Capítulo 39

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Al volver a la oficina me encontré con el contestador lleno de mensajes con gente quejándose por haber cancelado las citas de hoy... podría haberle dicho a Lia que las tomara pero ya es muy tarde. Volví a sentarme frente a la computadora y, mirando mi agenda, comencé a rearmar todo lo que hoy dejé... siquiera podía pensar bien, la cabeza me mataba reproduciendo los gritos de hoy por la mañana ¿habrá sido mucho? ¿habré reaccionado muy mal? No, no... tal vez. O tal vez él está nervioso, puede ser eso ¿Será que no sabe como hacer para pedirme casamiento y eso lo tiene mal? ¡Samanta te vas a casar! No podés pelearte por algo así, tendrías que ser más comprensiva, comencé a repetirme.

Teníamos muchas cosas que hablar con Lia sobre los posibles candidatos para entrar a trabajar y las entrevistas y, sin darme cuenta, por primera vez en varias semanas se me había hecho tarde y entre e-mails y llamadas el sol ya comenzaba a caer. Apagué la computadora, tomé mis llaves y salí en dirección al departamento. Estaba vacío, las luces apagadas. Martín no había vuelto ¿Por qué tuve que reaccionar así?

Tomé mi celular de mi cartera y marque su número, esperando que me conteste me senté en el sofá, nerviosa... Fueron varios tonos hasta que al fin escuché su voz del otro lado del teléfono.

-          ¿Sí? – dijo casi tímido, podría decir, en voz baja, desganado... lo conozco demasiado para no saber todo lo que siente con solo escuchar una palabra que sale de su boca

-          Martín – comencé - ¿no vas a volver? – hablaba en un tono compasivo... no quiero que nos pelemos así. Esperaba volver y encontrarlo acá, así estuviese enojada, él tenía que estar acá

-          Me dijiste que... - lo interrumpí

-          ¿Desde cuándo haces lo que te digo? – lo escuché reír por lo bajo, intentando no hacerlo

-          No sé... desde hoy – podía hasta imaginarme su sonrisa intentando salir y él queriendo ocultarla

-          Disculpá por lo que te dije hoy, sé que sabés lo que haces y yo solo... no sé

-          Yo reaccioné mal, Samanta

-          Sami – susurré sin darme cuenta... ya no me decía Sami

-          ¿Qué?

-          Nada... ¿Vas a volver?

-          ¿Querés que vuelva?

-          Sí... sí quiero – él no contestaba pero tampoco salía de la línea, escuchaba su respiración a través del teléfono – por favor – sentía los ojos llenándose de lágrimas poco a poco que luchaban por caer. ¿Cómo pude llegar siquiera a dudar en algún momento que no quería que volviese? ¿Qué me quedaba sin él?

-          Yo... en un rato estoy ahí

-          Martín

-          ¿Sí?

-          Te amo – lo escuché suspirar

-          Yo también – y cortó, sin decir más nada.

No pude evitar las lágrimas que empezaban a caer de a poco... si tan solo me hubiese guardado esos comentarios, si hubiésemos elegido no seguir la discusión...

By Martín

Estaba solo, sentado en una plaza, con una botella de agua en la mano. No, no esperaba que llamara ni esperaba que me hablase como lo hizo. Su voz entre cortada, susurrando, conteniéndose. La escuchaba hablar y su cara, sus expresiones, todo aparecía frente a mi. Sus ojos mirándome fijo, su boca temblando intentando sonreir al no querer llorar y después, tan solo una milésima de segundo después, aparecía Bill. Aparecía con sus ojos cerrados, sentía todavía su presión sobre mi y solo quería desaparecer. ¿Cómo había logrado cambiar todo? ¿Cómo había logrado hacerme olvidar a Samanta? Si tan solo lo hubiese sabido... si solo hubiese sabido que alguien como él se iba a cruzar en mi camino ¿qué hubiese pasado? Seguro hoy no estaría teniendo ésta lucha interna, seguro no tendría un anillo de compromiso guardado en mi armario esperando a salir, sabiendo que no lo haría. No, por lo menos no ahora pero ¿cuándo? ¿Podia siquiera seguir ésta relación después de lo que hice? 

Lo odio. Lo odio porque sin buscarlo, sin quererlo, apareció en mi vida cuándo la creía completa, cuándo creía que nada me faltaba llegó. Llegó para demostrarme que no me faltaba algo, me faltaba todo. Todo él. Desde su pelo hasta su risa, su voz incómoda, sus manos recorriendo mi cuerpo ¿Podía siquiera compararse a lo que siento al estar con Samanta? Apareció y le dio un giro a mi vida, la que tenía resuelta, para volver a poner un incógnito que cambiaría la ecuación que llevaba años intentando resolver, obligándome a volver a empezar. Obligándome a cuestionarme cuál de los factores debía quedar de lado, cuál debía llevarse mi atención para llegar a un resultado... al correcto ¿qué era lo correcto en éste momento cuándo tenía a una mujer pidiéndome que vuelva a casa con ella y un hombre al que probablemente no vuelva a ver en mucho tiempo? ¿Amor a primera vista? Sí, siempre creí en eso pero ¿no se supone que es para siempre? ¿Qué el amor a primera vista te pasa solo con la persona indicada? ¿Indicada para cuándo? ¿Por cuánto tiempo? ¿Cuáles eran las posibilidades de haberlo conocido? ¿Había sido el destino? ¿Lo habría conocido de no haber conocido a Samanta? De no haberla conocido a ella no tendría estas dudas... de no haberlo conocido a él... De no haberlo conocido a él podría estar comprometido... podría estar preparando mi boda... Podría estar seguro de saber quién es el amor de mi vida. Ahora todo son solo dudas. Dudas y Samanta diciéndome que me amaba, que me esperaba y yo no pudiendo responder.

Terminé mi botella de agua y emprendí camino al departamento... después de lo de hoy no se merecía que le hiciera más mal... No hoy.

Mi teléfono volvió a sonar - ¿Qué le dijiste? ¿Te das cuenta que Sam no se merece algo así? - ¿Me estaba cargando? ¿Ahora? Volví a guardar el teléfono. No necesito más nervios, no ahora.

Pocos metros antes de llegar busqué las llaves en mis bolsillos y poco a poco la introduje en la cerradura, despacio, nervioso ¿debía? ¿quería?

La luz de la sala de estar estaba encendida pero no la veía. Vi su bolso al lado del sillón. Miré la hora... había tardado casi dos horas en llegar desde que ella me llamó. Me acerqué más para encontrarla recostada sobre el sofá, aún con la ropa que hoy por la mañana le había visto, tampoco se había quitado los zapatos. Estaba dormida.

Me puse en cuclillas a su lado, la miré. Tenía los ojos manchados, era maquillaje. Había llorado y era mi culpa. Me había estado esperando. Seguro se durmió llorando y soy el único responsable y mi malestar es solo la culpa de haberla hecho sentir así porque, aunque quisiera, no me arrepiento de lo que hice, no podría siquiera arrepentirme.

La tomé en mis brazos para cargarla al cuarto, tal como habíamos hecho la primera noche que pasamos en éste departamento. Tal como hubiése hecho en nuestra noche de bodas, de existir alguna. La acomodé con un brazo rodeándome y su cabeza sobre mi pecho y comencé a caminar a nuestro cuarto. Me encargué de quitarle los zapatos y el saco, de taparla y dejarla dormir. Me vestí para recostarme yo también pero al sentarme en mi lado de la cama simplemente no pude. Era la culpa comiéndome la cabeza. Era la culpa y las ganas de que no sea ella la que estuviese en la cama ahora mismo.

Bajé y me recosté sobre el sofá... al menos por hoy sería lo mejor.

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