Capítulo 18

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Cuando bajé las escaleras vi a papá sentado en su sofá mientras observaba el reloj que se encontraba alrededor de su muñeca. Por la expresión facial que tenía, el mocoso White debió haber llegado antes de la hora límite y eso no le agradaba en lo absoluto.

No podría utilizar el horario para deshacerse de él así que tendría que utilizar otra forma para que ese niño no formara parte de nuestra familia.

Caminé hacia una de las ventanas que daban hacia la parte delantera y me quedé allí esperando a que Odet bajara del auto. Habrían pasado algunos veinte minutos cuando por fin se dignó en abrir la puerta y salir, pero en todo ese tiempo permanecí con los ojos puestos en ellos.

— No, Odet. No. — Susurré para mí mismo.

Sabía que mi hermana estaba enamorada de él y eso era lo que me preocupaba. Si al tonto White se le ocurría jugar con ella, Odet terminaría destrozada y no deseaba que ella pasara por aquello.

No por lo mismo que viví.

Un corazón roto dolía, pero que eso sucediera en la adolescencia era horrible.

Yo caí en un hoyo profundo del que no pude salir. Llegué a sentir que las cosas perdían el sentido y todo se volvió gris, la vida perdió todo su brillo y color. De hecho, habían pasado más de ocho años y seguía sintiendo como si estuviera respirando porque debía hacerlo, no porque realmente lo quisiera.

Detestaba sentirme así, pero de cierta forma ya me había acostumbrado. Sin embargo, no quería que Ardilla perdiera aquella alegría e inocencia que tenía. Ella había nacido para resplandecer, para ser una luz en medio de la tempestad, no para sufrir por amor.

— Hola familia. — Escuché su voz antes de que cerrara la puerta.

— Puntual. — Murmuró papá.

— Claro, hablamos de Pitha. — Rodé los ojos.

— Ese mocoso... — Mascullé entre dientes.

La escuchaba, pero mis ojos estaban fijos en el auto de ese niño. Lo seguí con la mirada cuando comenzó a avanzar lentamente y no dejé de observarlo hasta que la pared me lo impidió.

— Aydan, deja de seguir su auto. — Bufé por lo bajo y me alejé de la ventana.

Con pasos lentos me dispuse a caminar hacia papá, pero me detuve cuando Ardilla sacó su teléfono. Mi ceño se frunció rápidamente cuando sus ojos comenzaron a viajar de un lado a otro mientras observaba la pequeña pantalla.

¿Era cosa mía o estaba nerviosa?

— ¿Quién es? — Pregunté.

Fruncí aún más el entrecejo cuando la vi dar un pequeño salto.

— Nadie, jeje. — Balbuceó. — No es nadie.

Mentirosa.

Era evidente que algo había sucedido, todos lo notábamos. Sin embargo, por algún motivo desconocido Ardilla estaba prefiriendo ocultarnos la verdad, pero por qué.

¿Por qué nos estaba mintiendo?

— ¿Segura? — Mis ojos viajaron hacia donde se encontraba mamá.

Por algunos instantes creí que estaba siendo demasiado paranoico, pero con la pregunta de mamá se me erizaron los vellos de la nuca.

Paranoico mis cojones.

— Sí. — Quise llevarme las manos a la cabeza para arrancarme el cabello.

Si estaba mintiéndonos, ¿cómo era posible que aquella respuesta se hubiera escuchado sincera?

No entendía nada, estaba tan confundido que comenzaba a tener dolor de cabeza.

— De acuerdo... — Murmuró mamá. — Vamos, hay café recién hecho y está esperando junto a unas ricas tostadas. — Ella caminó hacia Odet para pasar su brazo por los hombros de su hija e ir juntas hacia cocina.

— ¿Le crees? — Le susurré a papá cuando caminé disimuladamente hacia él.

— Ni un poco. — Respondió con la mirada fija en ellas.

— Aydan, ¿qué te pasó en la cara? — Las comisuras de mi progenitor se elevaron un poco.

Esa Ardilla entrometida...

— Un gato. — La vi fruncir el ceño bruscamente.

Esperaba que no hiciera más preguntas al respecto porque entonces tendría que volver a contar la historia que me inventé y ya había dicho muchas mentiras durante ese día.

Tal vez lo de mentirosa lo había sacado de mí, pero a ella se le daba muy mal.

— Andando, chico que fue atacado por un gato. — Sonreí ladeadamente ante la burla de papá.

— Ríete todo lo que quieras. — Mascullé.

— Necesito conocer a la mujer que no cayó en tus tonterías, Enano. — Rodé los ojos con cierto fastidio. — Voy a pagarle por haberte dado tu merecido.

— Mejor concéntrate en White. — Dije antes de entrar a la cocina y sentarme al lado de Ardilla.

Tomé aquel preciado líquido humeante y de color café que me mantenía con vida día a día y comí las ricas tostadas con mantequilla que lo acompañaban. Esa combinación me sabía a nostalgia, a aquellas noches lluviosas en las que nos sentábamos alrededor de la mesa y jugábamos juegos de mesas mientras bebíamos el café que nos mantenía calentitos y felices.

Recordaba perfectamente que cuando eso sucedía a Ardilla se le daba un vaso con leche tibia porque si tomaba café, aunque fuera un pequeño sorbo, no dormía durante toda la noche.

Tomar café cuando el cielo parecía caerse en pedazos era como una tradición que teníamos y fue así hasta que tuve que mudarme.

Suspiré antes de volver a darle otro sorbo a mi café.

Odet ansiaba crecer, pero yo detestaba haberlo hecho. Nunca me iba a cansar de decir que ser un adulto no era una mierda. Prefería mil veces volver a tener nueve años y correr por todas partes, a tener veinticinco y pagar facturas, rendirle cuentas al estado y pasar más de la mitad de mi vida trabajando para un mísero seguro social.

Lo triste de todo eso era que no importaba cuánto deseara regresar a mi niñez o adolescencia, aquello no iba a suceder. No poseía una máquina para viajar al pasado y tampoco tenía un gira tiempo como el que utilizaba Hermione en una de las películas de Harry Potter.

Jamás creí que mencionaría algo de aquellas películas, eso era culpa de Odet...

Después de comer mefui a mi habitación, me lavé los dientes, tomé una ducha rápida y volví aacostarme. Al día siguiente White iría a cenar y no iba a desperdiciar laoportunidad de incomodarlo por no haber descansado bien. 

Aydan Davis©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora