contexto. Una fotografía de ellas descansaba sobre la cama al lado de la otra, quien además traía todo el cuello de la camisa vomitado. La imagen por si sola era deplorable.

—¿Pipes..?—la mujer intento levantarse de la cama pero era inútil, aun estaba ebria. Además Piper no la quería ni cerca, no solo porque estaba terriblemente enojada con ella sino porque apestaba.

—¡Dios qué has hecho Zelda! Esto es un desastre... —exclamo horrorizada, y tuvo que salir un momento de la habitación porque el olor era insoportable.

Se caía de maduro que las cosas ya no iban para ningún lado, y Piper había estado prolongando lo inevitable. La cuestión era ¿cómo hacerle entender a Zelda, en su estado penoso, que la relación se terminaba allí para el bien de ambas? ¿Y cómo evitar que hubiera alto estúpido como lo que terminara de hacer? ¿A quien podía llamar para que se quedara con la castaña hasta que ella pudiera irse?

Tomó valor, y mucho aire para volver a entrar y con todas las fuerzas del mundo levantar a Zelda meterla en la ducha con agua fría. La castaña de la inconsciencia pasó al grito y luego al llanto.

—¡Sácame de aquí!—gritó, su voz entre llanto y susto.

—Es todo mérito tuyo, Zelda. Si no te comportas como una adulta... alguien tiene que hacer algo...—respondió dando unos pasos atrás.

—Piper... si no me sacas de aquí te juro que...

—¿Qué me vas a hacer? ¿echarme de casa? ¿Dejarme? No te preocupes que por eso estoy aquí— se anticipo. La castaña parecía estar lúcida, tenía que aprovechar la oportunidad. —Zelda, esto se termina aquí. Por el bien de las dos..

—No puedes dejarme, Piper... ¡No después de todo lo que he hecho por ti!—el llanto desconsolador de Zelda probablemente lo escuchaban hasta los vecinos.

—¡Yo nunca te pedí nada Zelda! además creí que todo lo habías hecho por amor... ¿o también mentiste con eso?—su límite estaba pronto para quebrarse, no podía tolerar ni una cosa más.

Zelda la miró con una expresión del odio más puro que jamás vio plasmado en la otra mujer. Le daba un poco de temor, y pena, mucha pena.

—Nosotras ya no podemos seguir juntas, Zel. Lamento que elegí este momento para ponerlo en palabras pero es la verdad...—respiro aliviada del peso que terminaba de quitarse de encima. Y se agachó hasta quedar a la altura de la otra que estaba sentada en la bañera. La miró con compasión, expectante.

—No quieras consolarme con tu psicología barata de profesora de secundaria. Te odio Piper, y ¡no quiero verte nunca más en la vida!— dijo apretando los dientes. Su semblante era calmo pero la ira que llevaba adentro era como un volcán a punto de erupción.

Dear PiperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora