Capítulo 6

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—Si damos la cara, Dunoff se queda, pero a nosotros nos echan —aseguró Vico.

Estábamos reunidos en el aula, hablando sobre el reciente despido de Dunoff. Yo aún no lo había procesado, todo había pasado muy rápido. Pilar estaba llorando y Marizza en frente de la clase. Gracioso, pues se ve que ella había tenido gran parte de culpa de su retirada como director: debido a un castigo injusto (según Marizza) días atrás, ella había decidido tomar justicia con sus propias manos. Le tendió una trampa a Dunoff y consiguió que él quedara en ridículo delante de cadenas televisivas. Todo esto llevo a Echamendi a tomar medidas, y claro, echó ayer por la noche al pobre hombre.

—¡Chicos, sois unos egoístas! —gritó Pilar, furiosa— ¿No os dais cuenta de que estáis dejando en la calle a un gran director? Porque nadie puede negar que mi padre hace muy bien su trabajo.

—Bueno, tampoco es tan así... —murmuró Marizza, y una ola de comentarios de acuerdo con ella saltaron.

—¿Ah, no? El prestigio del Élite Way aguantó gracias a él. Se esforzó durante muchos años...

—Pilar tiene razón —hablé—. Deberíamos ponernos en su lugar.

—Claro. Todos esto empezó como una broma, pero ahora puede costarle la carrera a Dunoff —se sumó Laura.

Justo entonces, la puerta se abrió y dejó ver al hombre de pelo blanco terriblemente desolado. Caminó entre los pupitres mientras todos nos sentábamos en nuestros lugares, hasta llegar al frente de la clase.

—Le pedí esta hora a la profesora de geometría porque quiero informarles de mi alejamiento de esta institución. Fue muy difícil timonear a este curso, pero me voy con el orgullo y la íntima satisfacción de haberles llevado siempre a buen puerto. Durante años he visto pasar por estas aulas a infinidad de chicos, a generaciones. Muchos de ellos me han distinguido con su amistad. Y a pesar de que me causa una infinita pena, tengo que renunciar a pedido de la comisión. Les deseo mucha suerte a todos y cada uno de ustedes y... Nada más. Tienen el resto de la hora libre.

Varios alumnos tenían los ojos brillantes, pero Pilar estaba, directamente, llorando mares. Debo decir que a mí se me escapó una lágrima, me había emocionado con su discurso. Me sentía fatal, y seguro que había muchos como yo. Dunoff no se lo merecía.

Nadie se movió, estaban estáticos. El director no dudó en darle un pañuelo a su hija para que se secara la cara antes de marcharse cabizbajo. Una vez fuera del aula, Marizza —quién debía de estar sintiéndose fatal por lo ocurrido— volvió al centro de la clase y llamó nuestra atención, antes de que alguien más decidiera retirarse.

—Chicos, un segundo.

—¿Qué pasa? —preguntó Tomás, quién se veía a tres pueblos que tenía prisa para irse.

—Tengo una idea para solucionar lo de Dunoff —dijo, y a Pilar le brillaron los ojos—. Bueno, más bien para decidir si damos la cara o no.

—Sí, por favor, chicos. Mi padre se lo merece.

—¿Qué propones? —pregunté.

—No hay nada más justo que la democracia. Así que votemos: ¿damos la cara por Dunoff, por mucho que puedan expulsarnos?

Los alumnos aceptaron de mala gana. Tal vez sí había gente con buen corazón ahí, pero muchos no iban a arriesgar ni un dedo por nadie. Y se notaba. Marizza preparó papelitos con rapidez y los colocó en la mesa del profesor: los de la derecha con un "no" y los de la izquierda con un "sí".

Y así lo hicimos, fuimos pasando uno por uno y depositamos los papeles dentro de una pequeña caja. Nadie sabía lo que votaban los otros, por lo que no habría problemas.

Era mi turno, y la verdad, estaba asustada. No tenía claro qué hacer. Si no daba la cara estaría cometiendo una injusticia, y probablemente me sentiría como el culo; pero si votaba que sí, y me expulsaban, todo por lo que había luchado se iría a la mierda. Todo tenía un lado malo, pero debía escoger. Ni siquiera me lo pensé mucho, al llegar frente a la mesa, mi mano fue directamente al sí y lo tiró dentro de la caja. Que fuese lo que Dios quisiera.

Al terminar, Marizza empezó a contar los votos con mucha delicadeza. Todos estábamos en silencio, esperando con atención. Cada uno de nosotros, como es obvio, quería que saliera lo que él había votado. En caso contrario, más de uno iba a ponerse las manos en la cabeza. En la vida siempre hay riesgos. Marizza sacó el último papel antes de proclamar el ganador, que, por desgracia, había salido el "no".

—¿Qué? ¡No, no, no! —gritó Pilar, sin parar de llorar.

La morena se abalanzó hacia la caja, desesperada, queriendo volver a contar cada uno de los votos. Muchos la miraban con desaprobación, pues no sabían ponerse en su lugar. Por culpa de todo esto, a ella le cambiaría la vida. Y ellos no lo comprendían.

—Pilar... —Marizza le puso la mano en el hombro— Lo ha decidido la mayoría.

Al escuchar esto, se fue corriendo sin siquiera mirar a nadie. Al salir de clase, dio un portazo que asustó a más de uno. Como ya no había nada más que hacer allí, todos fueron dejando el aula poco a poco. Yo fui detrás de Pablo, quién hablaba de cosas sin importancia con Tomás. Una vez lo atrapé, me puse en medio de ambos, tomándole de la mano.

—¿Qué habéis votado? —pregunté, curiosa.

Pablo depósito un beso en mi mejilla antes de responder:

—Que no.

—¿Qué? —me sorprendí— ¿Por qué has hecho eso?

—Yo igual.

—¿Tú también? —miré a Tomás, clavándome en el suelo— ¿Es que no tenéis corazón?

—Claro que sí, cariño. Pero si me expulsan... mi padre me mata.

—Yo no quiero meterme en problemas —Tomás alzó las manos, defendiéndose.

—No me lo puedo creer...

—Tampoco es para tanto.

—¿Que no es para tanto, Pablo? Van a echar a un hombre injustamente.

—Bueno, lo de injustamente...

—Pues sí. Dunoff se ha dejado la piel en este colegio. Ha hecho muchas cosas por nosotros.

—Si yo no digo que no —comentó el rubio—, pero ha tenido más de un error.

—A lo mejor ahora viene otro director mejor —Tomás aseguró.

—O peor —levanté las cejas, un poco molesta—. No sé, hemos dejado a un hombre y a su familia en la calle...

—Pues así es la vida, Laia, mi amor. No todo es color de rosas.

Eso ya lo sabía, incluso mejor que ellos dos. Que no intentara darme lecciones, porque no iba a acabar bien.

—Lo que tú digas.

Me marché con prisa antes de que pudiera decirme algo más. Fui en busca de Pilar, seguro que le vendría bien un abrazo. Estaba destrozada, la pobre. La encontré sentada en el suelo, en un rincón al lado de la máquina expendedora. Me saqué un pañuelo del bolsillo y se lo tendí, pues el que ella estaba utilizando ya estaba más que usado.

—Gracias.

Me senté a su lado, manteniéndome unos segundos en silencio. Ella lloraba, pero por su respiración podía notar como estaba tratando de calmarse. Una vez conseguido, hablé:

—Si te sirve de consuelo, he votado para dar la cara.

—No mucho —confesó—, pero gracias.

—Lo siento mucho, pilar. No me imagino cuanto de duro debe de ser para ti...

—No te haces una idea. Lo voy a perder todo...

—¿Por qué dices eso? —coloqué mi mano en su hombro, dándole cariño.

—Mis padres, sin trabajo. Es un desastre... Y me tendré que ir de aquí, porque, obviamente, no pueden seguir pagando mi plaza.

—Joder, Pilar —me sentí todavía peor—. Alguna solución habrá, ¿no?

—Qué va. Está todo perdido.

—Pero...

—No, Laia. Agradezco que quieras ayudarme, pero no puedes hacer nada. A no ser que me toque la lotería, no hay solución. Lo peor es que me lo veía venir...

—¿Cómo?

—Estaban buscando cualquier excusa para echar a mi padre. Siempre lo decía, él.

—Pero... ¿Y eso?

—No sé, supongo que le tenían tirria. Aprovechaban cualquier cosa para amenazarle con echarlo, así conseguían manipularle.

—Pobrecito...

—Sí, él es la víctima de todo esto. No entiendo por qué nadie lo ve...

—Porque no les interesa nadie más que ellos mismos, Pilar. Así funciona el mundo.

—Pues menuda mierda.

—Sí, lo es. Pero no se le puede hacer nada, así que... ¿Vamos a comer?

—No. No tengo nada de hambre.

—Vamos, Pilar... te sentará bien.

—No, de verdad. Gracias por todo, Laia.

Pilar se levantó y se marchó, dejándome a mí allí. No tenía claro qué hacer con mi vida, así que, con mucha pena, me fui a comer.

Inolvidable || Rebelde WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora