Conan Freeman vive bajo las reglas de unos padres egoístas que solo quieren aceptación social y mantener su estatus de familia honorable a costa de la pulcritud con la que han criado a su hijo; Roy Beckman le importa poco lo que piensen de él y solo...
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—Definitivamente no—contestó la mujer con rotundidad levantándose de la silla frente a su escritorio para acercarse a los estantes laterales de la oficina y sacar un libro con el rostro impasible.
Conan bufó en silencio, sabía que era imposible que su madre siquiera considerara la idea de que se fuera a pasar una noche en una cabaña junto a otros tres chicos.
—Mamá, voy a estar bien, no voy a estar solo...
—Eso no es lo que me preocupa—su madre lo miró con ojos filosos, tirando el libro sobre el escritorio—no me gusta que te juntes con esa clase de chicos, habiendo tantos otros que están a la altura de alguien decente como tú.
—Pero no le veo nada de malo, es decir, ellos no me hacen ningún mal. Yo... Me siento bien con ellos—musitó algo cohibido, nunca había insistido en algún tema con su madre, siempre había sido tan complaciente que estar haciendo lo contrario a lo que siempre hacía le provocaba algo de inseguridad.
—¿Y crees que a la sociedad le importa el cómo te sientas con respecto a eso? Ellos solo juzgan, y el que te vean con ese trío de revoltosos no hará más que arruinar nuestra imagen, Conan. ¡Somos una familia honorable! No puedo permitir que mi hijo pase el tiempo con personas que no le aportan nada, ya he dejado que te diviertas demasiado con ellos últimamente. Y más con ese Roy Beckman—el rubio apretó la tela de su pantalón en un puño, mirando el suelo con los labios fruncidos.
—Roy no es una mala persona, es todo lo contrario —masculló con los ojos escociendo por la rabia, su madre lo miró con una ceja arqueada cuando él alzó la vista, sosteniéndole la mirada con firmeza—y quienes no aportan nada a mi vida son la clase de personas con la que tú y papá se rodean.
—Cuidado con lo que estás diciendo, Conan Freeman—musitó la adulta mirándolo con advertencia.
—Voy a ir a esa cabaña, madre—afirmó con rotundidad—Voy a disfrutar de lo que tú y papá se han encargado de arrebatarme por sus reglas de sociedad.
La mujer lo observó fijamente, sus ojos estudiando al joven frente a ella que lucía determinado, sin pizca de miedo por lo que su madre podría decirle o hacerle ante tal atrevimiento. Al final, esta solo se sentó en su silla y apretó sus labios carmesíes.
—Muy bien, Conan. Hazlo—respondió con frialdad—pero confío en que no cometerás los mismos errores dos veces.
Conan frunció los labios, sabiendo que lo que a su madre en realidad preocupaba no era precisamente que tuviera una amistad con aquellos chicos.
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Con rapidez Conan metió una de las prendas que Roy tenía en la cama dentro de la mochila ya que el susodicho aún no había empacado nada, apenas terminando de vestirse en el baño.
—¡No puedo creer que te hayas despertado tarde y que además te hayas olvidado de empacar! —refunfuñó el rubio cerrando la mochila donde Roy iba a llevar sus cosas a la cabaña. No eran muchas, pero fácil lo había podido hacer antes.
—Me dió un ataque de inspiración anoche ¿de acuerdo?—se defendió el castaño saliendo del baño ya vestido con un pantalón de mezclilla y una camiseta con el símbolo de Warner en el centro.
—Pues dile a tu querida musa que venga en momentos más adecuados—respondió rodando los ojos.
—Querido—lo corrigió mientras se sentaba al lado de la mochila y por ende al lado de donde Conan se hallaba de pie. Este lo miró extrañado.
—¿De qué estás hablando?
—Mi musa no es una ella—afirmó poniéndose los zapatos—es un él.
La sonrisa de Roy al decir aquello y cómo lo miró, hizo que Conan entendiera el mensaje y desviara la vista sonrojado, fijándola con curiosidad en una caja azul rey de tamaño pequeño sobre la mesita de noche.
Así que mientras Roy reía por la expresión del rubio, este se acercó al objeto y lo tomó en sus manos. Era como una caja de regalo.
—¿Qué estás...? ¡no toques eso! —apenas Roy volteó a ver lo que el rubio hacía se levantó como un resorte y le arrebató la caja.
Conan frunció el ceño volteando a verlo.
—¡Oye! ¿Qué ocurre contigo? —le reprendió molesto—¿qué hay en esa caja que no puedo ver?
Roy boqueó como un pez fuera del agua nervioso mientras apretaba la caja contra su pecho.
—T-tú no tienes porqué saberlo—tartamudeó y Conan se cruzó de brazos mirándolo con sospecha.
—¿Qué es? —insistió con ojos filosos y acusadores.
—Es el regalo de Amelia—le dijo con simpleza—aburrido, no tienes por qué mirar lo que hay dentro.
—Roy Beckman —dijo lentamente con amenaza.
—Es que...
—¡¿Qué hay ahí?! ¿Acaso me estas escondiendo algo? —inquirió haciendo un puchero, mostrándose herido—tú en realidad la quieres ¿verdad? Ella te dio algo que representa su amor hacia ti ¿verdad? —le reclamó con gesto de dolor.
—¡¿Qué?! ¡No, no, no pienses eso, bebé! —le dijo acercándose a él para darle un besito en la mejilla viendo que el chico miraba hacia otro lado, dolido—yo te quiero solo a ti, lo prometo. Aquí dentro no hay nad...
Y cuando menos lo pensó, Conan le arrebató la caja y salió corriendo para meterse dentro del baño y cerrar la puerta, aprovechando el pequeño descuido de su novio para hacer trampa.
—¡Espera, Conan! Abre la puerta, no te atrevas a mirar dentro de esa caja ¿me oíste? —amenazó el castaño detrás de la puerta mientras Conan bufaba y dejaba descansar la dichosa caja sobre el lavabo.
—Vamos a ver qué me escondes, Roy Beckman —musitó para sí mismo al tiempo que Roy seguía tocando la puerta.
En cuanto abrió la misteriosa caja, se congeló y la cerró de inmediato, viendo su reflejo en el espejo enrojeciendo en diferentes tonalidades de rojo.
Frunció los labios y tragó saliva, volviéndose a la puerta con la caja cerrada y en mano, para seguidamente abrirla y que un irritado Roy apareciera en su campo de visión.
Ni siquiera pudo mantenerle la mirada.
— Lo viste ¿verdad? —inquirió Roy sobándose la nuca esta vez avergonzado. Conan apretó la mandíbula y dejó la caja de nuevo en su lugar, con la cara rojita.
Hasta que afuera se escuchó la bocina de un auto.
—Deben ser León y Dan ¿vamos? —inquirió Roy sonriendo algo tenso al tiempo que agarraba las mochilas de ambos y salía de la habitación, Conan suspiró y agarró el pequeño bolso donde llevaba cosas pequeñas como bloqueador solar y pastillas para cualquier malestar y se lo terció.
Antes de salir, sus ojos se fijaron en la caja azul de nuevo y como un impulso la abrió, esta vez sacando un poco de su contenido y metiéndola en su bolsito.
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