Capítulo 41

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Caminé a pasos rápidos hacia el auto, lo abrí con el mando a distancia e ingresé en él. Una vez que me encontré sentado puse el seguro a las puertas y arranqué el auto tan pronto lo encendí. Ni siquiera me había puesto el cinturón de seguridad cuando estaba por salir de su vecindario, lo único que me interesaba era alejarme de allí.

— Debí darle una fecha límite. — Gruñí con malestar. — Soy un idiota. — Susurré. — ¡Soy un idiota! — Grité mientras me desordenaba el cabello de forma brusca. — Va a rechazarme y tiene todos los motivos. Diablos Aydan, ¿por qué tuviste que basarla? ¿Por qué le dijiste que te gustaba?

¿Con qué cara iba a verla en el trabajo? ¿Cómo rayos me iba a parar frente a ella?

Sí, sus labios eran suaves y me alborotó hasta el alma, pero... Si Olive no aceptaba mis sentimiento...

— Todo es culpa de la supermodelo de ojos verdes y el Demonio de Tasmania. — Suspiré ruidosamente. — Una me metió ideas en la cabeza y la otra no se cansó de aparecer en todas partes.

Durante varios segundos me mantuve refunfuñando, tratando de liberar toda la tensión que sentí, pero al no conseguirlo preferí marcar el número de la persona que sabía que en esos momentos estaba despierta.

— Hola, hola. — Saludé tan pronto descolgó la llamada.

Esa mujer no dormía como las personas normales.

— Mi niño, Dios te bendiga. — Mis comisuras se elevaron rápidamente. — ¿Qué haces despierto a estas horas?

— Amén, Nona. — No había día o conversación en la que ella no me echara la bendición. — Lo mismo podría preguntarte, pero sé que estás atenta a los números de la lotería, pecadora. — Al otro lado de la línea se escuchó su risa. — Estaba inquieto y, ¿qué mejor calmante que tu voz?

— El Señor sabe que juego para hacer el bien. — Eso era algo que siempre decía, incluso cuando iba al casino a gastar parte de su pensión. — Siempre tan dulce... Tú y Odet llenan mi corazón de alegría.

— Lo sabemos. — Dije mientras a mi cabeza volvían las palabras de Live. — Nona, ¿puedo...? Esto va a escucharse un poco raro porque nunca antes te lo había mencionado, pero...

— ¿Qué sucede mi niño? Me estás preocupando. — Mordí mi labio inferior con bastante fuerza antes de continuar.

— Verás, hace poco tuve una conversación con una amiga y mencionó algo que hasta el momento sigue dando vueltas en mi cabeza. Ella dijo que padre y madre son los que crían y que lo mismo se puede aplicar en los abuelos. A lo que voy es, ¿puedo llamarte abuela? — Murmuré por lo bajo. — Si no quieres lo entendería porque es muy repentino y bueno... No sé si puede causarte malestar o algo parecido.

— Sería un honor ser llamada así por ti. — Susurró. — Ay, mi niño... Soy muy feliz gracias a ti, muy, muy feliz. Gracias.

— ¿Por qué me agradeces? Soy yo quien tiene a la mejor abuela de todas. — Volví a escuchar su risa. — Tengo que colgar porque estoy cerca del apartamento, pero no te acuestes muy tarde. Pronto te iré a buscar para que vayamos juntos al casino y despilfarremos el dinero que tanto nos costó conseguir.

— Nos vemos mi niño, que Dios te bendiga siempre y cuide tus pasos en cada momento. — Volví a sonreír antes de colgar la llamada.

Adoraba a esa mujer.

Cuando llegué a mi apartamento era realmente tarde, pero ni la hora ni el cansancio que sentía me sirvieron para poder conciliar el sueño. Tan temprano como a las cinco y media de la mañana ya estaba bañado, vestido y de camino a la casa familiar. El motivo de mi viaje era simple y era que a mi padre le había parecido una buena idea enviarme un mensaje sobre el visitante nocturno de mi hermana.

Aydan Davis©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora