66 - La fragmentación de un corazón

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—¡Ya está!

Tumbaron rápidamente a Bill en la camilla y cinco personas empezaron a moverse de un lado a otro, preparándolo todo.

El tiempo corriendo en contra se olía en el ambiente cargado de feromonas crispadas de la pareja; se palpaba en sus corazones sincronizados corriendo tan veloz, que dolía en el pecho; se veía en el ajetreo del personal que maniobraba sobre el cuerpo expuesto y vulnerable de su omega, tendido como Cristo en la cruz, con los brazos cableados y una cortina verde haciendo de paraban a la altura de su pecho. Fenrir se situó detrás de su cabeza, al lado del anestesista, y acarició con manos temblorosas su cabello recogido en un gorro. Permaneció callado porque si abría la boca, estaba seguro de que lo estropearía. Jamás se le dio bien animar o consolar a nadie, y en esos momentos lo único que podía hacer era besar su frente y sus mejillas sin descanso, con infinito cariño, haciéndole saber que estaba presente y ofreciéndole el calor de su aliento, su cuerpo y sus feromonas. El personal no hablaba, excepto para dar indicaciones o comentar entre murmullos información que no alcanzaba a comprender.

Bill sollozaba bajito mientras su alfa le daba mimos.

—Ci-cierra el vínculo, Fenrir.

—Mi vida-

—No soporto tu dolor…

Sellaron la conexión de doble vía y se quedaron a solas en su interior, sin más compañía que su propio miedo.

La privilegiada altura de Fenrir le permitió saber que estaban sacando al cachorro, pero no oyó absolutamente nada, ni si habían roto bolsa, si le estaban cortando el cordón o si ya era el momento de oírlo llorar.

Fenrir rezó a la Diosa Selene porque no se llevara con ella a su hijo, porque su omega y los otros dos salieran de ese quirófano sanos y salvos. El médico alzó cuanto apenas al cachorro y rápidamente lo llevaron a la mesa para atenderlo, sin embargo, seguía sin haber llanto.

—¿Ha nacido ya?

Su omega se estaba ahorrando el mal trago que estaba pasando él, de que sus ojos fueran testigos de cómo le administraban oxígeno a una cría diminuta de piel pálida amarillenta que se movía poco y casi ni gimoteaba.

—Sí, mi amor.

—Traed la incubadora y llevadlo a UCIN directamente y que le administren…

Una criatura pequeña que temblaba, también llena de cables y con vía intravenosa, metida a corre prisa en la incubadora portátil y siendo llevada fuera de quirófano por dos auxiliares.

Bill pudo verlo por una fracción de segundo al cruzar las puertas y después llamó la atención de su alfa, que se había quedado igual de conmocionado que él al ver el estado deplorable de su cachorro.

—¡Fenrir, ve con él!

—¿Qué? —Miró la puerta y a Bill alternativamente—. N-no puedo dejarte solo-

—¡Eso no importa! —exclamó entre sollozos—. Ve con él, no lo dejes solito, po-por favoooor…

Estaban sacando a otro cachorro, su omega le suplicaba lloroso que se fuera, pese a que en ese momento lo necesitaba más que nunca.

—¡Vete! N-no dejes que nuestro Louis pase por esto solito, por favor… —gimoteó, llorando desconsolado.

Fenrir salió del quirófano a toda prisa sin despedirse de su omega con un beso, un gesto o una palabra. Cruzó el pasillo experimentando la fragmentación de su corazón en cuatro partes, dejando atrás tres porciones para atender la más vulnerable. Había abandonado a su omega en su peor momento, cuando más le necesitaba; hubiera dado cualquier cosa por poder desdoblarse, pero no pudo, por eso sus pies reaccionaron instintivamente y le llevaron corriendo tras su cachorro.

IV En el corazón del lobo (Saga lobo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora