Capítulo 11

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Luego de llevarme un disgusto y de preguntarle a una de las estudiantes que me encontré por ahí, logré encontrar el salón en el que mi hermana se encontraba. Me asomé por la ventanilla que había en la puerta para que la profesora me viera y golpeé la madera. Tan pronto los ojos de la mujer estuvieron sobre mí me alejé para que ella no me golpeara con la puerta.

Esa mujer, la Sra. Vancauff, había sido profesora de historia desde la era de hielo. Sabía mucho sobre el tema, tanto que su hora de clases podía ser perfecta para tomar una buena siesta. Por suerte para mí siempre había sabido cómo hacer que sonriera y eso me beneficiaba cuando no salía bien en sus exámenes o no entraba a sus clases.

Unas palabras bonitas acompañadas con una sonrisa encantadora era suficiente para poder obtener una mejor calificación sin tener que ponerme de rodillas y abrir la boca.

— Buenos días Sra. Vancauff. — La saludé cuando cerró la puerta a sus espaldas. — ¿Me recuerda?

— Jamás olvidaría a un Davis. — Palmeó mis mejillas suavemente. — Mira que guapo y alto estás. Si yo tuviera cuarenta años menos...

— No diga esas cosas, usted se ve como de veinte años. — Sus comisuras se elevaron rápidamente.

— Siempre has sabido qué decir, Davis. — Me guiñó el ojo. — ¿Qué haces aquí? Escuché que te habías hecho doctor.

— Sí, así es, pero el profesor Xu citó a mis padres por Odet. — Su ceño se frunció bruscamente.

— Oh, ese imbécil siempre tiene problemas con los estudiantes. Deja que lo vea en la hora de almuerzo, le voy a enseñar a no meterse con los chicos buenos. — Asentí rápidamente. — ¿Vienes a ver a tu hermana? Le diré que salga.

— Se lo agradecería mucho. — La mujer volvió a palmear suavemente mi mejilla antes de abrir la puerta e ingresar al salón.

— Srta. Davis, puede salir. — Escuché que decía la Sra. Vancauff.

Le envié un par de mensajes a Angie mientras esperaba a que Odet se dignara en aparecer y cuando lo hizo guardé el teléfono.

data-p-id=db221467c7acad08796cf89bfbfcc0f9,— Hola de nuevo, Enano. — Me saludó de la misma forma en que lo hacía papá, solo que ella no podía llegar hasta mi cabello para desordenarlo.

data-p-id=10198302e4e5001be9312d49950a03a7,— Ardilla...— Reí forzadamente. — Tú no puedes llamarme así y mucho menos aquí. — Di un leve asentimiento. — Ahora, lo importante. Por el amor de Dios, haz que nos citen por alguna travesura, no por un chiste tan tonto como Xu, salud. — Rodé los ojos. — Quema algún zafacón, pinta alguna pared o no sé, inunda los baños, pero no por esta tontería.

data-p-id=814978745eea145688d771fb3e46a644,— En el momento sí fue un chiste muy bueno. — Chasqueé la lengua.

data-p-id=5ce1998f0c9a2e7012ad0930234fd083,— Sí claro... En fin, por lo demás no hay quejas. Buena alumna, notas altas aunque mejorables...— En su rostro apareció una expresión que me dejaba saber que se había sentido ofendida.

Y que bueno, porque así trataría de superarse para callarme.

— No puedes quejarte de nada, ni siquiera porque tengas la razón. Papá tuvo que venir data-p-id=30fee855d01efee87d2249861d565854,cientos de veces por tu pésimo rendimiento escolar y malos comportamientos. — La observé fijamente mientras me debatía entre burlarme de ella o permanecer serio. — Ni siquiera sé cómo lograste ingresar a la facultad de medicina.

data-p-id=5bb58ca820bd0b7c9f751834a0e857a4,— ¿Ya se enojó la Ardilla? — Apreté sus cachetes con fuerza, algo que no le gustó en absoluto porque se alejó para que la soltara. — Tengo encanto, algo que tú no tienes y por eso debes estudiar. — Observé el reloj que tenía en la muñeca antes de continuar hablando — Me tengo que ir, nos vemos más tarde.

— Espera, ¿me das un poquito de dinero? — Sonrió abiertamente y se sujetó las manos como hacía cuando era una niña.

Ella era tan tierna y no se daba cuenta de ello...

— ¿Por qué? ¿Qué hiciste con tu mesada? — Fruncí el ceño mientras esperaba a que me diera explicaciones.

— Oh, no quieres saber lo que hice con ella. — Que utilizara esas palabras con segundas intenciones y que alzara los hombros no me daba confianza.

— Oh, sí quiero saber lo que hiciste. — Sonreí al mismo tiempo que me erguí.

— Solo dame dinero. — Hizo un puchero para ver si así lograba conseguir lo que quería. — Poquito.

Y lo hizo.

— Adiós a mis cinco dólares ganados por haber apoyado a papá...— Mascullé, cuando metí la mano en mi bolsillo para sacar mi billetera y entregarle el dinero.

— Tú trabajas. — En ese momento levanté la mirada del suelo y la mantuve fija en la suya, en esos bonitos y oscuros ojos que había heredado de mamá.

Mi hermana era una pequeña versión de mamá, al menos cuando se hablaba de su apariencia. Sin embargo, su personalidad era una mezcla bastante interesante. Era sensible como mamá, pero cuando algo se le metía en la cabeza no había forma de que alguien lograra quitárselo y eso lo había sacado de papá.

— Y tú recibes mesada. Como vuelvas a comentar algo que te haya dicho Gabriella frente a mamá...— Sonreí forzadamente.

Que hubiera dicho algo que su amiga decía con malas intenciones era un problema para mí, principalmente porque no deseaba meter a mi familia en nada que tuviera que ver con mis momentos de diversión. Si jamás había llevado a una de mis conquistas a mi hogar para que conociera a mi familia o simplemente para pasar el rato, no lo iba hacer porque la chismosa y cizañera amiga de mi hermana estuviera contando cosas que no eran de su incumbencia y que desconocía.

— Tranquilo, solo fue una bromita. — Palmeó mi brazo antes de tomar el billete que le estaba tendiendo. — Ahora sí, data-p-id=3100733d6787752ee443e54689f42dec,adiós, Mocoso. — Me sonrió levemente antes de volver a ingresar al salón.

— Hasta luego Ardilla, ten un buen día. — Murmuré mientras me giraba y comenzaba a caminar por el mismo pasillo que había recorrido para verla. — Y demuéstrales quién es la mejor.

Suspiré antes de sonreír y negar con la cabeza. Había ingresado a la escuela con cinco dólares en el bolsillo y salí sin nada gracias a mi adorada hermana. Por suerte trabajaba y tenía mi propio sueldo, pero si no hubiera sido así habría tenido que almorzar oxígeno o peor, ir observando a todos los que almorzaban para ver si alguien se apiadaba de mí.

Tal vez si jugaba un poco a ser el pobre y hambriento doctor podría llevarme a alguna de las enfermeras practicantes a uno de los cuartos de descanso para que me alimentara. Sí, eso no parecía ser un mal plan... 

Aydan Davis©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora