Amaba a mi hermana, pero entre ella, el hospital y la forma cruel en que papá me despertaba cuando estaba en la casa, iban a matarme. La pequeña Ardilla había hecho algo y citaron a nuestros padres, quienes por cierto no podían asistir a la citación y por eso mismo era yo quien debía ir. Por un lado podría entrar y estar al mismo nivel investigativo que Christian, pero también estaba el hecho de que detestaba la escuela con todo mi ser.
La mayoría de los recuerdos que tenía en aquel edificio implicaban relaciones, gritos, llantos y bromas pesadas que en ese momento eran graciosas, pero no era así después de ocho, nueve o diez años. Sí, fui popular, me escapé, vandalicé la escuela cuantas veces pude y estuve castigado cientos de ocasiones, pero volver a pisar aquel lugar era como revolcarse nuevamente en el barro.
Si no hubiera sido por papá y su estímulo monetario, Odet habría tenido que limpiar los baños que estaban cerca de la cancha de baloncesto, los peores. Debía admitir que durante a unos minutos pensé en dejarla sola, pero luego reflexioné. Si a mí no me había gustado en lo absoluto limpiar ese lugar, a ella mucho menos. Era una princesa, sus manos jamás habían tocado algo más sucio que la llave del lavamanos de un baño público y era una buena niña, no se merecía sufrir de aquella forma.
Aunque... Sí que se lo merecía. El día anterior me había lanzado hacia los leones sin ningún tipo de remordimiento. Mi único error fue aceptar esos cinco dólares y ser víctima de que papá me cuestionara en dónde gasto mi dinero.
Solo eso y mi hermosa hermana fue con todo hacia mi cuello.
— No quieres saberlo...— Murmuré mientras reía levemente.
— Gabs dice que se lo da a sus amigas. — Escuché que ella decía y mi risa se detuvo abruptamente. — Amigas que carecen de ropa.
Negué rápidamente con la cabeza como si pudieran verme.
— Espero por el bien de Gabs, tuyo y el de Aydan, que eso no sea cierto. — Mamá se escuchó aterradoramente peligrosa y supe que no era buena idea ir a verla en esos días.
— Mienten. — Dije rápidamente para tratar de defenderme. — Si no me compro ropa, ¿cómo crees que voy a ir por ahí regalando mi dinero para que alguien más se vista?
Por suerte mi hermana la boca floja dejó de hablar.
Esa Gabriella... Desde pequeña me había metido en problemas y al parecer eso nunca iba a terminar. Tendría que tener una conversación seria con ella para que dejara de hablar sobre lo que suponía que hacía en mi vida privada.
— Otra vez aquí. — Murmuré para mí mismo mientras me detenía frente a la oficina del profesor Xu.
Si Llorón White creía que no lo había visto rondando por donde estaba mi hermana, estaba muy equivocado. Sin embargo, en ese momento no podía acercarme y arrastrarla conmigo porque estaba obligado a escuchar las quejas que tenía un profesor.
Sabía que solo podrían darme quejas sobre el motivo de la situación, por nada más. Mi hermana era sumamente inteligente y responsable así que ver una mala calificación o escuchar alguna crítica sobre uno de sus trabajos era imposible.
Si algo me enorgullecía de esa Ardilla mimada era la forma en la que manejaba sus asuntos. Cuando tenía los ojos en un objetivo no se detenía hasta lograrlo. No importaba si estaba cansada, tenía muchas cosas que hacer, si se encontraba delicada de salud o si lloraba durante el proceso, ella no paraba. Sabía que con esa actitud ella lograría hacer grandes cosas, pero también me preocupaba porque al ser tan determinada no sabía cuándo era bueno detenerse un momento para respirar o simplemente porque no era conveniente.
Como con sus preguntas...
Era como escuchar un disco rayado todo el tiempo o peor aún, era como escuchar canciones antiguas en un día de limpieza. Siempre lo mismo, constantemente, sin ninguna variación.
Me preocupaba que en algún momento desconfiara de algo o surgiera una situación y ella no supiera cuando era bueno abandonarlo todo.
Yo había aprendido que a veces era mejor vivir en la ignorancia que tratar de obtener las respuestas de todo, pero ella todavía no había tenido que pasar por eso y temía que cuando lo hiciera fuera porque no hubiera sabido retirarse a tiempo.
— Adelante. — Nos informó el Profesor Xu.
Allí estaban el padre de Nao y la madre de Gaby, escuchando las quejas absurdas de ese hombre. Cuando nos dijo el motivo los tres rodamos levemente los ojos. Nao solía hablar mucho, por lo que su padre debía estar acostumbrado a que lo citaran y Gaby no era una chica tranquila, al contrario, su madre debía conocerse el camino a cada uno de los salones. Sin embargo, que nos citaran a nosotros por un estúpido chiste de "Xu, salud", era una maldita pérdida de tiempo.
Más bien parecía que esa citación era el verdadero chiste, uno de muy mal gusto.
Era una total pérdida de tiempo, si al hombre le afectaba tanto que lo tomaran como un estornudo, entonces lo mejor era que fuera a cambiarse el apellido y nos dejara a nosotros en paz.
— Deberían inculcarle valores a sus niños o...— Enrollé el papel que contenía las calificaciones de Odet y me puse de pie cuando me cansé de escuchar tonterías.
— Sr. Xu, no hable de los valores de nuestros niños sin saber lo que sucede en nuestros hogares o la educación que les damos. Solo se rieron de un tonto chiste que le causaría gracia a cualquier adolescente porque están en esa edad en la que todo les da risa. — Le tendí la mano a los padres allí presentes y me dispuse a salir de la oficina. — Llámenos cuando mi hermana, con excelentes calificaciones y sus amigas inseparables, hayan hurtado, vandalizado o hecho un gran alboroto. Mientras tanto le agradecería que no nos hiciera perder el tiempo. Nuestras niñas se rieron y usted tuvo que detener su clase, pero nos acaba de hacer perder la mañana para esto. ¿Acaso no hizo lo mismo que ellas? — Moví el papel entre mis manos. — Que tengan buen día señores, señora.
Cerré la puerta a mis espaldas y exhalé.
Esperaba que papá no se enterara de que me había ido de la reunión porque entonces también tendría que lidiar con sus reclamos y ya tenía suficiente estrés como para que él se metiera.
Comencé a caminar lejos del pasillo de las oficinas de los profesores, del despacho del director y de la enfermería. Cuando llegué a donde se encontraban los casilleros me detuve y retrocedí un poco para no ser descubierto.
— Que interesante...— Susurré para mí mismo.
El chico que vestía de negro estaba poniendo algo en un casillero y cuando se fue esperé un par de minutos para poder acercarme. Caminé hacia allí con pasos lentos y cuando me detuve en donde él había estado apreté los labios porque allí frente a mí se encontraba el casillero de mi hermana.
Ese chico le había puesto algo adentro.
— Y puedo apostar a que ella ni siquiera se ha enterado de su existencia. — Mascullé entre dientes.
Eso no me gustaba, no me gustaba en lo absoluto.
Tiré de la puertecilla del casillero y me alarmé al ver que no tenía ningún tipo de seguridad.
¿Qué rayos le pasaba a esa niña? ¿Acaso no tenía miedo de que alguien se llevara hasta las estampitas que tenía pegadas en las paredes metálicas?
Era un milagro que ella tuviera sus libros allí.
Después de pasar de mi asombro tomé el papelito de color verde que era lo único que desencajaba en aquel lugar. Todo estaba organizado menos la nota que se encontraba sobre algunos de sus cuadernos.
— Christian... ¿Qué diablos has estado haciendo todo este tiempo? — Mascullé entre dientes. — ¿No se suponía que ibas a cuidarla?
Si la estaba cuidando, ¿cómo era posible que White siguiera cerca suyo? ¿Por qué diablos un chico sospechoso le dejaba notitas entre sus cosas?
"Cada vez que me miras me pierdo en tu mirada".
Fui arrugando la nota lentamente hasta convertirla en una bola de papel que no dudé en tirar en el primer zafacón que encontré.
— Malditos mocosos. — Murmuré mientras caminaba hacia los salones para ver si la encontraba.
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Aydan Davis©
Romans💫Esta historia es completamente de mi autoría por lo que se prohíbe su copia o adaptación.💫 •Libro a parte de la trilogía AEL.• •Es necesario leer los primeros dos libros para conocer a los personajes y comprender ciertas situaciones.• Los hombres...