45 - Yo, Fenrir Greyback

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Fenrir era un destrozo de llanto, rugiendo con agresividad.

—¡VETE! ¡LÁRGATE!

El cuerpo de Bill obedeció su orden, giró en dirección a la puerta principal y echó a correr.

—¡NOOOOOO! —clamó desgarrado.

Lo último que vieron sus ojos empañados fue un borrón pelirrojo desapareciendo por la puerta de su hogar.

“Me quería muerto…”

No se quiso quedar con ese reciente recuerdo y lo sacudió de su mente, sustituyéndolo por otro más alegre.
Conforme vaciaba el frasquito en el fregadero, memorizó sus palabras de amor y sus sonrisas incandescentes. Hizo añicos el frasco dentro de su puño y luego abrió la mano para dejar que el agua arrastrara los pequeños cristales, evocando la voz de su omega pidiéndole que comprara té o quejándose del olor a puro. Tomó asiento, bebió un trago largo de cerveza y se llevó una cucharada envenenada mientras visualizaba sus gestos dulces o expresiones de enfado. Otra cucharada más, una tras otra, acompañaba cada lágrima de despedida con el recordatorio presente de su aroma a sándalo. La casa olía a hogar, amor, crianza y enlazamiento; no podía pedir más. Jamás pensó que la fortuna le sonreiría por un breve tiempo para darle la oportunidad de experimentar la sensación de plenitud intermitente entre tanta tormenta. Más cucharadas fueron ingeridas, saboreando la derrota de una relación, cuyo único culpable permanecía sentado, engullendo los frutos de su siembra.

“Su odio es más grande que su amor.”

Su lobo no se revelaba ni gruñía, ya no le quedaba rabia ni furia que desatar. Se terminó las últimas cucharadas trayendo a la memoria la furia cobre de su mirada y su cabellera salvaje, sintiendo la pesada losa de la culpa aplastar su conciencia. Dejó el cubierto a un lado y bebió otro trago de cerveza, deseando sinceramente que su omega fuera feliz sin él, ansiando dentro de una trémula inspiración la existencia de un paraíso eterno que fuera capaz de perdonarle lo que él no podía perdonarse. Con el cuerpo y el alma alicaída, se perdió en la bruma del único pasado digno de recordar; el año con su omega.

Bill corrió ladera arriba a tal velocidad que sus músculos desentrenados protestaron entumecidos. El corazón desbocado, la respiración errática y apresurada irritando su garganta y sintiendo desfallecer. Sus pies no paraban y él lloraba con un quebranto insoportable. Había conseguido materializar su deseo de salir de esa casa y poder ser libre de él, pero en ese momento lo único que pensaba era en que había estado a punto de matarlo. Se veía incapaz de elegir entre su familia y su alfa.

Intentó agarrarse a una farola para detenerse, pero la orden modificó su voluntad y continuó corriendo. Su casa estaba ubicada justo a las afueras de la ciudad, allí solo había urbanizaciones y casas de campo salpicando una vegetación delimitada por carreteras. A cada paso rápido, se alejaba de su Alfa y de la posibilidad de salvarlo; su corazón, que palpitaba taquicárdico, cambió sutilmente el ritmo y comenzó a latir cada vez más lento.

Noche oscura de primavera con el viento portando el fresco aroma a azahar, pero allí no había nada, salvo vegetación salvaje y la negrura de un corazón latiendo cada vez más lento. Bill se llevó una mano al pecho agitado, tosiendo e intentando inhalar oxígeno. Sus piernas corrían cada vez más lento…

Fenrir hincó los dedos en su esternón notando ralentizarse el pulso. El lazo vinculante vibró como una cuerda tensa de violonchelo en una frecuencia baja; sus corazones se llamaban. Se levantó con dificultad, tiró el resto de la comida a la basura y lavó la vajilla sintiendo desfallecer, luego se tumbó en la cama de su omega, rodeándose de su perfumada ropa y se quedó contemplando una foto suya en la pantalla del móvil. 

IV En el corazón del lobo (Saga lobo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora