42 - Nuestro infierno

130 15 49
                                    

—No he terminado. —La pareja miró desconcertada al médico—. Señor Greyback, por favor, déjeme hablar a solas con su Omega.

—De eso nada-

—Insisto, le pido amablemente que abandone mi despacho —ordenó con voz firme.

Fenrir aumentó las feromonas beligerantes con un grueso gruñido, que reverberó retenido en su garganta cuando su omega le disuadió con la mirada.

—Alfa, espérame fuera, te lo suplico.

—¡¿Es que tenéis que esconder algo?!

—Luego te lo cuento —insistió impaciente al ver que no claudicaba.

—No hay nada que ocultar, pero lo que tengo que decirle a su omega es confidencial y privado. Y pese a ser su Alfa, usted no tiene derecho sobre su privacidad.

El último gruñido de Fenrir lo soltó saltando de la silla y dando un portazo al salir de la consulta.

Beta y omega suspiraron aliviados, libres de la influencia feromonal aplastante del Alfa.

—Señor Weasley, usted nos dijo en el informe que tomaba anticonceptivos.

—Sí, bueno, ya sé lo que dice mi alfa, pero yo no quiero cachorros, por el momento —añadió rápidamente al ver que el médico fruncía el ceño.

—Entonces es usted quien desea realmente tomar los anticonceptivos.

—Eh… Sí…

—Pues, en ese caso, he de informarle de que usted no está tomando anticonceptivos.

—¡¿Disculpe?! —cuestionó altamente confundido.

—Mi trabajo no es juzgar nada, salvo los resultados. Y según las pruebas de sangre, las hormonales, y las de su actividad ovárica, no hay rastro de los componentes hormonales de las píldoras que toma.

—¡Sí que me los tomo! Mire…

Extrajo a toda prisa el blíster que llevaba en el bolsillo para casos de emergencia y se lo enseñó. El médico lo recogió, observándolo detenidamente.

—Le repito que no estoy poniendo en duda su palabra. Pero… —raspó un poco con la uña levantando una esquina de la lámina metálica— sea cual sea el motivo, no hay presencia de la hormona progestina ni indicios de… —despegó la lámina y estudió los bordes impregnados en adhesivo transparente.

—Dejé de tomarlas para las pruebas, como ustedes me pidieron.

—Eso ya lo tuvimos en cuenta, por eso pedimos pruebas de sangre antes y después de la suspensión. Debería haber algún rastro, y los valores hormonales eran completamente normales para una persona que no se hormona… —Sacó una pastilla y la estudió mientras llamaba por el altavoz de la línea interna pidiendo que viniera alguien del laboratorio—. ¿Dónde las compra?

—En la farmacia de la calle Braxton, es la que tenemos más cerca y a mi alfa le viene de camino cuando llega a casa.

—¿No las compra usted?

—No, mi alfa, aunque el último blíster lo compré yo.

—¿Cuánto hace de eso?

—Hace nada, ni siquiera lo he estrenado.

IV En el corazón del lobo (Saga lobo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora