Capítulo 17

7.1K 461 84
                                    


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Capítulo especial P.O.V Pablo:


Nos encontrábamos en clase de historia con Hilda. Cada día que pasaba aumentaba mi falta de paciencia con esa vieja, sus clases me aburrían tanto que no me extrañaría si un día me durmiera. Pero dudaba que en algún momento lograra conciliar el sueño por culpa de Laia y Marizza, se habían pasado toda la clase hablando y murmurando cosas sobre vete tú a saber. Lo peor era que Hilda no les decía nada, pero a la mínima que yo hablaba ya estaba gritándome.

Volviendo a lo que íbamos, estaba en clase sin prestar mucha atención. No podía quitarme de la cabeza que la idea de que se llevasen a ese niño, Nacho, pudiera ser por mi culpa. Guido me dijo que Pilar era capaz de todo, y yo solo me acuerdo de que me trajo un montón de cervezas y, estando ebrio, podría haberle contado sobre Nacho.

Hilda no paraba de gritar que su clase la narraba desde su punto de vista y que si no estaban de acuerdo con su opinión que no era su problema. La verdad, me daba bastante igual el tema de los judíos, me la traía floja. Como en este colegio no había, no tenía ningún problema.

Estaba sumergido en mis pensamientos cuando la campana sonó indicando que la clase terminaba y el recreo empezaba.

—¡Recreo!

Recogimos las cosas, salimos del aula y nos dirigimos hacia el patio junto con Guido y Diego. Nos sentamos en unos bancos donde delante se encontraban las chicas, y como la vista se va sola, nos quedamos viéndolas.

—Oye Pablo —Diego se dirigió a mí—, ¿no te has enterado de lo de Laia? Digo, como no estás enojado ni nada...

—¿Qué pasa con esa? ¿Y por qué debería estar enojado? —pregunté confundido.

—Ah, no te has enterado... Bueno, me dijeron que ayer te puso verde junto con las chicas.

—¿Qué? ¿Qué dijo esa tarada de mí?

No me lo podía creer. ¿Quién se creía? Esta vez la mato, lo juro.

—Bueno, por lo que escuché, dijo que eres un niño de papá y que no sabes hacer nada solo —hizo una pausa pensando en si continuar o no—. También te llamó creído y borracho... Y muchos más insultos que no me acuerdo. Dijo tantos...

—Vaya... Te dejó mal...

Guido se estaba riendo. ¡Se estaba riendo en mis narices!

—¡Cállate la boca! ¿Eres gilipollas o qué te pasa?

—Che, tranquilo... Si que te afecta lo que esa zorra diga de ti... —alzó las cejas, sorprendido ante mi reacción.

Está bien, debería disimular un poco más o se pensarían que era sensible.

—¡No me afecta! Solo que me molesta que diga esas cosas de mí a la gente... Nada más.

—Ya bueno, no pasa nada, solo se lo ha dicho a las chicas. No es para tanto.

—Bueno... Eso no es del todo cierto...—dudó, mientras se ataba los cordones de los zapatos— Laia solo se lo dijo a las chicas, pero ellas lo fueron contando y ahora lo sabe todo el colegio. Me extraña que seas el último en enterarte... Che, mejor me voy a comprar algo para beber. ¿Os traigo algo?

—No, gracias. Estamos bien.

Diego se bajó del banco y emprendió rumbo a la cafetería. Yo solo podía pensar en como esa mina se había atrevido a decir todo eso sobre mí. A mí nadie me deja mal, de mí nadie se quejaba.

—¿Quién se cree que es esa tarada para ir diciendo esas cosas sobre mí? ¡Se va a enterar!

Acto seguido, me levanté del banco y me dispuse a ir donde estaban las chicas para hablar con ella. Estaba ahí riendo junto con Marizza y Luján de algo que había dicho la última y se ve que le había hecho gracia. Como me gustaría borrarle esa sonrisa ahora mismo... Eso iba a hacer, pero las manos de Guido agarrándome con fuerza por los hombros me frenaron.

—Escúchame, hermano: lo más importante ahora es que te calmes y que pienses bien lo que vas a hacer. —Me miró intentando cambiar mi opinión de ir a hablar con ella—. Puedes sacar provecho a esta situación.

—¿A qué te refieres? —me interesé.

—Bueno, cuando estés más clamado vas y hablas con ella. Dile lo que quieras, eso me da igual, pero si ella va diciendo cosas malas sobre ti, tú vas a decir el doble de ella.

—¿Y qué digo?

—Che, no sé... Puedes decir que se inventó todo eso porque le gustas y la rechazaste, y se quiso vengar... Yo qué sé, cualquier cosa.

—¿Sabes? Me gusta esa idea. Laia está enojada conmigo porque le gusto y yo con ella no quiero nada... Sí, estará bien. Gran idea, tío.

Le di un par de palmadas en el hombro en señal de agradecimiento. Era un plan fantástico. La campana sonó indicando que se terminaba el recreo y que teníamos que volver a clase.

—¿Vamos?

—¿A dónde? Tenemos hora libre.

—Ya, pero con los chicos quedamos de ir a hacer un partido de básquet. ¿Te apuntas, no?

—Claro, dale, vamos.

Fuimos hacia el recibidor donde estaban los chicos junto con unas cuantas pelotas. Ya recogidas, nos dirigimos al patio para jugar, pero en el principio del pasillo que daba al patio nos encontramos con las chicas bailando en el medio y dirigiéndose hacia el patio. Unos cuantos les empezaron a tirar las pelotas de básquet haciendo que ellas se enfadaran mucho.

—¡Parad, esto no es una cancha! —exclamó Mía, furiosa.

—Espera, espera, ¿a dónde vais?

Me fijé que todas llevaban el uniforme de baile. Iban en la misma dirección que nosotros, y eso solo podía significar una cosa: se dirigían al patio.

—A coreo, así que aire. Despejad el camino.

—¿Vais al patio? —preguntó Guido, y Luján le respondió al instante:

—Obvio, ¿dónde quieres que bailemos? ¿En el laboratorio?

—No, no, no. Al patio no podéis ir, nosotros tenemos que jugar a básquet.

—Bueno, chicos, pero a nosotras nos dieron el lugar primero.

—¡El primero que llega se queda con el patio!

Después de que Guido gritara esto, la mayoría no tardó ni medio segundo en empezar a correr. Todos menos Laia. Parecía no afectarle en lo absoluto llegar la última, iba caminando con mucha calma. Yo tampoco corrí, no sabía qué estaba haciendo, pero, sin poder controlar mis piernas, mi cuerpo se movió hasta llegar detrás de ella. No me había visto, se pensaba que era la última. A decir verdad, era la oportunidad perfecta de plantarle cara.

—¿No corres detrás de las chicas?

Al escuchar mi voz, se sobresaltó un poco. Luego se dio cuenta de que solo era yo y se limitó a rodar los ojos burlonamente. Era la primera vez que alguien me hacía ese gesto y ya lo odiaba, como viera a una sola persona más haciéndome eso, lo mataría. Me ignoró completamente sin decirme ni una sola palabra y siguió caminando con calma hacia el patio. El pasillo no era muy largo, pero iba tan tranquila que se estaba haciendo eterno.

—¡Eh! ¡Te estoy hablando! —le grité con molestia, ese gesto me había sentado fatal.

Como no se giró ni me contestó, troté un poco hasta llegar a su altura y con mi mano en su hombro la frené intentando no ser demasiado agresivo.

—¿Qué te importa si corro o no? —no sonó para nada agradable.

—Che, tranquila... Solo quería ser un poco amable.

Levanté mis manos en signo de defensa, cosa que solo hizo que su mirada se volviera más mortífera sobre mí.

—Como me dijiste tú, no quiero que seas amable conmigo. No me caes bien.

—Genial, porque tú a mí tampoco —aclaré, perdiendo la paciencia. Esta mina me ponía de los nervios—. Solo quería decirte que me enteré de lo que dijiste sobre mí, y avisarte de que si vuelves a decir algo sobre mí...

—¿Qué? ¿Me vas a pegar? —me desafió.

—No, algo peor... No voy a descansar hasta que te expulsen de este colegio.

—Vaya... Estoy temblando del miedo.

Además, se burlaba de mí. Contrólate Pablo, contrólate.

—Di lo que quieras, solo te estaba avisando.

La dejé allí y me fui hacia el patio donde se encontraban los chicos. A lo lejos, la pude escuchar murmurando algo, suponía que sería algún insulto hacia mí.

Cuando llegué al patio, no había nadie. Pude lograr oír algo de música dentro del gimnasio, así que entré. Dudaba mucho que los chicos estuvieran bailando, pero por si acaso iba a entrar.

Efectivamente, los chicos se encontraban allí, pero no bailando. Estaban mirando a una chica bailar, así que me sumé a ellos. Estábamos todos mirándola embobados, esa mina estaba como un tren... En ese momento hacía demasiado calor para nuestros cuerpos.

Las chicas entraron en el gimnasio junto con Mancilla, cuando la música paró y la chica dejó de bailar.

—¡Hola! Yo soy Lulú, la nueva profesora de coreo. Ustedes deben ser las chicas del grupo, ¿no?

—Sí, yo soy Santiago Mancilla, el coordinador de estudios. Mucho gusto.

—Igualmente.

—Bueno, las chicas están un poco preocupadas por la música que usas para bailar... —se rascó la cabeza. Lulú había estado bailando con música clásica, y solo sé que Mía la odiaba.

—Sí, nunca bailamos con esta música... —la recién nombrada saltó— Siempre lo hicimos con música moderna, ¿sabes?

—No os preocupéis, chicas, esta solo la uso para calentar. Vamos a bailar otra cosa.

Yo también quería bailar. Quería hacer cualquier cosa por estar cerca de ella. Solo debía tener unos pocos años más que nosotros, quizás cinco como mucho. Me había enamorado a simple vista.

Al parecer, no era el único que quería estar cerca de ella, el resto de varones también opinaban como yo. Nos manifestamos expresando nuestro deseo de quedarnos allí, era injusto que no pudiéramos pasar tiempo junto a ese ángel caído del cielo.

—¿Perdón? ¿Qué hacéis vosotros aquí? —Mía se enfadó.

—A mí no me molestan... —aseguró Lulú, con una sonrisa.

Mi mirada se desvió de Lulú hacia Laia, sabía que en estos momentos se quería morir o, directamente, matarnos. Por lo que pude comprobar, le daba vergüenza bailar delante de chicos: en repetidas ocasiones, cuando nos quisimos quedar a ver a las chicas bailar, si no pudo echarnos, se inventó una excusa ridícula para irse y no tener que bailar delante de nosotros.

Efectivamente, su cara lo decía todo. Tenía una expresión de pánico y terror, no logré escuchar lo que le decía a Mía, solo pude ver que ella le hacía un gesto con la mano restándole importancia.

—Dale, Pablo, muévete. Estás en otro planeta —me ordenó Guido.

—¿Qué? —pregunté desorientado.

—Que te muevas. Lulú dice que nos pongamos aquí para seguir la clase.

Me había quedado mirando a Laia y ni me enteré de que íbamos a formar parte de la clase. No sabía bailar ni pensaba hacerlo, me bastaba poder mirar a Lulú durante toda la clase.

Junto con los chicos, nos pusimos detrás de Lulú excluyendo a las chicas y dejándolas al fondo del gimnasio.

—Segunda posición, relajen las cabezas y los hombros para atrás. Cabeza delante, cabeza hacia atrás, un lado, y el otro. Muy bien, ahora vamos a ir para abajo.

Lulú se agachó y los chicos no pudimos aguantar más. Era demasiado para nosotros, era otro nivel de temperatura. Pero, como no, no pudimos seguir disfrutando porque las chicas se pusieron delante de nosotros cortando cualquier visión con Lulú.

No veía para nada a Lulú, solo lograba verle la cara por el espejo. Era linda, sí, pero eso no era exactamente lo que yo quería mirar de ella.

Mi vista se fue sola sin yo controlarla y se dirigió delante mío, donde se encontraba ni más ni menos que Laia Martín, agachada. ¿Por qué me la tenía que encontrar hasta en la sopa? Parecía que me siguiera o algo... Cosa que no me extrañaba tampoco, digo... ¡Soy Pablo Bustamante! Todas las minas se mueren por estar cerca de mí.

No me había fijado nunca, pero tenía que aceptar que tenía un buen culo. No sé por qué la estaba mirando, pero no podía apartar la mirada de ella ni aunque quisiera.

Y cuando menos me lo esperaba, un codo golpeó mis costillas haciendo que mi cara se volteara a ver quien me lo había dado. Al girarme, me encontré a Guido con una sonrisa pícara y burlona.

—¿Qué te pasa tarado, por qué me golpeas? —le susurré, haciendo que solo nosotros dos lo escucháramos.

—¿Está buena? —alzó las cejas un segundo para señalar discretamente a Laia. La sonrisa no se desvaneció.

Solo le pude responder con una pequeña sonrisa, dándole la razón. Sí, lo pensaba, pero nunca lo diría en voz alta. Guido también se rio al saber que había dado en el clavo, y, dejando ese tema a un lado, volví a dirigir toda mi atención a la clase. Entonces, me di cuenta de que los chicos y las chicas estaban discutiendo por quién se posicionaba delante de todo junto a Lulú.

—¡Basta! —gritó ella, cansada, y todo el mundo hizo silencio.— ¡Hablen de uno a uno! ¿Cuál es el problema?

—El problema es que nos discriminan sexualmente —mi amigo se quejó.

—¡Nunca hubo varones en un grupo de coreo!

—¡Un momento, un momento! ¿Por qué? ¿Las mujeres pueden ir a la cancha y nosotros no podemos bailar?

—¡Pero si no sabéis ni caminar! —explicó Laia.

—Además, ¡nunca les interesó el baile!

—¡Pero ahora si nos interesa! ¿Cuál es el problema?—me defendí.

—¡Bueno, basta! ¡No entiendo cuál es el problema!

—Bueno —Mía nos miró, desafiante—, ¿por qué no le preguntas a los chicos a ver qué es tanto interés de repente por bailar? ¿Qué pasó, chicos?

—Queremos... ¡Expresarnos!

—¡Claro! ¡Y liberar tensión!

—Esto es un grupo de competición, no es un grupo de ayuda a adolescentes salidos —volvió a la carga mi querida amiga. Qué mal me caía...

Además, ¿qué decía ella? Mucha competición, pero nunca la ha visto nadie bailar en frente de público. Si ella podía asistir a clases de baile, nosotros también.

—Además, profe, fíjese, ninguno da para un casting... Por ejemplo, el azteca, ¿qué puede bailar, pobrecito? ¿La danza de la lluvia?

Manuel: Justo estaba pensando en otra cosa...

Manuel se puso a bailar junto con Lulú, dejando a todas las chicas con la boca cerrada. Terminaron el baile, y todos los chicos fuimos a levantar a Manuel animándolo.



¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



Estábamos aún en el gimnasio esperando a que regresara Lulú de hablar con Dunoff para ver si nos podíamos añadir en las clases de baile. Por fin, la puerta se abrió y de ella entró Lulú.

—¿Y? ¿Qué decidieron?

—Estuve avaluando la situación, así que creo que lo mejor... es aceptar a los varones.

Todos dimos un grito de victoria, estábamos contentos. Dirigí una vista rápida a las chicas y las vi furiosas, nunca había visto a Laia tan pálida, parecía un vampiro. Todas estaban literalmente sin palabras, no decían nada.

Salimos del gimnasio y nos dirigimos al comedor donde nos sentamos en una mesa para comer.

—Che, Pablo —Nico me llamó—, me enteré de lo que dijo Laia sobre ti...

—Justo de eso hablábamos Pablo y yo hace un rato.

—Sí... Claro, justo estábamos hablando de eso.

Me acordé de que Guido me había hecho un plan, así que era hora de ponerlo en marcha.

—Decíamos que Laia había dicho todo eso sobre Pablo porque estaba enojada con él.

—¿Y eso? ¿Qué le hiciste? —Manuel se alteró un poco.

Parecía dispuesto a protegerla de mí, y eso no me gustó. Nadie tenía que protegerla, no era tan malo.

—Bueno —intenté pasar desapercibida la mirada asesina que Manuel mantenía sobre mí. Ahora mismo lo odiaba, Laia no era su pertenencia. No la tenía que proteger de mí, y menos alejarla—, Ella está enamorada de mí y se me declaró hace poco. Pero no es un enamoramiento normal, está obsesionada conmigo y da miedo.

—Está loca —agregó Guido.

—Y bueno, se me declaró y como a mí no me gusta... la rechacé. Pero no sé, no le dije nada que la pudiera herir tanto... Pero ella se lo tomó muy mal y ahora va diciendo todas esas cosas de mí.

—Ya, seguro que no le dijiste nada que la pudiera lastimar... Voy yo y me lo creo —el mexicano murmuró, irritado.

—¿Te pasa algo conmigo? No sé, estás a la defensiva todo el rato.

—Si lo estoy es porque te lo mereces.

—¿Yo? ¡Pero si no he hecho nada!

—Estás siendo un idiota con ella.

—Ya, claro. Lo que a vos te pasa es que te gusta y te pone mal que me quiera a mí, ¿no?

—No digas cosas que no son verdad sobre mí, te lo advierto —apretó la mandíbula.

—Y yo también te advierto que no me trates como si fuera aquí el malo, porque no lo soy—estaba perdiendo la paciencia, si seguía con este tema, juro que me levantaba y le partía la cara— Si no he querido tranzármela no me lo vengas a reprochar.

—Me extraña de ti, Pablo... —se sumó Diego— Digo, es raro que no hubieses aprovechado. Al menos si me hubiera pasado a mí, lo hubiera hecho sin pensármelo. Está buena.

—Ay, ¿qué importa eso? No tenía ganas y ya está...

Inolvidable || Rebelde WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora