Capítulo 35

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La primera en llegar a su casa fue Mónica y luego fue el turno de Christian, quien ya se encontraba más consciente de sus actos. Tardemos un poco en dejar su hogar debido a que lo ayudamos a cambiarse y curamos sus heridas, pero una vez que nos aseguramos de que él iba a estar bien, nos fuimos de allí. Para cuando nos quedamos Olive y yo a solas en el auto, el silencio se tornó mucho más tenso de lo que ya estaba cuando nos encontrábamos acompañados.

— ¿Estás bien? — Mi ceño se frunció levemente.

Que me preguntara cómo me encontraba era extraño, pero se sentía bastante bien.

— Estoy agotado. — Suspiré ruidosamente. — ¿Y tú?

— Sabes que no pregunté por tu día. — Sonreí ladeadamente.

— Estoy muy bien, ¿por qué no habría de estarlo? — La escuché reírse nasalmente.

— Creo que comienzo a conocerte. — Que se escuchara segura de lo que decía me causaba curiosidad. — No sé si lo has notado, pero cuando algo te pasa prefieres actuar como si estuvieras normal. Aunque eso no sucede cuando estás molesto, en esos momentos no tratas de ocultarlo.

— Sigues observándome más de lo estrictamente necesario. — Aseguré. — ¿Acaso te intereso?

— Y siempre tratas de ser un idiota para desviar la atención. — La observé de reojo justo cuando rodaba los ojos. — Así que aquella chica es la famosa Iliana... Es bonita.

— Sí, lo es. — No iba a negar lo evidente porque sería tratar de engañarnos y ninguno de los dos éramos ciegos. — Puedo sentir tu mirada sobre mí. Solo habla.

— ¿Todavía sientes algo por ella? — Mis comisuras sufrieron de un leve tirón hacia arriba.

— No, al menos no algo positivo. — Pude ver cómo movía su cabeza de arriba a abajo. — ¿Has visto o leído algo sobre los dementores de Harry Potter?

— ¿De verdad la vas a comparar con eso? — Di un rápido asentimiento.

— No me juzgues, mi hermana es fanática de esa saga y es lo único que tengo para comparar. — Me defendí. — Cuando la veo, Iliana se comporta como un dementor, se alimenta de mi felicidad y me deja solo con los malos recuerdos y momentos.

— Si tanto daño te ha hecho, ¿por qué no cortas lo que sea que tienen? — Detuve la marcha frente a un semáforo en luz roja y me volteé hacia ella.

— Ella solita no lo ha hecho todo. Sí, fue quien comenzó, pero yo tampoco he sido del todo una víctima. He cortado la comunicación con ella, Angie bloqueó y borró su número de mi teléfono, pero eso no importa porque siempre nos encontramos. — Sonreí levemente. — Supongo que somos tal para cual, dos basuras que dañan todo lo que tocan.

— Eso es lo más estúpido que he escuchado en mucho tiempo. — Murmuró y bufó. — Solo estás acostumbrado a esa relación tóxica. Necesitas salir de eso antes de que hagas más tonterías.

— ¿Oh, sí? ¿Y cómo voy a salir de esa supuesta relación tóxica? ¿Tú vas a ayudarme? — Me giré un poco más hacia ella. — Responde, ¿vas a ayudarme a salir de ese agujero en el que llevo años metido? ¿Vas a darme la mano y me llevarás despacio sin soltarme?

Ambos nos observamos fijamente durante algunos segundos, sin embargo, ella frunció el ceño cuando vio que comencé a reír.

— Claro que no. — Murmuré entre risas.

— Puedo golpearte cada vez que tengas una interacción con ella. — Asintió.

— Sustituir un dolor por otro... Eso sería como dejar de fumar de golpe y pretender que los chicles ayuden con la ansiedad. — Bufé por lo bajo. — ¿O tal vez Iliana es el cigarrillo y tú vendrías siendo el cigarrillo electrónico? Si me golpeas terminaré acostumbrándome y luego tú te convertirás en el placebo. ¿Estás dispuesta a ser mi cigarrillo electrónico?

— Estás pensando demasiado. — Negué rápidamente con la cabeza.

La luz había cambiado a verde hacía unos pocos segundos, pero como detrás de nosotros no había nadie me quedé allí.

— No, te estoy diciendo lo que pasará si te inmiscuyes en mis problemas. — Siendo sincero, creía que era la primera vez que era tan sincero al hablar sobre mis sentimientos y mi forma de ser. — Si te metes más de lo que es debido me aferraré a ti y te usaré como salvavidas, así que si no es lo que quieres será mejor que te mantengas distante.

— Deberías escribir un guion. — Me relamí los labios antes de quitarme el cinturón de seguridad y alzarme sobre el asiento. — ¿Qué haces?

Puse mi mano derecha detrás de su nuca y la acerqué a mí todo lo que el cinturón de seguridad me permitió. Sus ojos recorrían mi rostro a una velocidad bastante divertida, como si así pudiera responder a todas las preguntas que le llegaban a la cabeza.

— ¿Y si el dementor nunca ha sido Iliana? — Sus comisuras se elevaron con lentitud, pero lo que terminó con mi cordura fue el tirón que sentí en el cuello de mi camisa, uno que logró que nuestras narices y labios se rozaran.

— Si lo que buscas es que retroceda... — Murmuró con lentitud. — No lo vas a conseguir.

En un principio solo quise ver hasta dónde se podía llegar con ella, pero en esos momentos mi objetivo era otro.

Quería besar a esa mujer.

— No hagas planes para mañana, iremos al cementerio para visitar la tumba de Shanice. — Dijo antes de soltarme.

Quería probar sus labios.

— De acuerdo. — Volví a sentarme en mi asiento y me puse el cinturón de seguridad.

¿Por qué rayos deseaba estampar mi boca contra la suya?

Nada tenía sentido, pero era culpa de Angie.

— Estúpido Demonio de Tasmania. — Mascullé mientras aceleraba.

— ¿Dijiste algo? — Apreté los labios con fuerza y negué con la cabeza.

— ¿A qué hora paso por ti? — Pregunté.

— A la una de la tarde estaría bien. — Asentí levemente.

El resto del camino transcurrió con tranquilidad y ninguno de los dos volvimos a pronunciar ni una sola palabra. Para cuando llegamos a su casa eran aproximadamente la una de la madrugada y todos sus vecinos parecían estar durmiendo, eso o nos observaban por las ventanas mientras tenían las luces de sus casas apagadas.

— Hasta aquí llegó el taxi. — Dije cuando me estacioné frente a su casa.

— Después de ir al cementerio llévame a buscar mi auto. — Asentí rápidamente. — Y no me hagas esperar.

— Como diga, Dra. Anderson. Te veré mañana, descansa. — Antes de que ella pudiera salir del auto y aprovechando que se encontraba entretenida con el cinturón de seguridad, me acerqué y dejé un casto beso en su mejilla. — Sueña conmigo.

— Eso sería una pesadilla. — Sonreí abiertamente.

— Entonces, que tengas dulces pesadillas. — La vi salir del auto y no me fui de allí hasta que estuve seguro de que estaría bien en el interior de su hogar. — Duerme bien... 



Aydan Davis©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora