41. Amor Forzado

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Adam golpeó a Ebi en la cara. Ella cayó estrepitosamente al suelo y se levantó.

El hermano de Adam sonrió a la pelea que estaba presenciando.

—¡Me has dejado dependiente a ti! —gritó mientras posaba una mano sobre su nariz que comenzaba a gotear sangre.

Él comenzó a perseguirla por toda la casa. Ebi aventaba todo a su paso intentando frustrar sus pasos, pero los objetos esparcidos complicaron la carrera de ambos. Por suerte, el miedo de Ebi actuaba a su favor.

La reacción de Adam era tan rápida y violenta, que cualquier persona alertaria el cuerpo para moverse lo más pronto posible. Como si de un auto a punto de causar un accidente se tratara. La situación era muy tensa, no hacían caso a los gritos que podían llegar hasta oídos de los vecinos. Si se aparecían en la puerta, era lo de menos.

En Adam sólo rondaba una ira descontrolada, llegaría a ella para acabarla con golpes sí o sí. Su tratado de paz se había pospuesto, ahora sólo estaba a la mira el gran odio que se tenían, y su hermano mayor era testigo de ello.

Ebi aprovechó su enojo para que esté creciera aún más, tiraba cosas de valor para él, y así ambos entrarán en un círculo vicioso.

—¡Tú fuiste un error! —gritó Adam a espalda de Ebi —¡No mereces nada de mi familia!

—¡Yo no he pedido nada!

Ebi corrió escaleras arriba con Adam aventando lo que se encontrará en el suelo, sin importar qué era lo que agarrase. Ella optó por algo que le hiciera daño, aventó estatuas del pasillo, esperando que alguna lo golpeara.

«¡Corre!» se repetía ella con su corazón a mil.

Aquella sensación de ansiedad, alteraba su realidad presionando sus emociones más vulnerables. Sentía miedo y desesperación. Hace unos días que aquella mala experiencia había desaparecido, pero no en su casa, donde al menos si podía regresar el golpe.

Cuando Adam subió al mismo piso, los dos se miraron con la respiración agitada.

—Estúpido.

Adam alzó una ceja.

Desde que salieron de Neimenia, Adam no paraba de maldecir, no soportaba la idea de que su padre tuviera consideración con Ebi. Algunos habían coincidido a su causa y otros le daban la razón a Adam.

—Ya déjala, Adam —dijo su hermano que había subido las escaleras y miraba con una sonrisa las estatuas en el piso.

Ebi abrió la puerta de su habitación y cerró la puerta con seguro.

—¡¿Cómo pretendes qué no me exalte después de lo que acaba de hacer nuestro padre?!

—Creí que entenderías sus acciones.

—¡¿Cómo entenderlo?! ¡Sabes que él odia a Ebi desde el momento en que la vio!

—Como todos, Adam —dijo mientras se acercaba a una de las estatuas y las levantaba para ver qué tan valiosa era —Sabemos que si ella sigue por aquí, es por tu difunta esposa.

Adam se cruzó de brazos. Su hermano dejó las estatuas en el suelo y se acercó a Adam.

—Creo que mi padre tuvo una buena idea. ¿O es que tienes una mejor idea para deshacerse de ella?

Adam frunció el ceño.

—Por supuesto, pero si no lo he hecho es por mi esposa y por los medios.

Su hermano suspiró. Levantó su celular y llamó a sus sirvientas y al mayordomo que se encontraban en el auto de servicio, donde habían permanecido hasta que se les diera la indicación de regresar junto a su jefe. Él bajó las escaleras, les abrió la puerta y les indico que limpiaran el lugar. Adam se acercó menos exaltado.

Ebi abrió la puerta de su habitación y se acercó lentamente a las escaleras para escuchar la conversación. Se sentó en uno de los escalones mientras veía hacía el comedor donde ambos hombres se sentaron y pedían una copa de vino al mayordomo.

—Creo que nuestro padre está dando una buena opción. Vamos, ambos ganan. Toda la familia fue buena con una desvalida, le dio a probar un lugar que jamás tendrá.

Ebi bajó el rostro y posó su mano derecha sobre este. El comentario le había dolido porque le daba la razón.

Estaba demás decir que es la única familia que le daría un título como miembro. Nunca fue la mejor opción para las personas que iban en busca de un niño, su físico era poco llamativo, nadie buscaba una niña sin gracia. Poco a poco generó su identidad en base a eso, cuando iban padres y madres a buscar un niño, ella se escondía, ni se molestaba en presentarse, daba lo mismo si estaba presente.

—¿Una familia?

—Exacto, lo que tú tampoco tienes sin nosotros —dijo el hombre dándole una leve palmada en el brazo a modo de broma.

Adam lo tomó de la mano y lo apartó.

—Creo que a pesar de que tengas una familia, nunca puedes darles los lujos que yo le doy a Ebi. ¿Es esa la razón de tu comentario?

—Para nada —contestó soberbio.

Adam se levantó exaltado.

—Si no tienes nada que decir, entonces vete de mi casa.

Su hermano se levantó.

Ebi se sentía cada vez más vacía con su plática. Era un reemplazo, un lugar como hija que no logró llenar, aquel lugar le había quedado grande para alguien tan poca cosa como ella.

—Bien. Yo sólo te digo que si aceptas el acuerdo de nuestro padre, puedes deshacerte de Ebi sin dejar consecuencias.

Adam acompañó a su hermano a la entrada, los sirvientes se acercaron para retirarse y él tomó su abrigo que había dejado en el perchero.

—Ya te lo he dicho, ambos ganan, Ebi una compensación por ser una sustituta y tú librarte de ella.

Adam bufó a su argumento y dejó a su hermano irse.

Poniéndolo de ese modo, era una buena oferta, más allá de que él no quisiera que recibiera nada de su familia. Es verdad que podría ganar algo de ello, pero ahora, no estaba seguro. Ebi nunca fue algo para él, no obstante tenía que admitir que le daba miedo estar solo.


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