Capítulo 02

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Mi día en la escuela había sido una porquería.

Llegué a casa, subí las escaleras sin saludar a nadie y me encerré en mi habitación. Estaba molesto y frustrado, no era la primera vez que mi grupo de amigos me decían que habían visto a Iliana, mi novia, irse durante el horario escolar junto a algún otro chico.

Había estado llamándola, pero no respondía, algo que me ponía mucho más nervioso de lo que ya estaba.

Ella y yo habíamos estado saliendo durante algunos meses y aunque ambos teníamos quince años, ya habíamos estado juntos en un par de ocasiones. Cuando nos conocimos fuimos muy amigos y una vez que comenzamos a salir creí que ella era el amor de mi vida, hasta ese momento. Había llegado un punto en el que tenía tantas dudas que no era capaz de pensar en otra cosa. Llevaba meses soportando, haciéndome el tonto, pero ya no podía más.

— Vuelvo en unos minutos. — Grité antes de salir.

Tomé mi bicicleta y comencé a pedalear hasta llegar a la casa de mi mejor amigo, Christian y grité hasta que su madre salió y le avisó que estaba allí. Con él a mi lado llegamos a la casa de Iliana y detuve mi bicicleta en medio de la carretera.

— Échate a un lado, sus papás pueden salir en cualquier momento y nos buscarás problemas. — Señaló el garaje de la casa frente a nosotros.

— Sus padres no están, ya he venido aquí a estas horas. — Esperé y seguía esperando, incluso cuando Christian se desesperó y comenzó a decirme que estaba obsesionado.

No estaba obsesionado, la amaba, pero en esos momentos me estaba dejando llevar más por un presentimiento que por los cientos de comentarios que había escuchado.

Una hora después la puerta principal de su casa se abrió y por ella salió un chico que había visto un par de veces por los pasillos de la escuela. Sabía que era un año mayor que nosotros, pero no que se veía con ella, no lo supe hasta ese entonces.

— No me jodas. — Escuché decir a Christian, pero mis ojos estaban fijos sobre la mirada sorprendida de la que había sido mi novia.

— ¿Qué tal? — Sonreí y saludé con un leve movimiento de cabeza. — Bonita tarde, ¿no?

Mi mejor amigo debía estar observándome como si estuviera loco.

— Está bastante bien. — Respondió el chico y ella lo empujó para que se fuera. — ¿Qué te pasa?

— Tranquila, ya nos vamos. — Continué sonriendo a pesar de que tenía ganas de darle una patada a la bicicleta. — Por cierto. — Dije sin girarme, preparándome para irme. — Terminamos.

— ¿Qué? — La escuché chillar. — Espera. ¡Aydan!

Pedaleé con fuerza y no me detuve hasta que la bicicleta comenzó a perder estabilidad y mis piernas dolieron. El viento azotaba mi cara y el sol quemaba mi piel, pero no me detuve para descansar bajo la sombra de algún árbol.

— Ni una sola palabra sobre esto. — Le advertí aunque sabía que no era necesario.

Christian era ese amigo al que le había dicho todos mis secretos y nunca me había traicionado.

— Si tú no mencionas a Mónica, yo no recordaré quién es Iliana. — Sonreí ladeadamente.

Christian llevaba babeando por Mónica hacía algunos meses atrás, pero como se ponía nervioso cuando estaba cerca de alguna chica, prefería mantenerlo en secreto y no darle importancia.

— Hecho. — Le di un leve empujón para que perdiera un poco el control de su bicicleta. — Te veo mañana, Cabeza de Sapo.

— Hasta mañana, Sardina Apestosa. — Ambos nos separamos para ir a nuestras casas.

No supe cómo llegué a casa sin caerme en mitad de la calle y rasparme las rodillas, pero lo hice. Lancé la bicicleta al césped y entré, lanzando la puerta y corriendo escaleras arriba.

— ¡La puerta...! — Fue la única parte del reclamo que pude escuchar antes de que cerrara la puerta de mi habitación.

Me dejé caer en el suelo y oculté la cabeza entre mis rodillas y brazos. Me había estado haciendo el valiente, pero su traición me dolía, sobre todo porque le entregado lo mejor de mí.

— Mañana seré conocido como el cornudo más idiota. — Murmuré para mí.

Mis ojos fueron empañándose hasta que las lágrimas comenzaron a bajar por mis mejillas.

Era un tonto. Nunca debí haberme enamorado de ella. Tampoco debía haber sido un buen chico...

— No debí respetarla. No debía quererla. — Balbuceé. — No debí...

— Maniiiito. — Escuché unos pasos apresurados que se detuvieron frente a mi puerta. — Abreee.

— Estoy ocupado, Ardilla. — Traté de escucharme tranquilo.

— Abre, quiero jugar contigo. — Comenzó a golpear la madera que nos separaba con bastante fuerza. — Abre, abre, abre.

Suspiré, me hice a un lado y me puse de pie para abrirle. Tan pronto me vio su sonrisa desapareció, en cambio su ceño se frunció.

— ¿Qué pasó? — No me gustaba que mi hermanita de siete años me hablara como si fuera un perrito herido que encontró en la calle, me hacía sentir débil.

— No pasó nada, mejor dime a qué quieres jugar. — Sus labios se volvieron un puchero.

Entre las manos tenía un par de muñecas que papá le había comprado hacía poco tiempo y en su cuello colgaba el estetoscopio de juguete que le había regalado el tío Zac para navidad. Le faltaban muchas más instrumentos porque era un kit de cosas como los que ellos utilizaban para trabajar, sin embargo, ese era el objeto que Odet utilizaba con frecuencia.

Sus pequeñas y ocupadas manos empujaron mis piernas y no se detuvo hasta que ambos estuvimos dentro de mi habitación, una que parecía ser su almacén debido a la cantidad de juguetes que había. Tan pronto cerró la puerta dejó caer las muñecas y se colocó el estetoscopio para comenzar a "escuchar".

— ¿Qué haces? — Le pregunté cuando su instrumento de trabajo se detuvo en mi mejilla derecha.

— Algo te duele. — Aseguró.

— Estoy muy bien. — Negó rápidamente con la cabeza. — De acuerdo, deténgase un momento, Dra. Davis. Voy a contarle algo,pero debe mantenerlo en secreto. Hay algo que me duele. — Odet preparó el estetoscopio para volver a revisarme con él. — Pero no es en la mejilla, ni en el brazo y tampoco en la rodilla. Es aquí. — Tomé su mano y la puse sobre mi pecho. — Me duele el corazón, Ardilla.

— ¿Pu qui? — Preguntó con un puchero.

— Alguien lo rompió. — Sus ojos se abrieron con exageración y embistió mi pecho con su cabeza.

— Nu, está ahí. Hace bum, bum, bum. No está roto. — Por algunos segundos había olvidado que estaba hablando con una niña.

— Sí, tienes razón, que tonto soy. — Besé su cabello y la envolví con mis brazos, algo a lo que no se negó.

— ¿Una niña mala y fea te hizo llorar? — Asentí levemente.

— Ardillita pequeña y bonita, ¿qué haría sin ti? — Le pregunté mientras besaba sus mejillas repetidas veces, intentando alejar el molesto nudo que se había formado en mi garganta. — Ya no me duele, no si tú sigues queriéndome y cuidándome como siempre. — Puse detrás de su oreja algunos mechones de cabello que se habían salido de su coleta. — Si tú sonríes mis dolores se van muy lejos así que no dejes de sonreír, ¿de acuerdo? Tu hermano mayor se encargará de cuidarte de los chicos malos.

— De acuerdo. — Asintió sonriente.

Me mantuve abrazándola hasta que se cansó y me ordenó que no me moviera. Odet ya no quería jugar a la doctora, había ido corriendo a su habitación para buscar su cepillo para el cabello y algunos lazos.

Por suerte mi cabello era lacio porque si hubiera sido rizado, probablemente habría tenido que cortarlo tan pronto ella terminara de peinarme. 

Aydan Davis©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora