Conan Freeman vive bajo las reglas de unos padres egoístas que solo quieren aceptación social y mantener su estatus de familia honorable a costa de la pulcritud con la que han criado a su hijo; Roy Beckman le importa poco lo que piensen de él y solo...
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En silencio, Roy observó el rostro apacible del rubio aún inconsciente, con cuidado pasaba de vez en cuando el algodón con alcohol por su nariz, esperando tener alguna señal de que se estaba despertando, pero Conan solo arrugaba la nariz y volteaba la cabeza.
La enfermera sospechaba que el chico solo quería dormir, que estaba experimentando algo parecido a una recaída por sobreesfuerzo o debilidad y que su cuerpo solo necesitaba descansar por ese instante.
Roy se negó a moverse de la enfermería a pesar de que tenía clases y a pesar de lo que Conan le había dicho, de como le dolían sus palabras, sabía que no era una mala persona. Él lo hacía sentir bien, le transmitía calidez con solo una de sus sonrisas, así que creía correcto el quedarse a su lado en esos momentos.
Conan le importaba y mucho, y al contrario de lo que el rubio pensara después de su discusión, no había parado de estar al pendiente de sus movimientos, de lo que hacía, de lo que no... Y era suficiente con saber que ni siquiera almorzaba bien los últimos días para ser consciente de que esa recaída era por una posible mala alimentación.
También había notado que el chico durante su clase de deporte parecía más y más agotado. Sí, lo había estado mirando.
Con tristeza tomó la mano del chico, notando que su muñeca estaba más delgada que antes. Era muy deducible para Roy que estaba bajando de peso.
Cuando lo sintió removerse, su corazón se aceleró y alzó la vista, viéndolo fruncir el ceño y apretar los párpados antes de abrir sus ojitos apagados y fijarlos en él.
De inmediato un brillo extraño apareció en sus iris.
—Roy—musitó en voz ronca haciendo amago de sentarse en la camilla, pero Roy lo detuvo empujándolo suavemente de los hombros
—Tranquilo, debes descansar—susurró sentándose a su lado y aprovechando que su mano estaba sobre su hombro para llevarla a su frente y barrer hacia atrás el cabello que se hallaba sobre este.
Conan suspiró cerrando sus ojos de nuevo, luciendo aún agotado pero de pronto feliz por sentir su tacto de nuevo.
—Estábamos preocupados porque no depertabas—dijo Roy pasando sus dedos por las hebras de su cabello, dándole una sensación tranquilizadora al rubio.
—No sé qué pasó.
—Tal vez sí, pero no quieres aceptarlo—lo juzgó con una mirada y Conan frunció el ceño—no creas que no noté que no has comido bien estos días, Conan. Aunque no lo percibas, te sigo observando—lo reprendió con el entrecejo fruncido y Conan sonrió sintiendo la mano de Roy pasar a acariciar su mejilla.
Roy sabía que no debía tocarlo de ese modo, que su mente volaba y que no era correcto que le gustara tocarlo, pero en ese momento por alguna razón, se sintió jodidamente correcto verlo inclinarse hacia su tacto con anhelo sin ser consciente de lo que le hacía al corazón del castaño.
—Estoy bien—musitó Conan suspirando al tiempo que Roy por el rescate de su sano juicio, alejaba su mano antes de ceder a sus pensamientos poco heterosexuales—creo que solo necesito dormir un poco más.
Soltó un quejido al sentarse en la cama y se frotó los ojos con sus dos puños, viéndose tremendamente tierno a ojos de Roy.
—Y comer, comer mucho—Roy se levantó de su lugar, decidido—así que si ya te sientes capaz de caminar vamos a la cafetería.
Conan hizo una mueca.
—Yo... No tengo hambre.
—No te he preguntado eso—el rubio le lanzó una miradita furtiva—no me mires así, me debes al menos un poco de obediencia después de todo lo que me dijiste.
Ante la mención de aquello, Conan se mordió la mejilla interna y agachó la vista, sintiendo que la realidad lo golpeaba en la cara. Roy y él seguían peleados y seguramente Roy solo se preocupaba por él por la presión.
—No deberías molestarte, ya estoy bien—musitó bajando de la camilla y notando que sus pies estaban solo con sus calcetines. Roy suspiró al notar que el ánimo de Conan se había abatido al mencionar aquello último. Así que se agachó y lo ayudó a ponerse sus tenis, sin notar el sonrojo de vergüenza que el chico tenía.
—No es ninguna molestia, carajo. Solo vamos ¿quieres?—insistió levantándose luego de terminar con su trabajo y lo tomó del brazo para asegurarse de que estaba lo suficiente estable para mantenerse de pie.
Conan algo tímido, sin ganas de volver a ser el chico arrogante de antes lo siguió, notando la atmósfera entre ambos tornarse extraña, incómoda... No le gustaba esa sensación, quería malditamente pedirle perdón por lo ocurrido y volver a ser como antes pero tenía miedo de lo que su madre en especial pensara, seguro lo aborrecería por desobedecerla y eso tampoco le gustaba.
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