Capitulo 12

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CAPITULO 12

GREGOR

Todo mi cuerpo arde, las heridas mal curadas de todas las torturas me provocan muecas con cada respiración y apenas me he logrado mantener consciente el tiempo suficiente para que el maldito pervertido que quiere jugar conmigo me deje en paz.

Ya no estoy amarrado a la silla, pero mis fuerzas son nulas para poder levantarme y salir de aquí, ellos lo saben y por eso me dejaron tirado en el suelo de este asqueroso lugar, dándome unos minutos conmigo mismo para descansar de sus torturas y, como ellos quieren, darme por vencido. Pero eso es algo que nunca voy a hacer.

No sé cuánto tiempo tengo en este lugar ni cuánta sangre mía y de ellos hay en el suelo, pero se me ha hecho una eternidad entre soportar el dolor de sus diferentes maltratos y golpearlos lo suficientemente fuerte como para hacerlo escupir sangre en el suelo.

Hace rato me apalearon los cuatro por romperle la mandíbula a uno de ellos de un golpe justo después de recibir los latigazos mientras me piden que me rinda. Todos me patearon y golpearon con todo lo que tenían a la mano y estoy seguro que terminé con más de una costilla rota, la sangre que escupo cada ciertos segundos me indica que no estoy bien internamente, eso no es nada bueno.

Lo que me mantiene en pie es lograr irme de aquí para salvar a mis chicas, para decirles a mis padres que estoy bien, que no he muerto y para decirle a Gabriela que ya no es la única hija de puta en la familia. De todo esto estoy aprendiendo a perder cualquier vestigio de empatía con aquellos que no me interesan, justo como lo hace mi hermana.

Escucho más allá de la puerta pasos apresurados, eso me obliga a levantarme del suelo mientras me trago el dolor y los gruñidos de protesta. El único de los malnacidos que viene aquí corriendo es el que quiere joderme y no le voy a dar el gusto de verme débil.

— Estás despierto, Gregie. — saluda el malnacido.

Cabello negro y ojos negros, argollas en las orejas. Así es como me los he ido memorizando uno a uno, para cuando llegue el momento de matarlos lo haga con la tortura que ellos me hicieron. Porque sí, voy a matarlos a todos, no me importa joderme de por vida al cargar con sus vidas en mis manos, pero de esta mierda no me voy sin cortar sus cabezas.

— No te voy a dar el gusto. — respondo con voz ronca.

He perdido la voz por todos los gritos que suelto cuando me cortan con los cuchillos la espalda. Los látigos en el pecho se han vuelto llevaderos, pero los malditos cuchillos calientes me hacen ver el infierno.

— Nos divertiríamos tanto. — suspira, acercándose paso a paso hasta donde estoy. Yo me arrastro lejos, dejando gran parte de mi peso en la pared mientras mantengo la posición de defensa — ¿Acaso no te divierte jugar conmigo?

— No.

Su tortura me da más migraña que la que me provocó mi padre en la primaria, y eso es porque no deja de joder con el puto martillo en mis pies y manos para que le dé lo que quiere: mis gritos de dolor.

Cuando salga de aquí ya no voy a saber lo que es el dolor, estos malnacidos me los han quitado todos con cada hora que pasan encerrados uno a uno conmigo.

— Lástima que a mí me gustan más cuando se resisten. — sonríe, lanzándose sobre mí.

Me despego de la pared, listo para patearlo en las bolas como cada vez que intenta llegar a mí, pero unos disparos afuera lo detienen abruptamente a dos pasos de mí, haciéndolo mirar a la puerta con sorpresa.

Yo no me quedo para saber lo que se escuchó afuera, me abalanzo sobre él, rodeando su cuello con mis brazos, haciéndonos caer a ambos al suelo con sus gruñidos intentando liberarse y los míos al sentir mis huesos crujir por el golpe.

Enamorada del CEO ImbécilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora