Capítulo 55

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Siempre creí que el tiempo transcurría con tanta lentitud para que disfrutáramos lo mejor posible, pero en esos momentos en los que era realmente feliz me daba cuenta de que siempre estuve equivocado. En un par de parpadeos había llegado el día de nuestra boda y debía admitir que no me sentía preparado para dar un paso así.

Mis manos sudaban de la misma forma en que lo hicieron cuando estaba por ver si había sido aceptado a en la universidad de mis sueños y mi cuerpo temblaba como si estuviera en la calle, bajo una fuerte tormenta de nieve.

— Tranquilízate. — Christian repitió la misma palabra que había estado diciendo durante la última hora.

— ¿La viste? ¿Ella está bien? — Lo vi asentir.

— La vi, está tranquila y muy hermosa. — Apreté los labios con fuerza.

— ¿Por qué tú pudiste verla y yo no? — Mascullé entre dientes. —Soy el novio, quien necesita ver a su futura esposa para tranquilizarse.

— Por eso mismo pude verla, porque eres el novio y verse antes de la boda trae mala suerte. — Rodé los ojos.

— Eres mi mejor amigo, mi hermano de otra madre...— Christian negó con la cabeza.

— No va a funcionar. — Bufé. — Respira hondo y espera a que sea el momento de salir de aquí.

— Descuídate y me escaparé. — Susurré para mí mismo.

— Babá. — Giré la cabeza bruscamente hacia el lugar de donde provino aquella preciosa vocecita.

— Pero mira lo que ven mis ojos...— Me puse en cuclillas y estiré mis brazos para que Kat fuera hacia mí. — Una de las princesas más hermosas de este reino.

— Lo perdimos. — Escuché murmurar a Christian. — Al menos va a dejar de dar vueltas por la habitación. — Chistó. — Estaba preocupado de que dejara la marca de su caminata y que el hotel nos cobrara una millonada por eso.

— Kat, haz popo encima de tu tío Chris. — Besé la regordeta mejilla de mi hija menor y se la entregué a mi mejor amigo. — Si la pierdes de vista, no serán mis hijas las que harán sus necesidades sobre ti.

— Eres innecesariamente cochino. — Levanté los hombros para restarle importancia.

— Cochino, pero con palabra. — Asentí levemente. — Sé un buen tío y cuida de mi hija mientras yo voy a ver dónde está su preciosa mamita.

— Lo siento hermano, pero Kat y yo no podemos dejarte salir de esta habitación. — Mi amigo caminó hacia la puerta y se sentó en el suelo, colocando a mi hija sobre su regazo para que no se ensuciara su vestido. — Ordenes de la futura Sra. Davis.

— ¿Desde cuándo haces lo que dice? — Sus comisuras se elevaron un poco.

— Desde que tu mujer y la mía son amiguitas y me puede meter en problemas. — Dio un corto asentimiento. — Sé un buen chico y obedece o llamaré a tu madre para que te controle de una buena vez.

— Perro traicionero. — Mascullé entre dientes.

— Deja de lloriquear, la verás dentro de unos minutos más. — Chasqueé la lengua y me dejé caer en el asiento más cercano. — Y te aseguro que cuando la veas te darás cuenta de que la espera valió la pena. Solo sé paciente, falta poco para que veas a tu prometida.

Unos minutos más... Vaya mentira tan descarada y cruel. Nadie fue a decirnos nada hasta pasadas las cinco de la tarde, casi dos horas después de que mi buen amigo abriera la boca y soltara su bonita palabrería.

Cuando mi desesperación llegó a su punto más alto la puerta de la habitación en la que nos encontrábamos se abrió, dejándome ver a mi madre. Ella llevaba un vestido rosa palo y tenía un maquillaje muy sutil que lograba resaltar su belleza.

Aydan Davis©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora