Capítulo 12

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Salí de la habitación de descanso, no sin antes darle una rápida mirada a la chica que se estaba acomodando el uniforme. Ya habiendo almorzado y estando menos tenso, me dispuse a ir a donde se suponía que los médicos practicantes debíamos estar, persiguiendo a nuestros supervisores.

Tan pronto tuviera la oportunidad me encargaría de que Culpepper tuviera que subir las escaleras para poder llegar a nuestro piso. Si se fatigaba con tan solo caminar desde su oficina hasta las máquinas expendedoras que le quedaban más cerca, esperaba que se muriera en las escaleras del tercer piso.

— Davis, ¿dónde estabas? — Escuché la irritante voz de mi supervisor.

Al girarme hacia donde creí escuchar que provenían sus palabras me encontré con la mirada indiferente de la insoportable Olive Anderson y de su supervisor. El doctor que le habían asignado a ella era uno de los mejores que tenían en el hospital, por lo que era un desperdicio que estuviera junto a la amargada y no con cualquier otra persona.

— Tuve problemas familiares, Dr. Culpepper. — Respondí monótonamente. — Lo había informado.

— No recuerdo haber recibido una notificación de tu parte. — Rechiné los dientes cuando vi que Anderson sonreía ladeadamente.

Respiré profundo y contuve todos los insultos que pasaron por mi cabeza. Debía ser como mi madre, una mujer paciente y respetuosa que sería incapaz de enviar a la mierda a sus jefes y compañeros, sin embargo, me estaba costando.

— No volverá a suceder. — Aseguré.

— No olvides cuál es tu lugar, muchacho. — Metí las manos en los bolsillos de mi bata y las cerré, volviéndolas puños.

Ese hombre... Toleraba sus constantes faltas de respeto porque era mi supervisor, pero sabía que no podría hacerlo por mucho más tiempo. Podía soportar que se creyera superior a mí debido a su edad y años de experiencia, pero no que me tratara como a un imbécil me estaba cansando.

— Y usted recuerde que puedo golpearlo. — Susurré para mí mismo. — Algunas deberían recordar que desean ser transferidas al Hospital Memorial, justo en donde tengo mis contactos, por lo que no deberían hincharme las pelotas si quieren trabajar allí. — Murmuré cuando pasé por al lado de Anderson.

— ¿Me estás amenazando? — Su mano sujetó parte de mi bata y tiró bruscamente de ella.

Ambos nos quedamos atrás mientras nuestros supervisores avanzaban en dirección a las habitaciones que nos correspondían.

— Que bueno que nos entendemos. — Para provocarla un poco más llevé mi mano hacia la prenda de color blanco y la imité. — Porque no me gusta repetir ciertas cosas. — Sonreí ladeadamente. — Suéltame, estás estrujando mi uniforme.

— No te metas conmigo, Davis, no me conoces. — Reí secamente.

— Procura no meterte en mis asuntos y yo no tendré que mover mis fichas. — Le guiñé el ojo.

— Maldito bastardo. — La escuché mascullar.

Olive se dejaba ver como una brabucona, pero la realidad era que esa mujer era fácil de manipular. Había creído mi mentira sin saber que los contactos de los que hablaban eran mi madre y mis tíos, personas que jamás se atreverían a arruinar la reputación de alguien.

Mi madre era un amor, una mujer incapaz de hablar mal de un compañero de profesión y mis tíos, aunque fueran todos unos loquillos, tampoco lo harían.

— Cuando piense en lo que le dije va a querer golpearse. — Murmuré para mí mismo. — Tontita... Soy doctor, no un narcotraficante.

Gracias a la bruja de nuestro hospital estuve de buen humor durante gran parte de mi jornada laboral. Ella había aparecido después de una hora y al ver que me observaba como si quisiera degollarme supuse que la Dra. Anderson había recordado que yo solo era un simple compañero de profesión, por lo que no tenía el poder para evitar que la transfirieran al lugar de sus sueños.

No me sorprendió verla rabiando por los pasillos y tampoco escuchar los sollozos de algunas enfermeras practicantes. Olive Anderson era temperamental y no tenía tacto al hablar, algo que se potenciaba cuando alguien que detestaba se burlaba de ella.

Pobre tontita, si ella hubiera sabido que era la razón por la que mi día estaba siendo increíble se habría lanzado de la azotea del hospital.

Me disponía a entrar a una de las habitaciones cuando mi teléfono comenzó a vibrar en mi bolsillo. No dudé en tomarlo, pero cuando vi que era papá quien llamaba no pude evitar sentir preocupación.

Él solía respetar mis horarios, por lo que solo llamaba cuando era una urgencia.

— ¿Hola? — Pregunté con cierto temor.

— Necesito que tan pronto salgas del trabajo vayas a la casa. — Mi ceño se frunció bruscamente.

— ¿Por qué? ¿Pasó algo? ¿Mamá y Odet están bien? — Comencé a alejarme del grupo de doctores que se había reunido para esperar a sus debidos supervisores.

— Tranquilízate, todo está bien. — ¿Entonces para qué tanto drama? — Necesito que seas mis ojos, ¿de acuerdo? Odet va a salir con el mocoso White.

Detuve mis pasos abruptamente y alejé el teléfono de mi oreja para observarlo fijamente.

— ¿Me estás jodiendo? — Esa pregunta se escapó de mi boca y no me arrepentí de haberla formulado. — ¿Por qué?

— Cuidado. — Advirtió. — Digamos que... Me convenció.

— ¿Le diste permiso? — Grité entre susurros. — ¿Pero qué está mal contigo? Estás arruinando todo el trabajo que he hecho durante años y que tanto me ha costado.

— Aydan...— Murmuró por lo bajo.

— Le dejaste el camino libre. ¿Eres consciente de eso? — Cerré los ojos con fuerza y me eché el cabello hacia atrás. — De acuerdo...— Suspiré ruidosamente. — ¿Qué quieres que haga?

— Observarás la situación mientras llego. Trataré de estar allí antes de que ese mocoso vaya a buscarla, pero si no logro hacerlo tu deber será vigilarlo. — No se escuchaba contento con la situación, pero no había otro responsable que no fuera él mismo. — Luego veremos qué hacer.

— No puedo creer que le hayas dado permiso. — Murmuré.

— Davis, esto no es una plaza pública. — Escuché al Dr. Culpepper. — Deja el maldito teléfono y ve a trabajar.

— Papá, tengo que irme. La pelota supervisora está llamándome. — Así era como nosotros le decíamos a Culpepper cuando no había nadie cerca escuchándonos.

— Tranquilo, no dejes que acabe con tu paciencia. — Asentí a pesar de que él no podía verme. — Eres mejor que ese imbécil, no lo olvides.

— Lo sé, nos veremos luego. — Dije y colgué.

— ¿Así quieres ser doctor? — Lo escuché preguntar, pero preferí ignorarlo. — Eres poco profesional, irresponsable, un... — Cerré la puerta de la habitación para no seguir escuchándolo.

— Imbécil. — Mascullé entre dientes. — Hola Amy, ¿cómo estás hoy? El ratón de los dientes me dijo que anoche pasó por aquí porque se te cayó uno. — Sonreí lo mejor posible y continué haciendo lo que me gustaba, atender a mis pacientitos. 

Aydan Davis©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora