67 - Pide tres deseos

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Ellos no lo percibían así

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Ellos no lo percibían así. Vivían el momento y solventaban cada problema sin cuestionarse nada. Sin embargo, con cada obstáculo que se presentaba para entorpecer el camino hacia su preciada felicidad, aparecía la solución y sus deseos se materializaban más rápido que un chasquido de dedos.

Si deseaban que Bill y Louis se recuperasen rápido, entonces…

—¡Omega! —exclamó bajito para no despertar a Dominique—. Mi sangre está funcionando.

Varios besos de celebración y un brazo pasado por los hombros de su omega para consolarlo del perpetuo llanto. Ansiaban conocer y sostener a su cachorro en brazos, y ahora que la transfusión había hecho efecto, un pelirrojo de barriga hinchada, gotero y puntos retirados, empezó a caminar por su propio pie, ejercitando para visitar la UCIN.

*

El siguiente deseo de la pareja consistía en reunir a los cinco en el mismo espacio, aunque tuvieran un cristal de por medio.

—Gracias por darme el turno a mí —agradeció el omega frotando sus mejillas.

—Tus necesidades van antes.

—Procura no olvidarte de las tuyas, también eres padre y tienes las mismas necesidades que yo.

Fenrir agachó la mirada vidriosa, recibiendo de su omega otro beso cargado de amor mientras acunaba sobre su amplio y caliente pecho los cuerpecitos de sus crías. Fueron juntos a UCIN, Fenrir se situó tras el cristal para presentarles a Dominique y Victoria a su hermanito y Bill entró en la sala con los nervios a flor de piel, rompiendo a llorar a lágrima viva cuando una enfermera sacó a su cachorro de la incubadora.

—La sangre del padre Alfa ha funcionado. Su saturación de oxígeno y el recuento de glóbulos rojos es espléndido —comenzó a explicarle la doctora de guardia al omega—. Estamos muy sorprendidos porque el peque ha subido de peso muy rápido, la ictericia está menguando y la anemia resuelta; y todo en siete horas desde que nació.

El pelirrojo sonrió entre lágrimas y se sentó con cuidado en el sillón de lactancia descubriendo su pecho. A continuación alzó los brazos temblorosos demandando sostener a su cría; la más pequeñita, de pelusa rubia, piel ligeramente amarillenta y con gotero puesto. Una bolita encogida que se removió quejicosa al captar el olor y el calor corporal de su padre. Bill lo envolvió con amor y restregó la nariz congestionada en su cabecita para marcarlo con sus feromonas y reconocer el aroma de su cachorro.

—Si sigue a este paso, nos encontraremos con el primer neonato que sale de la UCIN en tiempo récord.

No es que ignorase lo que le contaba la doctora, es que solo tenía ojos para detallar los rasgos diminutos de su hijo; los oídos dedicados a escuchar sus gimoteos agudos mientras boqueaba en busca de pecho, su cuerpo enteramente dedicado a darle cobijo y calor.

—Saldremos de aquí cuanto antes…

Para Bill era una idea que se le había incrustado entre ceja y ceja; para la diosa Selene, el último deseo por cumplir antes de permitirle a la pareja recorrer el camino de sus vidas en común, ajenos a su intervención divina.

IV En el corazón del lobo (Saga lobo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora