35. Un Buen Trato (4/4)

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Dean respondió las preguntas del psicólogo vagamente. Estaban entrando a las preguntas personales donde tenía que relatar alguna situación de acoso qué haya presenciado o le hayan hecho. Él estaba nervioso al igual que sus amigos. Pero después del arrebato que se dio, ya no estaba al tanto del interrogatorio, en realidad después del arranque de Uniel, se hallaba sumergido en sus pensamientos.

«¡Dejame golpearla!» recordó a Uniel con voz eufórica mientras él se ponía de barrera entre su enojo y Ebi. Le pareció raro detener a Uniel por defender a una marginada, pero sólo estaba siguiendo un plan.

Un plan incómodo, pero ingenioso.

Dean estaba ahí, a la mirada analítica de los psicólogos y a las preguntas que habían hecho de presentación. Aquel momento lo hizo sentir familiarizado con su niñez. El silencio, la sala y el papeleo.

Dean recordó cómo después de la violacion que pasó unas cuantas veces, al aislarse de todos, pelear en la escuela y estar a la defensiva con todos los que se le cruzaban, fue obligado a contarle a sus padres lo que sucedía

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Dean recordó cómo después de la violacion que pasó unas cuantas veces, al aislarse de todos, pelear en la escuela y estar a la defensiva con todos los que se le cruzaban, fue obligado a contarle a sus padres lo que sucedía. Por supuesto, que esto no se dio como ellos esperaban, en repetidas ocasiones, la platica terminaba con Dean dando pataletas en el suelo buscando que sus padres cerrarán la boca o con golpes, así que, decidieron disminuir su insistencia y llevarlo al psicólogo donde les dirían cómo actuar.

La sesión que tuvieron en familia fue algo dura para Dean y sus padres, pero la psicóloga actuó de manera profesional y logró sacar el lado herido del niño, que después de largas sesiones decidió contar lo que le pasaba.

Esto impactó a sus padres y los hizo alejarse de la familia paterna por unos meses. Sin embargo, Maden pensaba que podrían solucionar un tema así hablando en familia con la promesa de que no volvería a pasar. A lo que Miranda explotó contra él, y le dio a escoger entre sus hijos o sus padres.

Dean había escuchado lo que su padre quería hacer, día y noche estaba atento a las discusiones donde él siempre intentaba excusar a su padre

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Dean había escuchado lo que su padre quería hacer, día y noche estaba atento a las discusiones donde él siempre intentaba excusar a su padre. Pasaron algunas semanas, hasta que su madre puso un alto a su insistencia e hizo una denuncia. Esto desestabilizó a su padre, el abuelo de Dean era reconocido en el mundo de los negocios, por lo que la denuncia lo tomó desprevenido y lo hizo escoger —eso sí no quería que su imagen se viera manchada en el trabajo— y gracias a esto la madre de Dean sugirió alejarse para que él pudiera recuperarse y tener una buena vida.

Desde aquel momento, Dean comenzó a odiar a su padre y comenzó a sabotear su día a día, incluso en una nueva ciudad, él no estaba dispuesto a olvidar. Las sesiones se retomaron en Amtoba y la violencia  en las sesiones dejó de aparecer. Ya no había juguetes aventados, rabietas, rasguños, o peluches cortados con el relleno fuera. Poco a poco, Dean hablaba más de lo sucedido, logrando comunicación con los adultos presentes, y aparentemente la reacción violenta que solía tener desaparecía, o al menos eso pensaban.

 Poco a poco, Dean hablaba más de lo sucedido, logrando comunicación con los adultos presentes, y aparentemente la reacción violenta que solía tener desaparecía, o al menos eso pensaban

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—¿Qué opinas del acoso escolar?

Dean levantó la mirada con la mandíbula tensa.

«Pues lo que todos dicen, estúpidos».

Él sabía que estaba mal. Es lo que se decía siempre del tema, “Está mal cuando hacías sentir mal a otros”. O eso es lo que había escuchado a lo largo de su vida escolar, pero para ser honestos, a él no le importaba.

—Es malo —dijo con molestia —. Siempre se habla del acoso, y sabemos que está mal. ¡Es pésimo!

Dean refunfuñaba ante la pregunta tan estúpida, pero le causaba más pena responder con un argumento tan mediocre.

La entrevista siguió con normalidad. Dean se pudo retirar a su siguiente clase con aire relajado y los psicólogos se prepararon para la siguiente sesión un poco cansados.

La directora hizo presencia con un fuerte sonido desde la entrada y los tres la observaron mientras mostraban una postura más profesional.

—Buenas tardes —saludó en tono fuerte—. Si gustan pueden tomar un descanso, los invito a mi oficina a comer.

—Muchas gracias, directora—respondió animado, Marcus que hace un momento se veía sin mucha energía.

Marcus se levantó de su asiento en compañía de Leo. A lo que la directora busco la compañía de Natali para salir.

—¿Qué tal la escuela? —preguntó la directora con una sonrisa un poco forzada.

—Tiene muy buenas instalaciones —contestó Natali.

—Muchas gracias, tratamos de darles todas las herramientas a los estudiantes.

—Vimos que tiene muchos talleres.

—Y también muchos beneficios a nuestro equipo de trabajo —respondió pretensiosa —. Tenemos un buen ambiente.

La directora mostró amabilidad hacia Natali con el fin de que hablara de los expedientes de los estudiantes, quizá así podría evitar que alguna situación mal vista llegará al programa.

—Muchas gracias, por el momento trabajamos para el gobierno.

—Mi invitación seguirá en pie. Después de todo, ya conoció un poco a los estudiantes.

—Sí, y algunos tienen temas que tratar.

—¿Se refiere a la situación de la estudiante?

—Claro.

—Buscamos que aquí tenga un ambiente seguro, la escuela cuenta con apoyo emocional.

—Por eso mismo la mandamos a llamar. Le comentábamos que sería bueno que vea por qué los estudiantes no se acercan al psicólogo escolar.

—Eso mismo haré. Después de todo son temas personales a tratar. ¿No cree?

—Aún no se puede descartar nada.

La directora desvío la mirada un poco molesta.

—Pero si ya trató a los estudiantes, no podrían tener algo más que sea para señalar dentro de mi escuela.

—Eso no se sabe, directora. Solo es una sesión rápida la que nos mandaron a ejercer.

—¿Y con eso no pueden ver si hay algún problema o no?

Natali alentó su paso y miró fijamente a la directora con fastidio.

—Somos psicólogos, no adivinos.

—Claro, claro —respondió posando una mano en el hombro de Natali—. No lo malinterprete, sólo quería saber si llegaron a notar algo, quizá algo que tengamos que saber de los estudiantes.

—Ya veo. En ese caso, le aconsejamos que busque un psicólogo y no un psicólogo educativo.

La directora sonrió fingiendo interés, no es la respuesta que esperaba. Pero al menos podría sacar algo en la comida que les tenía preparada por la cocina de la escuela. Se acercó a la puerta corrediza y les indicó el paso.

—Pasen, por favor.

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