39. La Herencia (2/2)

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Ebi bajó la mirada ante el amargo recuerdo.

La gente pasaba de un lado a otro desapercibidos de la extraña silueta cerca del ventanal

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La gente pasaba de un lado a otro desapercibidos de la extraña silueta cerca del ventanal. Cada integrante pasaba por los pasillos con sus vestidos y trajes relucientes.

Ebi hizo una mueca de desagrado al ver la escena de una familia tan exitosa y a la vez tan hipócrita. Tiempo atrás había intentado agradar a todos en esa casa, quizá a aquellas personas no se les mendigaba amor. Ella lo sabía, pero decidía permanecer cerca, quizá porque es lo único que conocía. Lo más cercano a lo que es tener una familia.

Se puso a reflexionar de que quizá podría dejar de buscar amor en ese lugar -o verse tan obvia con la necesidad de quererlo- después de todo ya tenía una amistad con la que podría pasar buenos momentos.

Ebi levantó sus ojos cafés que se perdían con el color de sus ojeras que eran algo pronunciadas. Y se percató de una mirada fría y juzgadora cerca de uno de los pasillos que daban al gran salón. Era el padre de Adam. Ebi escaneó su cuerpo que reposaba sobre una silla de ruedas, había pasado tanto tiempo, que no recordaba la cara de ese señor tan huraño. Esté le hizo una seña para que se acercara, Ebi miro cerca suyo para ver si es a ella a quien se dirigía, y en efecto, el señor la volvió a llamar.

Ella se levantó extrañada y se acercó.

-Sígueme -le indicó.

Ella obedeció. Ambos cruzaron por el pasillo hasta llegar a la biblioteca. Adam se extrañó ver a su padre comportarse así, nunca dejó que Ebi caminara a su lado, siempre la mandaba detrás de todos o en otras ocasiones pedía que se saliera de las fotos familiares, por lo que era de extrañarse verlos juntos.

-Papá -llamó Adam antes de que cerraran la enorme puerta.

-Vete, tengo que hablar con ella.

Adam se alejó confundido y cerró la puerta por ambos. Ebi miró la biblioteca que tenía aquél anciano detrás de su escritorio, era tal cual como la había visto la última vez. Incluso se le vino a la memoria la vez que se cayó por querer alcanzar un libro, se quedó llorando, pero nadie fue a su llamado, hasta que salió de aquel lugar y le contó a Adam lo que había pasado.

El señor bufó, miró a Ebi de arriba a abajo y se acercó a su escritorio para sacar unos papeles.

-Tú presencia en esta familia fue un error -confesó tajante.

Ebi no se sorprendió por su comentario doloso. Casi todas las veces que abría la boca era para causar un dolor emocional, esos dolores que a Ebi la hacían sentir tan pequeña, como si su existencia fuera para pisotear. Pero ya estaba tan acostumbrada por Dean, que no creía que su autoestima podría pasar del suelo, tanto que si caminaban sobre ella no reaccionaría.

Ebi asintió con la mirada baja.

Él la miró por un instante, posó sus manos sobre ambas ruedas y se acercó a la cruz de madera que tenía colgada en la pared. Ambos sintieron el silencio de la habitación hasta que se giró hacia ella rompiendo la falsa barrera.

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