Capítulo 20

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 —¿Puede alguien decirme qué pasa? —pregunté con la voz temblorosa, aunque intentaba que el miedo no se me notara.

Guido se sacó un papel del bolsillo, parecido al diario de cotilleos que circulaba el año pasado. Me fijé en que todos poseían una copia.

—¿Qué pasa? ¿No pueden tus padres mantenerte que tienes que trabajar? ¿O es que se avergüenzan de su hija y no quieren saber nada de ella?

Me quedé unos segundos en blanco mientras algunos se reían. ¿Cómo les podía hacer gracia un chiste tan cruel como ese? No evité dirigir una mirada de odio hacia Pablo, el cual agachó la mirada con nerviosismo. 

—Lo que pase en mi familia no es de tu incumbencia, eso te lo aseguro. Y a los que se ríen tanto... me gustaría decirles que se metan en sus casas y vean lo que tienen, que para meterles internados en una escuela sus padres no les tienen que querer demasiado. 

—¿Y tú qué sabes de mis padres? —saltó Diego, ofendido.

—Sé que son unos pijos que han educado a sus hijos sin ningún tipo de empatía ni valores. Pero no me ha hecho falta estudiar mucho para llegar a esa conclusión, se ve a simple vista...

Él me fulminaba con la mirada, pero no iba a dejarme pisotear. Y menos por alguien como ellos.

—Y si tan orgullosa estás de ti —Guido se encaró a mí, con actitud burlesca—, ¿por qué lo mantenías en secreto?

—Porque sabía que no lo ibais a entender. Al fin y al cabo, siempre habéis tenido de todo. ¿O me habéis demostrado lo contrario?

—No tenemos que demostrarte nada, a ti. 

—Pues mejor para vosotros —suspiré, cansada—. Pero os recomendaría callar la boca, que siempre...

—¿Y la libertad de expresión?  Podemos decir lo que queramos.

—Claro, claro —Gonzalo concordó con Diego, entre risas—. ¿Ahora ya no se puede hablar de nada o qué? Ya por todo os ofendéis.

Cada vez se acumulaba más gente a ver el "espectáculo", el cual se había convertido en una discusión entre ellos tres y yo. Los que se habían mofado de mí seguían en el otro bando, pero, por suerte, cada vez más gente se daba cuenta de que yo tenía razón y ellos eran unos imbéciles. Y, como no iba a rendirme ahora, y ya estaba agotada de su actitud de bullies, seguí con mis argumentos:

—Pues no. Porque lo que estáis haciendo es mucho más que hablar entre vosotros, es acosar e intimidar a alguien. En este caso, a mí.

—¡Bueno! —saltó Guido, entre risas— Ahora sí que ya deliras, Laia. Hacerte la víctima se te da muy bien, ¿sabes?

Inolvidable || Rebelde WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora