Capítulo 38: "Sermón titánico"

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La profecía de Conan Freeman se había cumplido insatisfactoriamente para él

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La profecía de Conan Freeman se había cumplido insatisfactoriamente para él.

Tal vez se habían tardado más de lo necesario consiguiendo ese batido y tal vez ambos se quedaron hablando demasiado en aquel parque mientras lo bebían, tanto que habían olvidado el límite de tiempo establecido para Conan.

Cuando llegaron  a la casa del rubio, la mirada dura que la señora Freeman desde la ventana le lanzó a Roy fue lo suficientemente significativa como para pensar que esa vez ya estaba perdido.

—El modo en que me mira me hace querer pedirle perdón hasta de haber nacido—comentó al tiempo que Conan se bajaba de la bicicleta con su mochila en mano y reía divertido.

—No debería ni siquiera reírme, si está mirando mal es porque está muy enojada—se mordió el labio inferior y Roy estuvo tentado a tomarlo del mentón para liberar el mismo.

—¿Necesitas apoyo? me ofrezco como saco de boxeo por si ella quiere desahogarse—Conan se rió entre dientes.

—Ya cállate, no me hagas reír, debo estar preocupado—suspiró mirando a sus espaldas, su madre ya no estaba frente a la ventana pero sabía que lo estaba esperando adentro.

—Bien, pero si necesitas una casa a la que escapar, en la mía hay un cuarto libre—le guiñó un ojo direccionando la bicicleta hacia su casa mientras Conan sacudía la cabeza, sin remedio.

—Gracias, pero no gracias, ya vete—le dió un empujón y Roy jadeó indignado.

—Estoy tratando de ser un buen amigo aquí ¿de acuerdo?—Conan se carcajeó, viéndolo alejarse entre una risa también antes de voltear hacia su casa y dirigirse a esta.

Cuando Roy ingresó a su hogar la calma parecía prevalecer hasta que…

—¡Roy, ¿eres tú?!—el grito de su madre fue lo primero que escuchó, haciendo que él tuviera el impulso de rodar los ojos antes de que la susodicha se acercara desde el jardín con ambas manos a cada lado de su cadera, posición sinónima de un inminente regaño.

—Hola, ma'. ¿Qué tal tu día?—inquirió con una sonrisa sarcástica.

—¿Qué fue lo que te dije que hicieras esta mañana antes de irte a la escuela?—cuestionó con cara de pocos amigos, pasando por alto el saludo de su hijo.

Este abrió la boca para responder mientras su mente hacía mover los engranajes para recordar lo cuestionado.

—¿Te refieres a...?

—Sí, a recoger la ropa—continuó ella al ver la indecisión de Roy— Sabes que el clima aquí es muy voluble y a mi no me quedó tiempo para hacerlo.

—¡Pero sí lo hice!—se defendió el chico de inmediato.

—¡Y muy mal! ¿Qué te he dicho de mezclar la ropa húmeda con la que ya estaba seca? ¡Ahora tendré que volverla a tender porque toda esta húmeda!—lo regañó señalando el tumulto de ropa dentro de la canasta al lado del sofá.

Mi Chico RevoltosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora