Capítulo 21

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No la llamé a Samanta, después de ese mensaje no creo que tenga ganas de hablar, yo no tendría. Jerry se fue a vaya uno a saber dónde. Me encontraba solo y confundido, enojado, por sobre todo, y claro que era conmigo mismo.

Tomé una cerveza del refrigerador. Lo bueno de ésta casa es que si hay algo que nunca va a faltar es una cerveza fría. La abrí y salí con ella al pórtico de la casa. Me senté en el suelo y, mirando a la nada, comencé a beberla, intentando no pensar en nada más que en solo unos días volvía a casa y todo debería volver a la normalidad. Las peleas deberían desaparecer, la confusión igual. Al parecer, no somos una pareja para estar distanciados por tanto tiempo. Los minutos pasaban y ahí estaba, solo. El sol comenzó a caer, no sé ni qué hora era ya, tampoco me interesaba mucho. Tenía una especie de nudo en el estómago otra vez. Intentaba aclarar mis ideas, pero no había caso, no había forma de sentirme menos estúpido. – Hey ¿qué hacés ahí? – dijo alguien a unos metros de distancia. Sé quién es ese alguien pero no sé si lo mejor era verlo en éste momento. Tal vez solo necesito algo de tiempo a solas ¿por qué tuve que salir a la puerta? Giré mi cabeza y le dediqué una forzada media sonrisa, alzando mi botella en forma de saludo - ¿está todo bien? – dijo mientras comenzaba a acercarse a la casa. No lo hagas, por favor. Solo asentí y volví a dirigir mi vista al suelo - ¿Estás solo? – No, no capta las señales. Sí, estoy solo, es lo que necesito porque me estás arruinando sin siquiera tener la necesidad de hablar

-          Si... - suspiré. Me miró, lo sentí, y poco a poco volvió a alejarse. Suspiré otra vez pero aliviado.

Volví a centrar mi vista en el cielo, tomando otro sorbo de cerveza. Su voz volvió a interrumpirme minutos más tarde – No es bueno beber solo – alcé mi vista y me volví a encontrar con el rubio pero ésta vez traía una botella de cerveza en una mano. Venía caminando hacia mí - ¿puedo? – preguntó mirando el espacio libre en el escalón de la entrada a la casa de mi hermana. Me moví un poco, dejándole algo más de lugar. Se sentó casi pegado a mí, lo cual me tensó un poco, pero mi cabeza seguía intentando ignorarlo. Puso su botella a mi lado, solo lo miré y moví mi brazo para intentar brindar pero corrió el brazo en dirección opuesta a mí, lo que me sorprendió, y me incorporé en mí mismo demostrándole confusión en mi cara – Vengo de Alemania y allá hay una costumbre que dice que, cuándo brindas con alguien, tenés que mirarlo a los ojos porque si no vas a tener siete años de mal sexo – dijo sonriendo, casi riendo. También sonreí ante la frase estúpida que acababa de decir. Mi cara de confusión no desaparecía. El seguía mirándome, sonriente, como si nada pasara. Nuestros brazos se tocaban por la cercanía. Giré mi rostro y lo miré fijo a los ojos, mire nuestras botellas que no se movían. Él seguía teniendo la botella del otro lado de su cuerpo, y yo puse la mía frente a él, aunque no se movió. Sin dejar de mirarlo fijo me moví lentamente, intentando chocar ambas botellas, generando más roce entre ambos. Él seguía inmóvil, me moví un poco más. Otra vez nuestros rostros estaban a centímetros de distancia, pero hoy ninguno estaba borracho, hoy ambos éramos conscientes de la cercanía y de las miradas que no se movían. Logré chocar mi botella con la suya. Él puso sus labios sobre los míos.

By Bill

Shannon se había ido, Tom seguía durmiendo, no tenía ganas de hablar con nadie. Intenté sacar a Pumba a la calle y prefirió quedarse echado. Resignado, luego de un rato, decidí salir solo a caminar un rato pero, al salir a la puerta, me encontré con algo, o mejor dicho, alguien que no esperaba. Sentado en la entrada de la casa de al lado estaba Martin ¿debía hablarle? Podría irme para el otro lado, de todas formas, él no me vio aún. Me quedé mirándolo por unos instantes... que suerte ha de tener la mujer con la que se va a casar. Podría, tal vez... Podría hablarle, porque sí.

 Seguí observándolo, sin moverme pero inquieto, desde la entrada de mi casa. Cerré la puerta y, sin salir del terreno lo llamé. El me vio y apenas si se pudo ver una leve expresión de nada concreto en su cara, me saludó alzando una botella de vidrio. No dijo nada. - ¿Está todo bien? – dije un poco más... preocupado, tal vez, mientras me acercaba a dónde él estaba, pero solo lo vi mover su cabeza, así que no dejé de acercarme. - ¿Estás solo? – bueno, si no responde podría irme. Tal vez está acá por algo en especial. En verdad no se lo ve como los otros días. La mirada perdida, los brazos apoyados en sus piernas con una cerveza en una de sus manos, sin compañía fuera de la casa.

-          Sí – dijo casi sin ganas. Estaba solo. Una idea perfecta atravesó mi mente y me fui. No noté que se haya percatado de ello.

Entré al departamento y fui directo a la cocina, a buscar una cerveza también. Volví y el seguía en el mismo lugar, con la misma botella, con la misma expresión en el rostro. – No es bueno beber solo – dije mientras caminaba en dirección a él, me vio. Al estar a su lado pregunté si podía sentarme junto a él y se hizo a un lado, aunque no era necesario, había espacio de sobra. Me senté y, tal vez, un poco adrede, lo hice bastante cerca de él.

Él se iba, se iba y ya.

Yo llevaba mi mejor cara, predispuesto a entablar una charla y él era todo lo contrario. Acerqué mi botella para brindar, él apenas si miró y casi hasta con compromiso dirigió su botella a la mía. Corrí mi brazo, alejándolo de él lo más posible, como alemán que soy no puedo aceptar algo así. Me miró, sorprendido. Costumbres son costumbres - Vengo de Alemania y allá hay una costumbre. que dice que cuándo brindas con alguien, tenés que mirarlo a los ojos porque si no vas a tener siete años de mal sexo – dije y me dio gracia contarlo, quise reír pero preferí no hacerlo. Seguí mirándolo. Ahora que lo dije entiendo que tal vez no debería haberlo dicho, siempre tan inteligente, Bill. Podría tomarlo a mal, podría levantarse e irse. Podría... no sé, pero podría ser malo y solo por un comentario idiota. Aun así, simplemente no podía dejar de sonreír, hasta que se giró y me miró fijo a los ojos. Quedé inmóvil ante sus ojos fijos en los míos. Noté sus ojos separarse de los míos por tan solo unas milésimas de segundo para luego volver a mirarme. No podía librarme de esa mirada, ni aunque quisiera, ni aunque escapara, ni corriendo la vista. No quería. Se estaba acercando o tal vez son solo mis nervios. Se está acercando. Sus ojos ya no me tensaban. Su mirada fija en mí tampoco. Tenía su rostro casi pegado al mío. Sentí su brazo cruzar por delante de mi cuerpo. Temblé. Seguí mirándolo, él no hacía nada más que solo acercarse y mirarme. Nadie decía nada ¿eran acaso necesarias las palabras? El ruido de dos vidrios chocando el uno con el otro se escuchó al mismo momento que decidí terminar con la distancia y besar sus labios. Cerré los ojos y simplemente me dejé llevar, esperando que él decidiera correrse, irse y no volver a hablarme por los próximos días que estuviera acá. Era solo poner mis labios sobre los suyos, era solo sentir el tacto unos segundos, era el éxtasis que algo tan simple me daba, era él, ahora presionando sus labios sobre los míos. Era yo, esperando que el tiempo se detuviera. Era él, otra vez, aún con un tacto suave, con un movimiento lento, acorralando mi labio superior en un leve beso que no quería terminar. Era mi corazón bombeando sangre como nunca, era mi cuerpo temblando, era el miedo, era la incredulidad, era la inocencia del beso. Éramos nosotros.

Fueron solo unos segundos, él luego se corrió y me miró, con cara de sorpresa. Yo también estaba sorprendido. Nos miramos, sin decir nada. Ya no era la misma expresión que antes. Mi corazón seguía latiendo a mil por hora, mi cuerpo seguía temblando y yo lo seguía mirando. Cerró los ojos y negó con la cabeza. Su expresión volvió a cambiar. Corrió su brazo que cruzaba en frente mío. Se corrió él. Apoyó ambos brazos sobre sus piernas y su mirada se dirigió al suelo. Yo seguí mirándolo. – Perdón – fue lo único que pude decir y me acomodé,  aun sentado, usando de apoyo una de mis manos. El volvió a negar con la cabeza. ¿Por qué no se iba? ¿Por qué no decía nada? ¿Por qué no se movía? Nos quedamos ahí, inmóviles los dos. La noche cayó, las luces de la calle se encendieron. Me volví a acomodar, dejé la cerveza que no había bebido a un costado y apoyé ambas manos a mi lado. Suspiré. Tal vez debería irme. El silencio, su inmovilidad, su poca reacción, simplemente me ponen más nervioso que cualquier otra cosa. – Yo... - comencé a hablar. Hice fuerza con mis manos sobre el suelo para ayudarme a levantarme, cuándo una de sus manos se posó sobre la mía, aún sin mirarme, aun sin expresión, siendo el único movimiento que había hecho

-          No... - dijo – solo... quédate un poco más. – y eso hice. Destensé mis manos y ahí me quedé, mirando como Martín miraba al suelo con su mano sobre la mía, impidiendo que la sacara.

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