Edición limitada

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Kyle

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Kyle

—¿Es mi impresión o tu madre cree que estamos saliendo? —dijo repentinamente Isaac, mientras regresaba de su habitación.

El de ojos verdes había estado tan concentrado en los dibujos que estuvo viendo que pegó un pequeño brinco. Su amigo podía ser muy sigiloso para semejante mastodonte.

Ese día se encontraban en casa de Isaac, esperando a que Sally terminara con sus clases de ballet y se les uniera con su nuevo novio, Marcus. Ellos habían comenzado a salir un poco antes de Halloween y realmente se veía que se gustaban, porque ya habían oficializado su relación. El último paso para ello era conocer a los amigos de la chica.

—¿Por qué dices? —preguntó Kyle mientras dejaba los dibujos de Isaac en la mesa. El chico tenía talento y no le sorprendía que hubiese escogido Arquitectura como su carrera.

Su amigo se aclaró la garganta y se inclinó sobre el respaldo del sofá, muy cerca del de ojos verdes, cabía decir.

—«Hola, Isaac. Fue un gusto compartir contigo Acción de Gracias, desde hace mucho que no veo a mi hijo divertirse con alguien como lo hace contigo». —Kyle inmediatamente se cubrió el rostro, avergonzado—. «Sé que es pronto y probablemente tendrás planes, pero aun así me gustaría saber si quisieras venir para Navidad. Te lo pregunto yo porque sé que mi hijo no lo hará por ser tan testarudo. Realmente se ven felices, puedes responderme cuando desees».

Cuando el pelinegro terminó de leer el mensaje, lo único que pudo hacer el de ojos verdes fue hundirse más en el sofá y tomarse el puente de la nariz, entre apenado y frustrado. ¿Realmente su madre le había escrito a Isaac para complotar una festividad juntos?

—Esa mujer no conoce límites —comenzó a decir, más para sí que para su amigo.

Se quedó solo unos segundos más así, siéndole imposible ver a Isaac a los ojos, hasta que sintió su proximidad en su rostro. Abrió los ojos, y observó la oscura mirada del chico a una distancia prudente, pero que dejaba mucho a tentación.

—¿Le hablas de mí a tu madre?

Kyle no pudo evitar recordar aquella vez en el hospital, cuando le dijo a Bárbara que Isaac lo estaba acompañando y se le salió una sonrisa tonta. No recordaba haberle hablado otra vez de su amigo, pero sabía que eso fue suficiente para la mujer para hacerse otra novela en su cabeza.

El de ojos verdes, rehusándose a volver a ser intimidado, se acercó lo poco que faltaba para rosar las puntas de sus narices, lo cual le borró un poco la sonrisa a Isaac.

—Solo en tus fantasías —le dijo, con una sonrisa socarrona.

No se quedó por más tiempo en esa posición, sino que se puso de pie, justo cuando alguien tocaba a la puerta.

Le abrió tranquilamente a su mejor amiga y a la pareja de esta, mientras aún sentía la mirada de Isaac puesta en su persona. Sin embargo, muy pronto ese peso se esfumó, porque el pelinegro también se acercó a saludar.

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