ÚLTIMO DÍA

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-Ten. Esta es la llave de la cámara que Regulus dejó a tu nombre. Agarra todo lo que necesites, es tuya. Me explicó al entregarme la llave de dicha cámara que guardé en mi bolsillo.

-Está bien, lo haré.

Una vez recogimos toda la cocina entre los tres, subí a mi habitación para escribir todas las respuestas a las cartas y dárselas a mi lechuza para que las enviarlas a sus correspondientes destinatarios.

Al bajar me encontré con mi padre Sirius intentando convencer al otro merodeador de poder salir junto a nosotros mientras le seguía por toda la casa.

Finalmente, logramos convencer a mi padre Remus de ir los tres juntos a pasar el día en la ciudad, mi padre Sirius en su forma animaga, claramente. Compramos todo lo necesario para mis recetas y algunos de los ingredientes ordinarios de la poción matalobos que se podían conseguir con facilidad.

Al llegar, pasamos el resto de la tarde en el salón. Mi padre Remus: leyendo, al igual que yo. Pero como mi padre Sirius declaró su aburrimiento al ya haber acabado sus lecturas, ambos nos pusimos a jugar una intensiva partida de ajedrez durante el tiempo que tardaban los muffins de arándano en hacerse, y el pudín de chocolate en enfriarse.

Después de cenar, estuve un rato tocando el piano, lo cual había aprendido en los años en los que estuve en la escuela muggle antes de entrar a Hogwarts. Al mismo tiempo, me quedé observando con una sonrisa a mis padres recostados juntos en el sofá, conversando animadamente.


Al día siguiente, me desperté excesivamente temprano, de nuevo. Los Weasley recogerían a Harry a las cinco, por lo que debía darme prisa para asegurarme de estar allí a tiempo.

Me duché y me preparé para después disponerme a hacer el baúl de Hogwarts y mi bolso con todo lo necesario para el día de hoy.

Una vez hecho, bajé el equipaje a la entrada de la casa, dándome cuenta de que la puerta del patio se encontraba abierta.

Mi padre Sirius estaba jugando con Buckbeak, el hipogrifo al que salvaron de la ejecución y con el que logró escapar de Hogwarts, en su forma animaga. No tardé mucho en convertirme en mi forma animaga, un perro negro con manchas marrones, para unirme a ellos.

El año pasado, Canuto vino en mi búsqueda nada más llegar a Hogwarts para que pudiera descubrir la verdad. Durante días, me colaba en las cocinas (actividad la cual los gemelos y yo siempre solemos hacer) para poder llevarle comida, yendo a través del pasadizo del sauce boxeador que lleva hasta la casa de los gritos.

Tras mucha insistencia, logré disuadirlo para que me ayudara a convertirme en animaga. De esta forma, podría ayudarle mucho más fácil y acompañar a mi padre durante las lunas. Llevó varias semanas de preparación, pero finalmente pude convertirme en una animaga.

En un descuido, el hipogrifo golpeó mi pata, haciendo regresar aquel dolor agudo en mi muñeca, obligándome a transformarme.

Me quedé sentada en el suelo del patio, causando que mi padre se transformara también y viniera a mi lado lo antes posible.

-Está algo inflamada, lo más probable sea que se haya abierto la herida. Dijo observando como el vendaje se teñía de rojo poco a poco.

Entramos a la cocina, donde estaba haciendo el desayuno mi padre Remus, quien nos observó preocupado.

En unos pocos minutos, mi padre Sirius me quitó la venda, desinfectó la herida y la recubrió con un vendaje nuevo al mismo tiempo que yo tomaba mi americano.

-Podría haberlo hecho yo sin problema. Dije, restando importancia al incidente.

-Lo sé, pero no está mal que los demás cuiden de ti de vez en cuando, cachorra. Voy a dejar el botiquín en el baño. Me respondió con una amable sonrisa, saliendo de la cocina.

Pequeña Lunática [Charlie Weasley]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora