Capítulo 39

50 8 2
                                    

Había estado viendo películas durante horas y para cuando me aburrí de estar acostado en el sofá ya estaba oscuro en el exterior. Debían ser las diez de la noche o por ahí, según mis estudios especializados en el cielo que estaba sobre mi cabeza. Me disponía a irme al baño para darme una ducha rápida y lavarme los dientes, sin embargo, el brillo de mi teléfono en medio de la oscura estancia llamó mi atención.

— ¿Bueno? — Pregunté tan pronto descolgué la llamada.

— Enano, tienes que venir a la casa. — Escuché la voz de papá. — Necesitamos hablar.

— ¿Pasó algo? ¿Mamá y Odet están bien? — Quise saber.

— Todo está bien, ven a casa. — Algo en su voz no me convencía, no me brindaba esa seguridad que siempre lograba transmitirme.

— ¿Seguro? — Volví a preguntar.

— Sí, solo hay un par de cosas que debemos hablar contigo y con tu hermana. — No me agradaba cómo se escuchaba eso.

— ¿Qué hizo Ardilla? — Lo escuché respirar con fuerza.

— ¿Qué no hizo? — Escupió antes de soltar una risa seca, casi forzada. — Te estaré esperando, no conduzcas como un demente. — Murmuró y colgó.

Me mantuve observando fijamente la pantalla de mi teléfono por algunos segundos. Era muy tarde para conducir hacia la casa familiar, pero lo haría, si mi familia necesitaba reunirse iba a ir hasta donde fuera necesario.

— Ay, Ardilla... — Suspiré ruidosamente. — ¿Qué hiciste esta vez?

Me levanté del sofá con rapidez y tomé lo que era necesario en esos momentos, las llaves y mi billetera. Para cuando salí de mi apartamento la calle estaba oscura, silenciosa y solitaria, algo poco habitual en esa zona ya que mi edificio se encontraba en el mismo centro de la ciudad en la que vivía. Caminé hacia el auto sin prestarle demasiada atención a ese detalle y una vez que estuve en el interior de mi medio de transporte lo encendí y puse el seguro.

Conducir a esas horas de la noche no era una de mis cosas favoritas a pesar de que me encantaba amanecerme en los clubes. De noche no se veía nada, ni las imperfecciones de la carretera y tampoco los animales que estuvieran próximos a cruzar la calle. Manejar de noche era como avanzar a ciegas, sumamente peligroso si no se tenía una forma de guiarse.

Por suerte logré llegar a mi hogar sin ningún inconveniente de por medio, con un poco de dolor en los ojos, pero enterito.

— Espero que no hayas estado conduciendo en exceso de velocidad. — Fueron las palabras que me recibieron cuando abrí la puerta principal de la casa familiar.

— No me ves desde hace un par de días, me llamas todo rabioso porque Ardilla volvió a hacer de las suyas, ¿y así me recibes? — Llevé mi mano derecha al pecho para verme dramático. — Eres horrible.

— Sí, sí, siéntate y cállate. Espero por tu propio bien que no descubra que tienes una multa por exceso de velocidad. — Me señaló con el dedo índice.

— Tranquilo viejo, tengo una amiga que se encarga de eso. — Sonreí ladeadamente. — Y realmente es una amiga, por si van a utilizar eso en cualquier otro caos que cause la mocosa. — Mi comisura fue cayendo con lentitud hasta desaparecer por completo. — ¿Ahora qué hizo?

— Vamos a hablar sobre temas familiares. — Me informó papá. — Comienza con tus preguntas, Ardilla.

— ¿Por qué nos dijeron que nuestros abuelos estaban muertos? — Mi hermanita pareció haber tenido esa pregunta en la punta de la legua desde hacía bastante porque no dudó en escupirla cuando tuvo la oportunidad.

Aydan Davis©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora