Capítulo 42

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Me encontraba en el hospital, caminando por los pasillos con la intención de dirigirme hacia una de las habitaciones de mis pacientes. Mientras avanzaba iba utilizando el teléfono y aunque estaba enviando mensajes, la realidad era que iba sin ver hacia adelante por si Anderson se cruzaba en mi camino.

Era mejor decir que no la había visto porque estaba escribiéndole a alguien que tener que mentir o hacerme el ciego.

— Davis, guarda ese teléfono de inmediato. — Escuché que me decía el Dr. Culpepper, ese hombre tan amable que se encargaba de que fuera un buen doctor.

Sí, claro...

— Sí, señor. — Murmuré, pero no lo hice.

Estábamos por los pasillos, no en una habitación en concreto, por lo que prohibirme utilizar mi teléfono cuando no tenía un paciente era una ridiculez.

Me sobresalté un poco cuando mi teléfono comenzó a vibrar y debido a eso respondí, algo que no tenía pensado hacer aunque fuera mi padre el que estuviera llamando. Él sabía que estaba trabajando y aunque a veces le contestaba, en esos momentos no podía porque tenía a mi supervisor muy cerca, casi respirándome detrás de la oreja.

— Papá, ahora no puedo. — Susurré.

— Dime que has visto a Ardilla. — Mis pasos se detuvieron abruptamente al escuchar la vibración en su voz. — Dime que ella está contigo.

— No. — Aquella simple palabra pareció quemarle. — ¿Qué pasa?

— Davis, te dije que dejaras el maldito teléfono. — La voz de mi supervisor se escuchó lejos.

— Salió en la tarde y no ha regresado. — Mi corazón comenzó a latir con fuerza, casi como si quisiera salirse de mi pecho. — He llamado a los hospitales, pero ella no está en ninguna parte. Ni siquiera sus amigas la han visto.

— ¿A qué hora salió? — Mi voz se escuchó gruesa y a su vez estrangulada. — ¿A qué hora?

— A las dos. — Las piernas amenazaron con dejarme caer en el frío suelo del hospital.

Eran las siete de la noche. Era muy tarde para ella, para alguien que solía avisar dónde se encontraba, cómo y con quién.

— Davis, voy a ponerte un reporte por irres... — Cuando volví a escuchar la voz de Culpepper me giré hacia él, quien estaba frente al ascensor abierto.

— ¡Cierra la boca de una puta vez! — Grité. — ¿Desde las dos? — Dije con voz temblorosa. — ¿Y ahora me llamas?

Era demasiado tiempo. Cinco horas de desventaja, cinco horas lejos de ella.

El piso completo estaba sumergido bajo un tenso silencio, pero en esos momentos nada me importó, ni siquiera el hecho de estar prácticamente despedido. Simplemente avancé, sin importar quiénes estuvieran bajándose del ascensor o estuvieran a mi alrededor, corrí hacia el ascensor y comencé a apretar el botón del primero piso.

— ¡Considérate despedido! — Gritaron a la distancia.

— Voy para allá. — Le dije a papá antes de colgar.

— Aydan, ¿qué cojones te pasa? — Escuché una voz conocida en medio del caos que estaba hecha mi cabeza.

— Ardilla está desaparecida. — Susurré mientras me alejaba de unas manos que hasta ese entonces no sabía que me habían estado sujetando.

Dejé a Angie junto a los otros uniformados que iban apareciendo de todas partes y ni siquiera me detuve para explicarle la situación a la mujer de ojos verdes que me observaba con confusión. En esos momentos no había nadie más que me importara que no fuera mi hermanita.

Aydan Davis©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora