46 - Mi condena

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Despiertos cada uno en su cama, y en medio de ambos un silencio abismal

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Despiertos cada uno en su cama, y en medio de ambos un silencio abismal. La mordida había desaparecido en un pestañeo, tan súbitamente, que incluso el omega se indignó por la facilidad con la que su cuerpo lo había rechazado. Las pruebas no arrojaron explicación alguna, excepto la rotura traumática del vínculo.

En ese momento, Alfa y Omega miraban la televisión en un mutismo antinatural.

—Lo he hecho por tu bien —habló Fenrir después de todo un día.

—Lo has hecho porque me odias y no me perdonas.

—No te odio, y no hay nada que perdonar. He conseguido rechazarte, como tú querías…

—No has sido capaz de rechazar a nadie, excepto a mí.

Le dio la espalda ocultando su lamento. Nunca imaginó que recibir el rechazo de su alfa le supiera tan amargo, tampoco que el hueco de su corazón fuera de una inmensidad vertiginosa y sus latidos extremadamente solitarios y débiles. El vacío interior le daba pavor y se sentía huérfano, desamparado y abandonado. Se tocó la inexistente marca, echándola en falta, como quien necesita el oxígeno.

—¿Y eso no te dice nada?

—Me-me… Olvídalo. —Se limpió las lágrimas y sorbió por la nariz el sofoco del llanto y la celopausia—.  No-no te oigo, no te siento dentro de mí; no sé cómo estás realmente o lo que te pasa, me desconcierta el no saber. Me veo como un-un ciego a la deriva en medio de un mar picado, desarmado y solo. 

—Encontrarás a alguien que te haga feliz de verdad, es cuestión de tiempo.

Bill giró el rostro y le observó contrariado. —Ya que estás, podrías darme la paliza que me negaste —espetó dolido.

—No me hará falta pegarte para darte lo que quieres.

—¿Qué?

Se incorporó de la cama, dispuesto a bajarse y hablar cara a cara con él, pero el sonido de dos toques en la puerta atrajo su atención.

—Buenos días, con permiso.

Un Alfa de mediana edad y una beta de apariencia mayor, entraron en la habitación acercándose a Fenrir. El alfa le sonaba muchísimo a Bill, aunque no lo conseguía ubicar.

—Buenas tardes, somos el agente Lupin y la agente McGonagall.

—¿Ha dicho Lupin? —interrogó el pelirrojo—. ¿Usted no es el psicólogo de mi hermano Ronald?

El alfa sonrió afable, dirigiéndose al omega cuando le respondió. —Habla de mi hermano gemelo Remus, él es un psicólogo beta. Yo soy Romulus, agente alfa de la policía.

—¿Policía? —Se encogió de miedo pensando que su Alfa lo había delatado.

La agente McGonagall se situó a su lado con una sonrisa cálida y entrelazó sus manos afectuosamente, transmitiendo mediante el contacto feromonas relajantes.

IV En el corazón del lobo (Saga lobo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora