13 - Entrega

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—Ahora te entregarás y someterás dócil a mí.

—Sí, Alfa...

Uno frente al otro y su mano empuñada en la camiseta como único contacto. Bill tomó aire profundamente y cerró los ojos, que miraban servirles al suelo. Necesitaba ser el valiente y tranquilo de siempre, tomar las riendas de su instinto para no verse arrastrado a las demandas del Alfa, que respiraba alterado sin hacer ningún movimiento. A su mente acudió los recuerdos difusos de aquel primer encuentro cuando ambos se entregaron en un impulso feroz comiéndose a besos, cuando esos escasos minutos era lo único perfecto que había experimentado de ellos dos.

Ascendió el dedo índice por su torso levantando lentamente el rostro. El Alfa persiguió con la mirada esa leve caricia que se detuvo en su pecho, plasmando la mano abierta sobre su corazón. Sus miradas se encontraron y Fenrir se ahogó en el mar picado de sus lágrimas retenidas, se había dado cuenta de a qué pretendía jugar el omega.

—Finjamos que tú eres un alfa y yo soy un Omega —susurró.

El Alfa le tomó la mano e inhaló extasiado en su muñeca el intenso aroma a disponibilidad y atracción.

"¿Le sigo atrayendo?" —pensó sorprendido el Alfa.

Apartó la nariz de su piel blanca perfumada y miró esa cara pecosa de labios sonrosados y expresión triste. Lo atrajo con fuerza a su cuerpo, rodeando su cintura con un brazo y frotó sus mejillas.

—Te propongo otra cosa —musitó ronco en su oído. El omega se estremeció ante su timbre profundo y se encogió apoyado en su cuerpo—. Finjamos que tú eres mi Omega y yo soy tu Alfa.

Sus cuerpos unidos. El pulso grueso de sus corazones aceleró con tanto brío que retumbaba en la piel del otro. Fenrir giró la cara para verle aletear sus pestañas húmedas con un furioso rubor expandiéndose por sus mejillas, esperando con un nudo en la garganta  su respuesta. El omega aceptó serio con un gesto de barbilla y Fenrir sintió un torbellino de emociones desbordarse por el pecho y enroscarse en su tráquea hasta dificultarle hablar.

—Solo por esta vez —dijo Bill acariciando distraídamente su espalda con la mano.

—Vale, Omega.

Desató su instinto y guardó su mente bajo llave para disfrutar como un alfa copulando con su omega. Contoneó la pelvis contra la suya y depositó su aroma para marcarlo como suyo. Se vió correspondido con esa mejilla pecosa frotándose mimosa en su pecho y depositando el mensaje a pertenencia y reclamo.

Lo aupó del trasero con una mano y con la otra sujetó firme su espalda al tiempo que el omega le rodeaba la cintura con sus piernas y ocultaba el rostro en su cuello. Un rosario de besos y mordisquitos prodigados interrumpidos por esos deliciosos gemidos que sonaban a gloria. Olisqueó su creciente excitación y lo llevó a la pared contigua para arrebatarle el aire con un beso entregado, desesperado y profundamente necesitado; lo necesitaba con urgencia, lo añoraba como al respirar. Una sobrecogedora sensación de dejà vu se abrió paso en la comezón de su pecho y su corazón alteró el ritmo en una punzada dolorosa. A su mente acudía un torrente de imágenes y sensaciones inconexas mientras se devoraban a besos desordenados. Relamió los labios henchidos del omega y atacó de nuevo con su lengua, saboreando su boca jadeante sin dejarle respirar. La picazón de sus encías le alertó y concentró sus esfuerzos por retener los colmillos; pese al deseo más absoluto, estaban jugando a ser lo que no eran. Arrastró la boca por mejillas y cuello, haciendo parada en el mentón con breves mordiscos acompañados de ronroneos que deshicieron al omega en gemidos.

"Solo por esta vez, déjate llevar y no te culpes de lo que sientes" —se convenció el omega.

Replegó el sentimiento de auto rechazo y liberó su imperiosa necesidad de contacto, su urgencia por ser reclamado por ese alfa que atendía sin descanso cada retazo de piel expuesta. La abultada erección frotándose con la suya encendió su excitación y causó un reguero de lubricante que descendió a su entrada, hincó los dedos en su cuello ancho y apoyó la cabeza en la pared, gimiendo con cada lametazo y succión de esa boca chorreante por su cuello.
Su corazón sufrió una arritmia tan dolorosa que le arrancó un quejido, ahogado por otro beso ardiente y apasionado. Un escalofrío recorrió su piel erizada y encogió su cuerpo en un estremecimiento cuando la boca del alfa dió tregua a sus irritados labios para mordisquear su glándula. Su lubricante caló hasta los pantalones cargando el ambiente a feromonas atrayentes de reclamo y cópula. Fenrir gruñó posesivo en respuesta y mordió su cuello, arrancándole un quejido sorpresivo y provocando otra oleada generosa de lubricante que avivó la necesidad de monta. Fenrir se alejó de la glándula y lo depositó en el suelo antes de desvestirlos de cintura para abajo, volviendo a cargarlo entre la pared y sus brazos para que no tocara suelo.

IV En el corazón del lobo (Saga lobo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora