(CORRIGIENDO)
A Laia Martín y a su familia les sale la oportunidad de mudarse a Argentina por cuestiones laborales, la cual aceptan sin pensárselo mucho.
Allí asistirá a un colegio pupilo lleno de gente adinerada y muy caprichosa; al principio no l...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Después de cenar, mientras leía tranquilamente en mi habitación, me llegó un inesperado mensaje de Pablo. Quería verme. Sabía que no debía porque había sido un completo imbécil conmigo; no obstante, hacía un par de noches que no dormía bien por culpa de nuestro final. Anteayer había sido un día lleno de altibajos: momentos desagradables fusionados con momentos de felicidad al descubrir que el Pablo del cual me había enamorado seguía ahí y que podía desahogarme con él. Pero, el desenlace de ese día fue terrible, pues otra traición más de quien me había ilusionado minutos antes apareció.
Yo estaba harta de discusiones absurdas y de malos rollos con mis compañeros. Así que, casi inconscientemente, me puse mis zapatillas y bajé hasta la sala de estar para escuchar lo que tenía para decirme.
Abrí la puerta con inseguridad, sin embargo, me encontré con que todo estaba a oscuras.
―¿Pablo? ―susurré. No obtuve respuesta, así que lo volví a llamar un par de veces hasta que la luz se encendió y por fin le vi.
―Has venido.
Se aproximó un par de pasos hacia mí, manteniéndose todavía en una distancia prudente. Vi como se relamía inconscientemente los labios mientras me miraba. Estaba nervioso.
―¿Por qué estabas a oscuras? ―pregunté extrañada. Él se rascó la nuca.
―Porque te estaba esperando.
―Ya, pero...
―Ven ―ordenó suavemente, mientras se dirigía a la mesa de la sala y se sentaba en ella―. Siéntate. Tenemos que hablar.
Yo me acerqué con prudencia, no muy segura de los pasos que daba.
―Prefiero estar de pie.
Mi respuesta no le convenció y volvió a levantarse para, con un rápido movimiento, cogerme de la mano y acercarme a él. Básicamente, me obligó a sentarme a su lado.
―No seas tonta, Laia. No vas a quedarte de pie... lo odias.
Aunque no lo dije, mentalmente le di la razón. Me crucé de brazos y me mantuve en silencio con incomodidad. Pablo mientras tanto jugaba con sus manos, gesto que me daba a entender sus altos niveles de nervios. Como lo vi indispuesto, inicié yo la conversación.
―¿Por qué se lo contaste a los chicos? ―Sorprendentemente, mi tono de voz no fue agresivo; sino dulce― Te dije que era un secreto...
―No lo hice con las intenciones que tú crees.
―¿Ah, no? ―Alcé las cejas, incrédula.
Pablo negó la cabeza varias veces mientras apretaba los labios.