Capítulo 3

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Fui la primera en despertarme. Bueno, a decir verdad, el insomnio se había apoderado de mí esta noche y solo había conseguido pasarla entera con los ojos cerrados. Aunque, últimamente, desde que me fui a España, no lograba conciliar el sueño. No sé qué me pasaba.

Lo primero que hice después de abrir mis ojos, fue revisar mi teléfono. Estaba esperando algún mensaje de mis padres, pues desde que había llegado, no me habían escrito. Pero hoy tampoco sería el día, o eso parecía. No había ni rastro de ellos. En cambio, sí que tenía alguna notificación importante; me había llegado un correo avisándome de que mañana tenía que estar en mi puesto porque era mi primer día en el trabajo. Isa había hecho un par de llamadas hasta llegar al dueño de una cadena de cafeterías, donde había conseguido enchufarme. No me iba a quejar, el trabajo era por las tardes, dejando el domingo libre, y no cobraba mal. Lo suficiente como para poder pagar mi parte del alquiler y alguna que otra cosa que necesitara.

Me vestí y peiné, sin demasiadas ganas. En cuanto estuve lista, bajé hasta la cafetería para desayunar alguna cosa. Un café me iría de perlas.

―Hola, buenas. ¿Me pones un café solo, por favor? ―le pedí a la de la cafetería, Ana se llamaba.

Ella me miró fijamente, sin decir nada. Parecía estar reflexionando sobre algo, más bien sobre mí.

―Disculpa, pero, ¿tu nombre es...?

Yo me confundí.

―¿Laia?

―¿Laia Martín?

―Sí ―afirmé, desorientada.

―Fantástico ―ella sonrió, antes de adentrarse en el pequeño almacén que tenía a sus espaldas y, al cabo de muy poco tiempo, regresar con una bandeja. Cuando la dejó encima del mostrador, vi que consistía en una taza de café, un zumo de naranja, y un par de cruasanes.

―Me han dejado esto para ti, no tienes que pagarme nada.

―¿Perdón? ¿Esto es para mí?

―Sí. Un... Una persona vino y encargó esto para ti. Solo puedo decirte que lo disfrutes.

Iba a coger la bandeja y dirigirme hasta una de las mesas que quedaban libres sin discutirlo. A todo el mundo le gustaban las cosas gratis. Aunque no pude hacerlo, ya que antes de que mis manos tocaran el plástico de esta, algo tapó mis ojos. Unas manos. Me di media vuelta para observar qué sucedía, y me sorprendí al ver que era Pablo.

―¿Te ha gustado mi sorpresa?

―Yo... ¿Lo has hecho tú?

―Claro, cariño ―sonrió, contento, mientras me acariciaba la mejilla con su pulgar―. No sabía si te apetecería más un café o un zumo, así que decidí poner las dos.

―¿Por qué lo has hecho? ―no pude evitar preguntar, y su sonrisa cayó en picado, transformándose en una mueca de preocupación.

―¿No te ha gustado?

―No, no. Digo sí. Me ha gustado, pero... Me ha pillado por sorpresa.

Él volvió a lucir su perfecta dentadura antes de atraparme entre sus brazos durante un buen rato. Cuando se separó de mí, no dudó en acortar la distancia que nos separaba una vez más, pero ahora, juntando nuestros labios.

No era que no me gustara besarle, al contrario, me encantaba. Pero... No me terminaba de cuadrar su actitud conmigo. Es decir, ayer estaba pasando de mí y de repente hoy me besaba apasionadamente. No le entendía. Pero a decir verdad, creo que nunca llegué a entenderle. Pablo Bustamante era un chico complicado.

―¿Estás bien? ―le pregunté, al no poder contener mis ganas de que me diera una explicación.

―Mejor que nunca, ¿por qué?

―Ayer estabas distante y hoy... pues no.

―Fue solo la sorpresa, preciosa. Todo está bien.

Pablo volvió a abrazarme, pero esta vez le correspondí. Enrollé mis brazos en su tronco, tocando al máximo su espalda que tanto me gustaba. Echaba de menos su cariño, lo echaba de menos a él.

Al terminar el desayuno (al cual invité al señorito), nos fuimos directamente a clase. No me encontré con ningún obstáculo, cosa que agradecí porque íbamos con el tiempo justo. En la puerta, haciendo guardia hasta que llegara el profesor de matemáticas, estaba Blas. Quien, al verme, no disimulo la sorpresa y, tal vez, confusión.

―Vaya, señorita Martín... Cuánto tiempo. ―Asentí con la cabeza, estando de acuerdo―. ¿Ha vuelto para quedarse? ¿O solo está de visita?

―Para quedarme, señor.

―Me alegro de verla ―dijo, cuando pasé por su lado, entrando en el aula. También me dedicó una sutil sonrisa.

¿Desde cuando estaba tan simpático? Incluso me daba miedo. Fuera lo que fuera, no me fiaba ni un pelo.

Inolvidable || Rebelde WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora