Capítulo 08

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— Lo odio, lo detesto, ojalá se quede atorado en la puerta de su oficina. — Me desordené el cabello mientras caminaba de un lado a otro frente al ascensor.

— Cálmate, respira y piensa lo que dices. Si alguien más llega a escucharte, el Dr. C podría tomar represalias en tu contra. — Angie, una de las amigas que había hecho en el hospital, palmeó mi espalda repetidas veces.

— Es que...— Dejé de hablar cuando las puertas del ascensor de abrieron y por ellas comenzaron a salir varios enfermeros. — Buenas tardes. — Esperé a que An entrara y cuando lo hizo me subí.

— Buenas tardes. — Saludó mi amiga a un par de doctoras que se habían quedado en el interior del ascensor.

Romina y Olive, las doctoras más simpáticas de todo el hospital, sobre todo esa última... Era tan sonriente y simpática que cuando la veía solo deseaba sacarme los ojos.

Era evidente que la rubia de ojos verdes me detestaba. Ella me lo recordaba cada vez que rodaba los ojos cuando nos encontrábamos, cuando bufaba al escucharme hablar o mascullaba cuando pasaba por mi lado.

Tal vez había hecho algo para que me detestara, pero no recordaba haber tenido un intercambio de palabras lo suficientemente extenso y desagradable como para que me odiara. También estaba la opción de que Olive fuera un envase lleno de ácido y eso podría explicarlo todo.

Moví los labios lentamente para que Angie pudiera entender lo que quería decirle. Fue una simple palabra que no había sido dicha en voz alta, pero que bastó para que el silencio que había en el interior del ascensor se tornara mucho más tenso.

"Muérdeme".

Era probable que si me mordía me daría rabia, pero me iría muy feliz al área de vacunas.

— ¿Algo que decir, Davis? — Escupió ella con su amable y dulce voz.

Olive no era fea en lo absoluto, pero tenía un carácter que opacaba su buen físico. Su cabello era castaño claro, largo y lacio, poseía unos preciosos ojos verdes y un cuerpo increíble. Era como una modelo, solo que con el uniforme de doctora y sin tener millones de dólares en el banco.

— Nada que pueda cambiar tu humor, Anderson. — Mi amiga se llevó una de sus manos a la boca para contener su risa.

— Eres detestable. — El ascensor se detuvo en nuestro piso.

— ¿Sabes? Si yo fuera un paciente terminal no querría verte. — Di un paso hacia afuera y me giré para verla a los ojos. — Sería como ver llegar a la muerte.

A medida que las puertas de ascensor de cerraban iba moviendo mi mano de un lado a otro, despidiéndome de aquella adorable chica que me observaba como si quisiera saltar sobre mí para estrangularme.

Tal vez me detestaba porque no fingía ser sordo cuando ella hablaba.

— Es tan divertida...— Murmuré sonriente. — Entre Culpepper y Anderson, este hospital tiene un excelente ambiente laboral.

— Ella te adora. — Observé a Angie mientras elevaba una de mis cejas. — Adora imaginar que te estrangula o que te corta el cuello con el gafete.

— Aw, que tierna. — Me llevé las manos al pecho. — Ojalá y te quedes encerrada con ella en un cuarto sin perilla.

— ¿No has pensado en que tal vez te detesta porque eres muy sarcástico? — Negué rápidamente mientras sonreía.

— No, si hubiera sido sarcástico la primera vez que le dije buenos días y me ladró, lo recordaría. Ella siempre ha sido así. — Angie apretó los labios para mantenerse seria. — Los primeros meses no dejé de preguntarme si en algún momento le había llegado a hacer algo, pero es imposible porque no la conocía antes de entrar aquí. Esa mujer me odia porque quiere, no porque tenga motivos.

— Tal vez estuviste con ella cuando te encontrabas alcoholizado y la abandonaste. — Dejé de caminar por algunos instantes y luego retomé la caminata al mismo tiempo en que negaba.

— Soy del tipo de bebedor que se olvida de los nombres y de cómo llegó a su casa, pero no de un rostro. — Continué negando con la cabeza. — Ya he pensado en todas las posibilidades y no, no tengo recuerdos de ella sin el uniforme.

— Mejor olvidemos ese tema, ella se lo pierde. — Bufé.

— Y tú también. — Recibí un puño en mi espalda. — Auch. Si no llevaras ocho años con tu novio podríamos haber estado juntitos en cualquier rincón, pero no... La Dra. Hudson tiene ambas piernas sobre el altar y un candado entre ellas.

— Eres tan...— Volvió a golpearme.

— Y tienes suerte de que no vea a Larry tan seguido porque entonces sería posible que los que estuviéramos en el rincón fuéramos nosotros dos, tu novio y yo. — Le guiñé el ojo antes de detenerme frente a una de las habitaciones a las que me tocaba ingresar con el Dr. Culpepper.

Ella sabía que bromeaba, si no hubiera sido así me habría golpeado mucho más fuerte. Angie era bonita, pero no me atraía, solo era mi amiga. Por otra parte estaba su novio, ese lindo chico con buena retaguardia, ese que tampoco me gustaba porque lo mío eran las chicas.

Ambos hacían una bonita pareja, de hecho, estaba ansioso porque Larry se animara de una buena vez y le pidiera matrimonio a su adorada novia.

— Yo seré el padrino. — La vi fruncir el ceño.

— ¿Qué dijiste? — Negué rápidamente y me moví hacia un lado para esquivar uno de sus golpes.

— No he dicho nada, Demonio de Tasmania. — Me crucé de brazos como si así mi espera se fuera a hacer menos tediosa.

Los doctores de ese hospital y sus horarios... Como odiaba a esas personas. Era consciente de que no todos eran así, pero en ese momento pareció serlo. Era hora de revisar a gran parte de los pacientes y ver si se les habían suministrado sus medicamentos o lo que sea que necesitaran, pero no había visto ni a un solo doctor. Solo éramos dos médicos internos que estábamos recostados en la pared y veíamos a los enfermeros correr por todas partes.

Esperaba nunca tener alguna de las actitudes que ellos tenían porque entonces dejaría mi puesto y me uniría al ejército. Yo había estudiado medicina para ayudar, tal y como lo hacía mi maravillosa madre, no para ver cómo los pacientes padecían y posteriormente fallecían.

— Que bueno que no quise ser enfermera. — Asentí, estando completamente de acuerdo con ella.

Esos pobres enfermeros daban lastima. Siempre estaban de un lado para otro, soportando insultos, gritos y malos tratos de sus compañeros, superiores y hasta de los pacientes.

Mi hermana todavía no sabía lo que quería estudiar cuando se graduara, pero yo esperaba que no fuera enfermería porque entonces la vería llorar prácticamente todos los días, tal y como lo hacía Cassidy Welch.

La pobre lloraba con la misma frecuencia con la que respiraba y eso se debía a la presión que tenía sobre sus hombros por ser una enfermera.

Debía ser maravilloso, al menos en gran parte, pero también jodidamente agotador.

Por lo menos nosotros sí teníamos horarios para comer y unos minutos para descansar...

Aydan Davis©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora