Capítulo 54

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Las gemelas estaban igual de locas que su madre.

Yanice y Katherine solo tenían un año, pero eran dos demonios de ojos azules, idénticas a mi amada novia. Si no fuera porque esos tres seres del mal eran mi familia, hacía mucho tiempo hubiera huido a casa de mis padres.

Amaba a mis niñas, pero su carácter era idéntico al de Livi, de hecho, lo único que habían sacado de mí era el color de los ojos, el cabello y lo graciosas que eran.

— Liv, date prisa. — Grité desde la sala mientras sujetaba a aquel par. — Vamos a llegar tarde.

— ¿Por culpa de quién? — Apreté los labios con fuerza.

— Mía no es. — Murmuré por lo bajo. — ¿Verdad mis amores? Papá no tiene la culpa de que mamá se haya distraído en el baño.

— ¡Aydan! — Chilló desde nuestra habitación.

— Si mami no tardara tanto arreglándose nosotros no seguiríamos aquí. — Sonreí burlonamente. — Pero como le encanta distraerse... — Una carcajada brotó de mi garganta cuando algo impactó contra mi nuca. — Eres la única que está pensando en cosas cochinas, nosotros solo nos quejamos de tus infinitas horas de maquillaje y peinado. ¿Verdad, Yani? ¿Verdad que papá tiene razón, Kat?

— Ya estoy lista, niño quejumbroso. — El sonido de sus tacones golpeando el suelo fue haciéndose cada vez más fuerte y cercano.

Cuando estuvo a mis espaldas trató de liberarme de una de las gemelas, pero me negué con un simple movimiento de cabeza. Ese par podía ser diabólico, sin embargo, me encantaba llevarlas en brazos mientras les hablaba y ellas reían como si me entendieran. Era algo especial que a medida que fueran creciendo iría desapareciendo, por lo que no iba a permitir que Livi me quitara un día de felicidad.

— Consíguete a tus propias bebés, estas son mías. — Me levanté del sofá.

— ¿Las hiciste tu solo? — Giré levemente la cabeza hacia ella mientras sonreía ladeadamente.

— Cielo, de tu boca no salió ningún otro nombre que no fuera el mío. — Le guiñé el ojo con descaro y caminé hacia la puerta principal.

— Descarado. — La escuché mascullar. — Pervertido.

Olive era una preciosidad, pero en esos momentos era lo más parecido a una diosa caminando entre simples mortales. Ella llevaba un vestido azul verdoso oscuro que se acentuaba a su cuerpo, marcando cada una de sus curvas.

Si fuera inseguro no la habría dejado salir de la casa vestida así, pero no lo era. Confiaba en ella y en la relación sólida que teníamos. Si Olive deseaba caminar por la ciudad en traje de baño, yo iría detrás de ella, admirándola y asegurándome de que nadie se atreviera a propasarse con semejante mamacita.

En esos momentos nos dirigíamos a un restaurante para cenar en familia, únicamente nosotros cuatro. Debido a nuestros trabajos no solíamos separarnos demasiado, pero el tiempo de convivencia con las niñas sí que se veía afectada y por eso aprovechábamos cada pequeño momento para estar con ellas.

Esa noche las llevábamos a cenar a aquel restaurante que tanto le encantaba a Livi, el mismo en el que me dejó sin ahorros por un buen tiempo. Por suerte la maternidad le había cambiado un poco su forma de pensar y ya no tiraba el dinero en zapatos que solo usaba una sola vez o en vestidos costosos que después de comprarlos no le agradaban, incluso había dejado de ir cada fin de semana a un lugar carísimo para cenar.

Sacrificios de su parte que me mantenían sano y con los riñones en su lugar.

— ¿Otra vez langosta y vino? — Ella negó sonriente.

Aydan Davis©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora