Capítulo 04

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Había pasado un año y mis calificaciones habían mejorado un poco. Tenía dieciséis años y lo que más quería era ser doctor y una profesión así necesitaba un promedio alto desde antes de entrar hasta que pudiera ejercer. Por eso mismo comencé a esforzarme un poco más y volví a tener los privilegios que papá me había quitado.

— ¿Esos dulces de dónde salieron? — Preguntó mamá, llamando mi atención.

— Me los dio Pitha. — Respondió una sonriente Odet mientras canturreaba y colocaba los dulces por colores.

Pitha... Ese niño tonto siempre había estado al lado de mi hermana y eso no me agradaba.

Odet era una niña que vivía en el castillo de cristal que papá le había creado así que ella no se había percatado de todo lo que hacía ese niño por ella, pero yo sí. Lo observaba todos los días y analizaba sus movimientos, listo para defender a mi hermana pequeña. Pitha White siempre le entregaba dulces, procuraba que ella no se hiciera daño y la protegía de los otros chicos, pero a mí no me agradaba porque él intentaba hacer lo que mi papá y yo debíamos, proteger a Ardilla.

— Mi lis dii Pithi. — Me burlé de ella.

— Aydan, no la molestes. — Me riñó mamá. — Voy a dejarlos solos un momento, espero no tener que castigarlos a ambos.

— No te preocupes mamá, me aseguraré de que la princesita no se atragante con los dulces. — Esperé a que mamá se fuera para volver a hablar. — Pitha feo, Pitha feo, Pitha feo.

Habían tres cosas que lograban enfadar a Odet: que se metieran con papá, que tocaran sus muñecas y que hablaran de su adorado Pitha.

— ¡Cierra la boca! — Gritó con voz chillona.

— ¿Por qué? ¿Te molesta que me burle de tu príncipe sapo? — Continué provocándola.

Supe que había cometido un grave error cuando no me lanzó los dulces por haberme metido con el niño tonto. Fui testigo de cómo sus ojos se fueron llenando de lágrimas y aunque traté que nadie más lo notara, su llanto fue mucho más rápido que mis intentos.

— ¡Papá! — Gritó mientras se ahogaba en llanto.

— Sh... Lo siento, lo siento. —Susurré pero mis palabras no hicieron nada más que aumentar sus lágrimas. — No llores, las princesas se ven feas cuando lloran...

— ¡Papá! — Gritó más fuerte.

Era más que evidente que me iba a llevar un buen regaño.

— ¿Ahora qué? — Lo escuché gritar desde la distancia.

— Nada. — Grité de vuelta a pesar de que el llanto de mi hermana era audible para todos.

Podía escuchar los pesados pasos que se acercaban rápidamente hacia donde nosotros nos encontrábamos. Sabía que era papá, él era el único que tenía unas botas pesadas. Era consciente de que era él y también de que estaría castigado por los próximos días.

— ¿Qué está pasando? — El pequeño y regordete dedo índice de Odet me señaló antes de alzar los brazos para que papá la cargara.

— Dijo...— Ardilla dejó de hablar cuando hipó. — Dijo que... Que Pitha era feo y...

— ¿Estás llorando porque a tu hermano le parece feo un niño? — Ella asintió. — ¿Tu defensa, Enano?

— El niño feo le regaló dulces. — El ceño de papá se frunció bruscamente y giró la cabeza hacia mi hermana, quien ahogaba sus sollozos en su hombro.

— ¿Por qué un niño te dio dulces? — Odet elevó el rostro e hizo un puchero.

— Es mi amigo. — Dijo, pero por la expresión facial de papá supe que mi castigo se había reducido.

Aydan Davis©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora