Capítulo 43

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Mi cabeza, mirada y atención volvieron a estar sobre él, tratando de averiguar si esas palabras realmente habían salido de su boca.

— ¿Qué hiciste? — Papá se acercó a zancadas y volvió a sujetarlo del cuello d esu camisa.

La única diferencia que había en esa ocasión era que el chico ya no trataba de zafarse de su agarre, más bien parecía estar esperando algún golpe.

— ¿Dónde está mi bebé? — Le preguntó mamá con voz temblorosa.

— Lo siento, esto no debió ser así. — Lo vi negar con la cabeza. — Lo siento.

— Habla de una puta vez. — Su cuerpo fue bruscamente echado hacia atrás, siendo azotado con fuerza contra su propio auto.

— Mi nombre es Seth Clark. — Comenzó a decir. — Seth Falcom Clark.

¿Por qué carajos estaba presentándose en un momento así?

— ¿Falcom? — Quiso saber papá.

— Soy hijo de Gregory Falcom. — Cuando dijo aquello fue como si soltara las piezas faltantes de un rompecabezas y éstas cayeran en sus respectivos lugares.

Gregory Falcom, ese nombre había salido la noche anterior en nuestra conversación.

El agarre de papá perdió fuerza y el grito desgarrador de mamá me erizó todos los vellos del cuerpo. Que ese mocoso estuviera frente a nosotros y hubiera estado al lado de Ardilla no era una simple casualidad, me negaba a creer en eso.

Mi madre se acercó al chico que durante mucho tiempo estuvo observando a Odet y comenzó a golpear su pecho con sus puños. No iba a apartarla, no iba a alejar a mamá de ese chico porque si lo hacía sabía que sería yo quien lo golpearía.

Nada de eso era una estúpida casualidad y yo, a pesar de haberlo estado observando todo ese tiempo, no fui capaz de impedir que se acercara más de lo debido. No pude protegerla de esas personas ni siquiera cuando mi deber era ser su sombra.

— No, otra vez no... — Susurró papá.

— Devuélveme a mi bebé. — Gritó ella mientras se ahogaba en llanto.

— No sé dónde la tiene. — Dijo con voz quebrada. — Tampoco sé cómo consiguió mi teléfono y logró engañarla.

Ese mocoso era un estúpido, pero yo lo era todavía más por confiar en lo que estaba diciendo. Algo había en su forma de hablar o actuar que me engañaba, me hacía creer que en esos momentos estaba siendo sincero. Por eso intervine.

— Mamá...— Susurré por lo bajo para que solo ella pudiera escucharme. — Necesito que te tranquilices y lo escuches. — Rodeé su cintura con mis brazos. — Sé que estás asustada, pero necesito que te calmes.

— Voy a matarte, yo misma voy a matarte. — Gritó.

— Yo no quería que esto ocurriera. — Logré que ella dejara de tratar de librarse de mis brazos. — Al principio tal vez, pero luego no... No quería que nada de esto sucediera.

— Como le haya pasado algo a mi hija... — Le susurró en advertencia.

En esos momentos mamá no era la doctora dulce que solía ser con todos, estaba siendo una madre protectora, una que le haría daño a cualquiera con tal de proteger a sus pollitos y ese chico había puesto en peligro a su hija pequeña. Seth Falcom se atrevió a meterse entre medio de nuestra familia para herirnos de la forma más cruel y despreciable posible.

El chico volvió a girarse para subirse al auto, pero fue nuevamente empujado por papá.

— ¿A dónde cojones crees que vas? — Le preguntó mi padre entre gritos.

— ¿Acaso quiere que me quede aquí, en medio de la calle y escuchando sus lamentos? Me voy a buscarla, ya hemos perdido muchas horas, no es necesario seguir haciéndolo. — Se zafó del agarre que lo mantenía preso contra su auto y se subió. — Esté atento a su teléfono, Sr. Davis, me mantendré en comunicación con usted.

— ¿Y tú como coño tienes mi número? — La sonrisa carente de gracia que apareció en el rostro del chico que vestía de negro, causó que se me erizaran los vellos de la nuca.

— De la misma forma en que pude informarle a Blanca Nieves sobre Alisse Mathew. — Explicó mientras encendía el auto. — Mi padre los ha estado vigilando durante años, Sr. Davis, he sabido todo de ustedes desde que tengo uso de razón. Así que sí, sé su maldito número de teléfono, seguro social, cuánto cobra mensualmente e incluso soy consciente de los lugares que visita cada vez que sale con sus amigos y su esposa. Esté atento a su teléfono. — Con eso dicho, aceleró.

— Odio a esos hijos de puta. — Masculló papá con rabia contenida. — Malditos Falcom. Maldita sean una y otra vez. Voy a matarlos a todos.

— No me importa lo que hagas con él después de que Odet regrese a casa, pero por el momento confiemos en que nos ayudará. No tenemos muchas opciones. — Di un corto asentimiento antes de continuar hablando. — Seguiré buscándola y llamaré a distintos compañeros para ver si han sabido algo de ella. Mamá, deja de llorar. — Sonreí levemente. — Ardilla va a volver a casa, lo prometo.

— ¿Y si...?— Negué con la cabeza.

— No termines esa pregunta, podrías arrepentirte más tarde. — Caminé hasta ella para poder besar su frente. — Va a estar bien, es una Davis. — Me volteé un poco hacia papá. — Si saben algo llámenme de inmediato.

— Ve con cuidado, Enano. — Asentí levemente.

— Ustedes también. — Me subí a mi automóvil, pero no me alejé de aquel lugar hasta que nos vi desaparecer por la carretera. — Debí cuidarte mejor...

Pisé el acelerador y comencé a manejar por aquellas calles que en tantas ocasiones había recorrido. Mientras avanzaba llamaba a más personas, a cualquiera.

— ¿Estás...? — Ni siquiera la dejé terminar de hablar.

— Sé que es posible que no, pero has visto o sabido que en el hospital esté una chica baja, delgada, con el cabello largo y de color negro al igual que sus ojos. Tiene la tez blanca y...— Mi voz se quebró, por lo que tuve que dejar de hablar para poder respirar hondo. — Ella parece una muñequita de porcelana. ¿Has sabido algo? Su nombre es Odet Davis, tiene dieciséis años y...

— ¿Es tu hermana? — Emití un sonido afirmativo. — No he visto a una chica con esa descripción, pero voy a revisar y te dejaré saber. De no encontrar su nombre en los registros de ingreso me comunicaré con otros compañeros, ¿está bien? — Respondí de la misma forma. — Sé que se escuchará feo, pero espero que Odet no esté aquí. — Sabía a lo que se refería, pero lo que ella no sabía era que si no estaba en el hospital, era probable que la tuviera un psicópata. — Aydan...

— ¿Sí? — Live se quedó en completo silencio.

— Nada. — Murmuró. — Te llamaré pronto para informarte.

— Gracias Live, te debo una. — me pasé una de las manos por los ojos para poder ver mejor. — Una realmente grande.

— Conduce con cuidado. — Asentí como si ella pudiera verme y colgué.

El próximo en ser llamado fue Christian, quien no dudó en salir de su casa y recorrer la parte opuesta de la ciudad. Tenerlo dando vueltas era un alivio para mí, era otra muestra de lealtad hacia mí y mi familia que jamás olvidaría. Ese hombre tenía el cielo ganado. Mientras Chris conducía, Live buscaba en los hospitales y Angie hacía llamadas, yo visitaba cada lugar en el que Ardilla llegó a estar o a mencionar aunque fuera de forma vaga.

Sentía que me estaba volviendo loco con cada minuto que pasaba. Mi pecho no había dejado de doler en ningún momento y tenía un molesto y asfixiante nudo en la garganta que me había estado acompañando desde que salí del hospital en el que trabajaba.

— Por favor Ardillita, vuelve a casa...— Susurré por lo bajo. — Por favor...

Si algo le llagaba a pasar no sería capaz de soportarlo. Se suponía que debía cuidarla, yo tenía la responsabilidad de proteger a mi hermanita y fallé. Fui tan inútil que incluso un desconocido enfermo fue capaz de llegar a ella, a mi pequeño tesoro. 

Aydan Davis©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora