Capítulo 23

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— ¿Qué dijiste? — Aquella pregunta tampoco la había formulado yo, pero era consciente de que había salido de mi boca.

Me sentía como si alguien más tuviera el control total de mi cuerpo, alguien que se movía y hablaba por mí y yo solo fuera un simple espectador.

— ¿De qué me hablas? — Di un paso en su dirección. — ¿Quién murió?

Olive apretó los labios con fuerza y bajó la mirada hacia el suelo mientras ejercía más fuerza de la necesaria en los dedos de sus manos. Su reacción me daba a entender que nunca debí escuchar aquello porque ella no tuvo que haberlo dicho.

— No te atrevas. — Di otro paso cuando creí que iba a huir. — Ya dijiste el motivo, ahora explícamelo para que pueda entender lo que está pasando porque no recuerdo haberle quitado la vida a nadie.

— ¿Crees que esto es un juego? — Escupió con malestar. — Por estas mierdas es que pasó, porque nunca te has tomado las cosas con la seriedad que requieren. Serás un adulto, pero sigues comportándote como un niño. Yo permaneceré sola y amargada, pero no seré la responsable de la muerte de nadie.

— Anderson...— La llamé, pero no traté de detenerla cuando pasó por mi lado y caminó hacia la puerta. — No era un chiste. Jamás me reiría de algo así, lamento si lo percibiste de esa forma.

— Siempre eres así, por eso no me agradas. — Se giró violentamente hacia mí y por algunos instantes creí que correría en mi dirección para golpearme.

— Hagamos algo. — Me acerqué un poco para que me escuchara mejor. — ¿Qué te parece si dejamos de lado el tema por el que me detestas y nos centramos en otra cosa? — No abrió la boca para responderme, pero se cruzó de brazos. — Podría ayudarte con tu actitud si tú me ayudas con la mía, ¿qué te parece? Me ayudarías a ser menos imbécil y yo a que seas agradable. No preguntaré sobre eso que dijiste y podrás seguir detestándome como hasta el momento.

— ¿Nada? — Negué rápidamente.

— No, no diré nada al respecto, al menos no hasta que tú lo quieras. — Me acerqué un poco más. — Creo que es un trato justo, nos ayudamos mutuamente y les caemos mejor a quienes nos rodean.

— Si mencionas algo, aunque sea una sola palabra, se acaba. — Asentí lentamente.

— Hecho. — Dio un corto asentimiento. — ¿Cuándo comenzamos?

— Mañana, aquí mismo a la hora del almuerzo. No me hagas esperar. — Y con eso, abrió la puerta y desapareció detrás de ésta.

— Es la persona más difícil que he conocido en mi miserable vida. — Murmuré para mí mismo mientras me pasaba las manos por la cara.

Esa noche no pude dormir bien. En más de una ocasión me levanté de la cama y me senté en la sala con una libreta en la mano y un bolígrafo. Escribía algunos de los nombres que recordaba, nombres de mujeres con las que llegué a intercambiar más de dos palabras, pero ninguna había fallecido o al menos no que yo me hubiera enterado.

Mi culpa... Alguien había fallecido por mi culpa...

Pero, ¿quién?

Me pasé las manos por la cara y luego desordené mi cabello. Si Anderson dijo aquello para martirizarme, había logrado su objetivo con creces.

Sabía que era una persona de mierda, pero de ahí a ser el responsable de la muerte de alguien... No, era probable que lo hubiera dicho para que no pudiera dormir bien durante varias noches.

Dejé la libreta y el bolígrafo sobre el sofá y me fui a mi habitación. Caminé hacia la cama y me acosté, dispuesto a descansar y levantarme temprano para ver cómo estaban mis pacientes. Cerré los ojos, inhalé lentamente y exhalé de la misma forma antes de levantar los parpados y fijar la mirada en el techo.

— Maldita. — Mascullé entre dientes antes de levantarme e ir nuevamente a la sala.

Caminaba hacia el ascensor en silencio, deseando para mis adentros que un auto ingresara y me aplastara contra las puertas metálicas. Cuando las puertas se abrieron ingresé sin saludar, algo que pareció divertirles a las dos doctoras que se encontraban allí.

— Te ves bien, Davis. — Se burló la desgraciada.

Era consciente de las oscuras ojeras que se encontraban bajo mis ojos, por lo que no necesitaba que me recordara que estaba hecho un asco.

Alguien... Una chica...

¿Quién?

— Vete a la mierda. — Mascullé entre dientes.

— ¿Tuviste una buena noche? — Continuó hablando.

¿Quién...?

— No preguntes cosas que llevan a temas no deseados. — Cerré los ojos con fuerza para tratar de aliviar las punzadas que sentía en la cabeza.

— ¿De qué habla? — Escuché que Romina le preguntaba.

— Nada. — Respondió tajante cuando las puertas del ascensor se abrieron.

— Buenos...— Las palabras de Angie quedaron atrás cuando pasé por su lado. — ¿Qué le pasa?

— Una mala noche. — Le dijo Anderson a mi amiga.

Caminé a pasos rápidos a la sala de descanso y rebusqué entre las cosas hasta que encontré unas pastillas. Necesitaba aliviar el dolor que sentía o no iba a poder trabajar.

— Esas no. — Escuché que alguien hablaba a mis espaldas. — Son para los males estomacales. Toma una de estas y guarda la otra para más tarde.

— Ojalá te quemes en el infierno. — Mascullé mientras le arrebataba de la mano el sobre de pastillas.

— Seremos dos. — Por el rabillo del ojo vi que Olive se recostó en uno de los tubos de la litera más cercana. — Al menos tienes consciencia, sino no estarías así.

— No traigas temas de los que no quieres hablar. — Mascullé. — ¿Por qué sigues aquí?

— ¿No vas a darme las gracias? Fui una buena compañera y te traje unas pastillas. — Sonreí ladeadamente.

— Anderson, sal de aquí antes de que te estrangule. — Rio entre dientes.

— Que tengas un buen día, compañero. — Dijo antes de acercarse a la puerta y salir.

— Es una hija de... — Murmuré. — Si cree que no voy a vengarme, está muy equivocada.

Todo apuntaba a queninguna chica había fallecido y aunque me sentía molesto porque gracias a latontería de Olive no había podido estar tranquilo ni descansar bien, larealidad era que comenzaba a sentir un peso menos sobre mis hombros. 

Aydan Davis©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora