Capítulo 01

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Los recuerdos que tenía de mi infancia antes del nacimiento de mi hermana eran escasos. Recordaba las visitas al hospital, un cumpleaños en el que me vestí de león y también un par de dibujos que le hice a mamá, pero fuera de eso solo había un par de vagos recuerdos y poco más. Era normal que con el pasar del tiempo todo aquello fuera quedando en el olvido y solo recordara vagamente lo que me hizo muy feliz cuando niño, pero había algo que siempre me inquietó aunque nunca lo dije en voz alta.

A pesar de que no lograba recordar demasiadas cosas sobre mi niñez, los pocos que lograba recuperar eran con mi madre. Sí, había un par en los que aparecía papá, pero los más antiguos, los que estaban borrosos, siempre eran con ella.

Era extraño y por eso dejé de cuestionarme al respecto.

— Aydan, baja a desayunar o llegarás tarde. — Escuché que mamá gritaba desde la planta baja.

— Ya voy. — Respondí.

Me puse los aretes pequeños que me había comprado con el dinero de la mesada. Había estado ahorrando, uno o dos dólares por semana, pero era algo que lograba mantener en mis bolsillos.

Bajé las escaleras rápidamente, más concentrado en ponerme el reloj que en mirar en dónde estaba pisando.

— Quítate esa mierda de las orejas, no quiero que me vuelvan a citar. — Masculló papá tan pronto me vio entrar a la cocina.

— ¡Esa boca! — Lo riñó mamá.

— Los compré para usarl... — Mis palabras fueron interrumpidas por una voz adormilada.

— Mierda, mierda, mierda. — Los tres nos giramos hacia el marco de la puerta, en donde se encontraba mi hermana, frotándose los ojos y bostezando.

Rápidamente giré la cabeza hacia donde se encontraba mi madre y la vi apretando los labios, posiblemente para no decir alguna cosa que empeorara la situación. Papá tenía una de sus manos cubriendo su boca mientras observaba con arrepentimiento a su esposa.

Se iba a llevar un buen regaño...

— Ardilla, eso no se dice. — Le dije con voz suave mientras me acercaba a ella. — Es algo malo que dicen los adultos. — Susurré y se cubrió la boca antes de alzar los brazos para que la cargara. — Ahora, di buenos días.

— Enos díash. — Saludó una vez que sus brazos rodearon mi cuello.

— Buenos días mi amor. — Caminé hacia la mesa y me senté con ella, acomodándola en mi regazo para que también pudiera desayunar. — ¿Dormiste bien? — Odet asintió en respuesta a la pregunta de mamá.

— Que preciosa amaneció la princesa de papá. — Rodé los ojos.

Sabía que papá y mamá nos amaban a ambos por igual, pero él consentía demasiado a Ardilla.

Odet ya tenía siete años y sabía caminar perfectamente, sin embargo, cuando papá aparecía ella no quería que sus zapatos tocaran el suelo, únicamente pedía ser cargada por él. Mamá y yo la cargábamos, pero solo muy poco y ella en cierto tiempo pedía que la soltáramos, algo que no sucedía cuando estaba con papá.

A pesar de que Ardilla era una buena niña, bastante tranquila y respetuosa, eso no era un pretexto para que le comprara todo lo que ella pidiera. Mamá y él habían tenido un par de discusiones por eso mismo, aunque claro, ellos juraban que nadie se enteraba de sus desacuerdos por la crianza de la pequeña de la casa.

— Grofres, grofres, grofres. — Canturreó cuando tuvo el plato frente a ella.

— Ey, eso es mío. — Le susurré mientras comenzaba a hacerle cosquillas para que no acabara con mi desayuno.

— Aydan, come o no vas a llegar a tiempo. — Mamá se levantó de su silla y se estiró sobre la mesa para partir un pedazo de mi gofre y comérselo.

— ¡Mamá! — En mi descuido, Odet tomó uno con las manos y le pasó la lengua porque sabía que así no iba a quitárselo. — Mira lo que... Ya no importa.

— Rico. — Murmuró mi hermanita mientras se devoraba lo que iba a ser parte de mi desayuno.

— Sí, lo sé. — Suspiré. — Disfrútalo por mí. — Besé su cabello y me levanté, acomodándola a ella en mi silla. — Ya me voy familia, nos vemos luego.

— Alto ahí jovencito, no has desayunado nada. — Mamá se puso de pie para correr hacia la alacena y sacar un par de bolsas.

— No te preocup... — Vi cómo papá trataba de enseñarle algo a Ardilla y poco después sentí que algo me raspaba la barbilla y la boca.

— Muerde. — Ordenó mi preciosa hermanita mientras papá se giraba, posiblemente riéndose de mí. — Ahhhh. — Emitió al mismo tiempo en el que abría la boca y me mostraba los pedazos de comida que todavía quedaban en sus muelas.

— Ah. — Abrí la boca y mordí parte de aquel gofre babeado por mi hermana.

Me juré que aquella iba a ser la primera y última vez que eso sucedía y cumpliría con eso incluso si debía morir de hambre.

— Gracias por el desayuno, Ardilla. — Me limpié lo más rápido que pude, tomé las bolsas de galletas que mamá había sacado para mí y salí en dirección a la puerta principal. — Hasta luego. — Grité desde allí.

Los miércoles eran los únicos días de la semana en la que se me permitía ir a la escuela solo, sin que papá o mamá me llevaran. Por lo general caminaba con Odet y la llevaba hasta su salón antes de reunirme con mis amigos, pero ese día ella no tenía clases y me tocaba ir solo.

Esa Ardilla consentida... Desde que nació todo lo que tuviera que ver con ella se volvió mi prioridad. Siempre que podía la hacía reír y trataba de demostrarle lo mucho que la amaba.

Si me ponía a buscar en los profundos rincones de mi borrosa memoria, lo primero que podía recordar de ella era su sonrisa. Desde siempre había sido muy risueña y amorosa, no recordaba ni un solo momento en el que ella hubiera hecho un berrinche o no quisiera mostrarle afecto a alguien.

La pequeña bolita sonriente que recordaba, solía abrazar y dejar besos llenos de saliva en mis mejillas, algo de lo que nunca me quejé. Cada vez que mamá la acercaba a mí, Ardilla babeaba mi mejilla e incluso la mordisqueaba con sus encías. Para mí eso era una de las mejores cosas de ser hermano mayor.

Sin embargo y para mi desgracia, mi hermana pequeña comenzó a crecer con el pasar de los años y con ello se agudizó mi sentido de sobreprotección.

Aydan Davis©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora