Capítulo 5: "Mi columna es delicada"

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Roy Beckman constantemente experimentaba lo que era querer vivir fuera de su cuerpo en esas ocasiones donde se sentía tan inútil por las críticas de su madre hiciera todo lo que hiciera

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Roy Beckman constantemente experimentaba lo que era querer vivir fuera de su cuerpo en esas ocasiones donde se sentía tan inútil por las críticas de su madre hiciera todo lo que hiciera.

«A mí nunca me sale de esta forma» «Yo no lo hago así» era lo que su progenitora le repetía cada que hacía algo mal, o que, en su criterio, estaba mal. Y él estando seguro de que un error lo comete cualquiera se dejaba llevar a veces por sus palabras y se las creía.

Simplemente le era inevitable sentirse una carga cada vez que su madre repetía lo poco considerado que estaba siendo con ella al no hacerlo todo tal y como ella lo hacía. Roy quería decirle que ambos eran diferentes, que no importaba la manera que se empleara para hacer las cosas, el resultado sería el mismo mientras se esforzara.

Sin embargo, ella se empeñaba en decirle que en su casa se hacía todo como ella lo ordenaba y en la manera que ella demandaba. Por ello, el joven de cabellos revueltos y cara de pocos amigos que espantaría hasta al viejito más cascarrabias de su vecindario, se encontraba afuera de su casa, sentado en las escaleras del porche desde donde no podía escuchar las quejas de su madre.

Había arruinado quizá un poco el arroz para el almuerzo de ese día, dejándolo mucho tiempo en el fogón mientras su madre se había ido por unos segundos a comprar algo de rapidez a la tienda.

Tan solo se había pegado en el fondo, pero eso parecía el fin del mundo para su madre.

Así que allí estaba, mirando hacia la calle con molestia al tiempo que masticaba dulces de goma un sábado a las diez de la mañana y oía a la lejos la olla siendo raspada por la cuchara de su airada madre.

Le provocaba un poco de conflicto interno el que ni siquiera hubiera considerado su intención de querer ayudar, siempre era el desconsiderado, el rebelde y desobediente en casa, pero el más sumiso y colaborador en frente de sus amigas. Y es que sí lo era, Roy hacía todo lo que ella pedía, pero siempre tenía una jodida queja al final.

A causa de eso, las ganas de siquiera intentar ayudar eran casi nulas y poco a poco, se estaba convirtiendo en todo eso que ella le decía.

El castaño rodó los ojos, agotado con sus pensamientos y sacó una gomita de color verde de la bolsita que mantenía dentro del bolsillo en su sudadera, la aplastó entre su dedo pulgar e índice, viendo como volvía a su estado original en forma de sandía antes de llevársela a la boca y notar un camión grande estacionarse en la calle del frente de su casa.

Roy vió con curiosidad como del camión–que parecía de mudanzas–salían dos robustos hombres y se dirigían a la parte de atrás para abrirla. Estos prosiguieron a sacar cajas que lucían bastante pesadas, para dejarlas en la acera de la casa frente a la suya, que, por cierto, se hallaba deshabitada.

Ese recordatorio le confirmó que se trataba de una mudanza. Y vecinos nuevos significaba que su madre iba a querer ser cordial y lo iba a arrastrar con ella para ir a saludarlos con un pastel de manzana. Que maldita tortura.

Mi Chico RevoltosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora