Capítulo 09

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Por suerte para mí no tuve que hacer horas extras, por lo que pude irme temprano a descansar. Durante algunos minutos me debatí entre ir a mi departamento o conducir hasta la casa familiar, pero cuando obtuve mi respuesta ya me encontraba manejando hacia el lado contrario de donde se encontraba mi solitaria residencia.

Estaba exhausto, pero sabía que mis energías serían recargadas tan pronto estuviera con mis padres y hermana.

— ¿Qué haces aquí? — Preguntó mamá cuando abrió la puerta.

— Te extrañaba. — Besé su mejilla y entré detrás de ella.

— Te ves cansado, ¿quieres que te traiga algo de comer? — Negué rápidamente.

— No hace falta. Mejor siéntate, yo te traeré algo. — La escuché reír.

— ¿Me veo terrible? — Me crucé de brazos y sonreí levemente.

— Te ves como si tu jornada hubiera sido un asco. — Fui a la cocina y busqué uno de esos yogurts que solo ella comía.

Eran realmente asquerosos, pero a mi madre le encantaban. Una vez sentí curiosidad de saber por qué le gustaban tanto y cuando lo probé me arrepentí. Nunca supe dónde dejé el envase, solo fui consciente de que salí corriendo hacia el baño y me deshice de todo lo que había comido en el día.

— Pero si te hace sentir mejor, no importa cuán jodido sea tu día, siempre te ves preciosa. — Golpeó suavemente mi brazo cuando me acerqué para entregarle el yogurt.

— Esa boca. — Me riñó.

Me senté en el sofá más alejado para no poder oler esa asquerosidad y saqué mi teléfono para contestar un par de mensajes que me habían llegado durante el camino.

— ¿Cómo estuvo tu día? — Hice una mueca antes de contestar.

— Bien. — Su ceño se frunció levemente mientras sumergía la cuchara metálica en aquella cosa de color morado.

— ¿Solo bien? — Asentí levemente.

— He tenido días mejores. — Suspiré ruidosamente. — ¿Y tú?

— Ajetreado y emocionante como siempre. — Sonrió y cuando se terminó el yogurt fue a la cocina para tirar el envase. — ¿Ese doctor otra vez?

— Culpepper es un grano en el cu...— Dejé de hablar cuando mi madre se asomó desde la cocina y alzó la ceja. — Trasero.

— Cielo, no importa lo que diga o haga, tú sabes de lo que eres capaz y se lo demostrarás cuando sea el momento de hacerlo. — Asintió levemente. — No permitas que un profesional amargado te arruine esto. Ser doctor es tu pasión, te encanta y si te esforzaste tanto para lograr graduarte, entonces no dejes que ese hombre te corte las alas. Eres increíble, no lo olvides.

— No lo haré. — Murmuré por lo bajo.

Iba a decirle algo más, pero en ese momento la puerta principal se abrió y por ésta ingresó mi hermanita. Odet frunció el ceño e hizo una mueca bastante graciosa con los labios.

— ¿Tú qué haces aquí? — Caminó con pasos lentos hacia el sofá, en donde puso su mochila y se sentó.

— Por si no te habías enterado, esta también mi casa. ¿Acaso no puedo quedarme? — Sus ojos se entrecerraron.

— Eh... No. Tienes veinticinco años, un piso, auto y un trabajo bien pagado. Además, solo te quedas a dormir los lunes y miércoles, pero no te quedas durante el día así que dime, ¿te despidieron? — Sonreí ladeadamente.

— Debí intercambiarte por dulces cuando pude. — Mascullé entre dientes. — No, no fui despedido, pequeña antena satelital.

— Gandul seco. — Rodé los ojos.

Aydan Davis©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora