Conan Freeman vive bajo las reglas de unos padres egoístas que solo quieren aceptación social y mantener su estatus de familia honorable a costa de la pulcritud con la que han criado a su hijo; Roy Beckman le importa poco lo que piensen de él y solo...
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Cuando la tarde quería perecer, Roy llevó a Conan a la academia de baile en su bicicleta, esté por sí solo se había abrazado a su torso y esto hizo que Roy manejara con una sonrisa en sus labios, la brisa fresca de una tarde nublada acariciándole las mejillas, la calidez que sentía su pecho parecía estar encendiéndose con cada día que pasaba al lado de Conan.
Sabía que el chico quería resistirse, quizá tenía miedo al qué dirán o a la opinión de sus propios padres pero no dejaría que eso lo detuviera. Siempre había un punto de quiebre y tarde o temprano, el miedo de ser lo que quisieran sería casi inexistente.
Roy confiaba en sus sentimientos por él, y sabía que su corazón no le estaba mintiendo cuando pensaba que Conan sentía lo mismo por él. No es como si el hecho de que lo haya besado con tanto fervor las últimas veces ya no fuera una evidente señal de ello.
Al llegar frente al pequeño edificio, Conan se bajó y enredó sus dedos en su propia camisa, viéndose algo inquieto.
—Bien, ya estás aquí, supongo que iré a perder el tiempo por ahí y vendré a buscarte ¿de acuerdo? —dijo Roy y Conan desvió la vista, sintiendo sus mejillas calientes.
—Yo, en realidad, yo quería que...—el castaño lo miró inquisitivo y expectante, esto lo puso más nervioso.
—¿Quieres que me quede?—le preguntó, emocionado ante la idea.
Conan frunció los labios y cuando Roy pensó que eso no era lo que el rubio quería decirle, este asintió con la cabeza.
—Si no te importa aburrirte en un rincón de la sala de práctica, puedes hacerlo—Roy rió y negó con la cabeza bajando de la bicicleta para ponerse frente a él.
Conan lo miró.
—Para mi no es aburrido verte, en realidad, me gusta mucho como bailas—le sonrió, amando el brillo en los ojos contrarios —me gusta todo de ti.
El rubio parpadeó aturdido y Roy pudo ver el sonrojo aparecer en su rostro al tiempo que desvió la vista, avergonzado.
—Bien, vamos, entonces—murmuró caminando hacia la entrada, Roy lo siguió encantado por la timidez del chico.
Un rato después se hallaba como había dicho el rubio, en un rincón del salón de prácticas mirando concentrado cada movimiento de los chicos frente a él. La verdad, era hipnotizante hasta el punto de dejarte anonadado por una hora sin siquiera darte cuenta.
Cuando menos lo pensó, habían terminado y la mayoría se estaba retirando después de darse una corta ducha, menos Conan que estaba hablando con el entrenador y practicando unos movimientos frente a él que aún no perfeccionaba. Luego de unos minutos, el entrenador se retiró también, recomendándole al chico que descansara.
Pero este continuó tratando de perfeccionar el movimiento incluso cuando el salón quedó vacío y solo sus pasos sobre la madera del piso se escuchaban. Roy suspiró viéndolo sentarse en el suelo a mitad de la sala de práctica, respirando agitado.