65 - Puro instinto

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Treinta y dos semanas de embarazo…

Aquel babyshower fue la excepción a la regla de vivir una rutina de máximo aislamiento dentro del nido, sin tocar un centímetro de la casa y con el omega exigiendo cada vez más la presencia del alfa para pegarse a él como una lapa; a ser posible, las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. El único propósito era ronronear de gusto sobre su cuerpo enorme y caliente, poniendo así a prueba el autocontrol de Fenrir y obligándole a librar una cruenta batalla contra sus instintos sexuales. Instintos que sofocaba rememorando con insidiosa tortura la imagen de su pene y el trasero de Bill empapados de sangre.

Las veces que salía de casa para formalizar una venta o hacer cualquier otra tarea de carácter imprescindible, siempre se le hacía una cuesta arriba. Era irse, y su omega le rogaba con los brazos en alto que no lo abandonara, provocando aquello el padecimiento en sus carnes de un tortuoso dolor abriéndose paso como tiras de piel desolladas sin piedad; cada tira al compás de cada quejido de reclamo proferido por su omega a lágrima viva. Era cuestión de tiempo que no pudiera resistirse a su clamor, y el día que sus fuerzas y la razón flaquearon, finalmente llegó.

Fenrir llegó a casa después de emplear tres horas en una discusión que luego pasó a las amenazas, y terminó con los cuerpos moribundos de los dos acompañantes de su cliente tirados en suelo a base de destrozarlos a puñetazo limpio. Por último, se dedicó a rugir amenazas al cliente mafioso en cuestión por el descaro de tomarlo por mentiroso y poner en entredicho la calidad de la droga, asegurando que su cabeza quedaría reventada contra el suelo si volvía a cuestionarlo.

En su intención de ir directamente al aseo para quitarse de encima la suciedad y la sangre de su ropa, un potente clamor de omega paralizó sus pasos a la altura del salón. Su reclamo fue exigente, urgente, un lamento desgarrador que transmitía la cruda necesidad por su protección. Fenrir corrió directo al nido con el corazón desbocado, pensando que tal vez le estuviera pasando algo grave. Cuando entró, lo encontró sentado en la cama con garras, colmillos y la mirada cobre cargada de lágrimas, su cuerpo
estremeciéndose violentamente. Bill extendió los brazos hacia él igual que un desamparado, y le exigió entre gemidos de angustia que se acercara.

—Mi vida, ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? —Miró a todas partes buscando el peligro mientras le tomaba las manos temblorosas.

—Ha-hace mucho que te fuiste. Me-me… no estabas…

Fenrir se sentó en la cama y lo cobijó entre sus brazos, marcándolo con su calor feromonal para tranquilizarlo.

—Te dije que me iba a formalizar una venta. He estado fuera solo tres horas. —Su omega temblaba con las garras hincándose en su espalda al abrazarse con fuerza, la cara llorosa enterrada en su pecho e inspirando profundamente sus feromonas alfa—. Me ducho y vengo-

—¡Noooo! —lamentó en un sollozo.

—Tengo sangre de otros alfas. Nuestro nido olerá-

—¡No te vayas! Te-te necesito conmigo. No puedo dormir ni descansar cuando me dejas aquí solo…

Fenrir apartó con suaves caricias los mechones cobrizos de su cara y le levantó la barbilla para contemplar el dolor reflejado en sus hermosas facciones.

—Han sido tres horas horribles… —Lo había dicho con las comisuras caídas, parpadeando abundantes lágrimas que surcaban su expresión afligida—. En el momento que te has ido no he podido dormir, me he-he puesto nervioso, no-no sé por qué. Me sentía en peligro y mí-mírame. —Enseñó una mano con garras que situó entre sus cuerpos—. Yo-yo sé que tienes que trabajar y-y que en realidad no pasas tanto tiempo fuera, pero… —tragó saliva, inspirando trémulo después—, no puedo soportarlo cuando te vas y me dejas aquí solo.

IV En el corazón del lobo (Saga lobo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora