Capítulo 52

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Paulina era un terremoto, un huracán o incluso un tifón, dependía mucho de la paciencia que se tuviera. Ella hablaba demasiado aunque debido a su edad muchas veces no se le entendía lo que quería decir, era inquieta y siempre trataba de salir de la camilla, por lo que debíamos vigilarla.

Estuvimos cuidando de ella hasta que se recuperó por completo y una vez que eso sucedió el estado tomó su custodia mientras se llevaba a cabo la investigación, una que por cierto no lucía muy bien para sus padres. Por lo poco que había escuchado, era probable que le entregaran la niña al Dr. Culpepper y a su esposa, pero con la condición de que mantuvieran distantes a los padres de la niña.

Para Culpepper eso debía ser un escenario difícil ya que se trataba de evitar que su hija entrara a la casa en la que había crecido, básicamente debía prohibirle el acercamiento a sus recuerdos y todo por una situación tan lamentable.

En un principio mis sospechas iban hacia el padre, pero luego de ver a la hija del que había sido mi supervisor, ese pensamiento cambió. Algo en ella no me inspiraba confianza, tal vez era por la forma nerviosa en la que se comportaba siempre que se le preguntaba por lo sucedido ese día o porque ni siquiera sabía a qué rayos era alérgica su propia hija.

Fuera lo que fuera, Paulina ya no se encontraba bajo nuestra protección y debíamos olvidarnos de ese caso.

Estaba en mi apartamento, en uno de esos pocos momentos en los que me encontraba solo ya que Live tenía que hacer guardia. Me encontraba acostado en el sofá con la mirada fija en la pantalla de mi teléfono mientras le enviaba mensajes de texto a mi grupo de amigos, sin embargo, al ver que uno de ellos no me contestaba a pesar de estar conectado, me puse un poco tóxico y decidí llamarlo.

— ¿Se puede saber por qué no me contestas, Moco? — Le pregunté tan pronto descolgó la llamada.

— Estoy ocupado. — Respondió Christian, pero no le creí debido a que de fondo escuché una risa femenina.

— ¿Con quién carajos estás? — Me senté en el sofá. — ¿Con quién me estás engañando, Christian?

— Estoy con Moni, Ogro mal pujado. — Rodé los ojos.

— Hermano, ya deja de hacerte esto. Han pasado más de diez años y sigues en el mismo punto. — Los escuché toser, como si se hubiera ahogado.

— Cállate. — Gruñó. — ¿Eh? Es Aydan, te envía saludos. — Supuse que estaba respondiéndole a ella.

— No es cierto, te estoy diciendo que salgas de la zona del amigo de una puta vez. — Refunfuñé. — Antes eras divertido, salíamos y nos alocábamos hasta el día siguiente, pero ahora bebes como divorciado que tiene que dividir sus pertenencias. Dile a Moni que...

— Estás en alta voz. — Advirtió justo cuando el audio de la llamada se tornó raro.

— Me vale, maldito borracho. — Mascullé.

— No lo insultes. — Me riñó Mónica, la causante de todos los males de mi amigo. — Vino a ayudarme con mi mudanza, así que no me lo insultes.

— Que novedad, Christian ayudándote... — Murmuré por lo bajo. — ¿No te parece que mi amigo es como un Uber? — Pregunté con cierta malicia. — El conductor te lleva a donde quieras, pero tienes que pagarle por su servicio.

— Aydan, voy a colgar. — Escupió mi amigo.

— No te atrevas. Quiero hablar con Moni a solas. — Supe que ella había tomado el teléfono porque escuché claramente cómo mi amigo se quejaba y pedía que terminara con la llamada.

— Dime, ya no estás en alta voz. — Asentí, sintiéndome complacido.

— Sabes que mis ojos funcionan muy bien, Abejita. — Murmuré sonriente. — Y como tengo una buena vista me he dado cuenta de que últimamente ustedes dos pasan demasiado tiempo juntos. ¿Qué pasa entre ustedes? — Nuevamente escuché que alguien tocía.

Aydan Davis©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora