Capitulo 68

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CAPITULO 68

SAMANTHA

-Seis días atrás-

Una mujer sale de la cerca de al lado, alzando una de las armas de los muertos con confianza, disparando a algunos rusos mientras yo lo hago con otros, cubriéndonos con algunos pedazos de pared y de cerca, mientras recargamos el arma al mismo tiempo.

Arremeto de nuevo contra ellos, dando un tiro certero en su cabeza, y ella le da en el cuello, maldiciendo por lo bajo su puntería, aunque no crea que en realidad si ayuda al derribarlos de esa forma en estas circunstancias de mierda.

Veo que no dejan de venir por la parte trasera de la casa, no deben tardar en girar y si nos rodean estamos perdidas. No sé cuántos activos trajo Steve para acabar conmigo o si me considero lo suficientemente peligrosa para prevenirlo.

— La granada. — me dice la mujer a mi lado, señalando las bolas metálicas en el traje táctico del ruso muerto junto a mí.

No tengo nada más que perder ahora. Pienso, hastiada, tomando una de esas bolas, arrojando el objeto sobre mi cabeza con fuerza. Escuchando a los soldados gritar la advertencia antes que el suelo vibrara a mis espaldas, aturdiendo mis oídos por unos momentos.

Salgo de mi escondite, desorientada, apuntando a los dos rusos que se lograron ocultar de la explosión, aprovechando el momento de descanso de esa explosión.

Estoy demasiado mareada.

Trato de sostener mi arma sobre mi rostro, pero mis dedos se deslizan en las de una ocasión por el mareo. Ellos levantan las suyas, pero la mujer se coloca frente a mí con su arma en alto, accionándola sin dudar.

Logro derribar a los rusos que tengo en frente con la ayuda de la mujer oculta en la cerca junto a mi casa, cayendo de rodillas en el suelo con un suspiro de cansancio.

Estoy perdiendo demasiado sangre.

— Ven, Samantha. — me jala la mujer, pasando mi cuerpo por el hueco en la cerca de su lado, haciéndome gemir de dolor con los ojos cerrados.

— ¿Quién eres? — pregunto con voz ronca, parpadeando varias veces, mareada.

— Una amiga de Margery. — explica en voz baja, arrastrándome hasta la entrada del sótano de la casa de al lado donde dos personas me reciben con un gruñido — Está herida. — les dice con la respiración acelerada.

Los sujetos me sostienen con cuidado en sus brazos, ella me quita las armas en mis bolsillos con rapidez, revisando los cargadores como si fuera una experta. Mirándolos con el ceño fruncido antes de correr de regreso a mí casa, de regreso al caos con los rusos.

— No. — jadeo, estirando una mano hacia ella.

Cierran la puerta con un ruido sordo, encendiendo una lámpara en la oscuridad de la escalera del sótano. Llevándome con cuidado hasta la habitación cubierta de lámparas de gas y con las ventanas cubiertas de cortinas para que no noten la luz en el lugar.

Muchos rostros los reconozco del instituto. Son alumnos de mi antigua escuela.

— Súbela a la camilla, ahora. — ordena la antigua enfermera de la escuela, recogiendo las mangas de su suéter con el ceño fruncido.

Los chicos me dejan en donde ordenó, dejándome detallarlos con lentitud, notando la chaqueta del equipo de fútbol y los rostros familiares de los chicos populares de nuestra escuela. Mirándome con preocupación mientras la enfermera me baja los pantalones tácticos para ver la herida en mi pierna.

Veo a mi alrededor, notando uno a uno, todos los rostros de los chicos de mi año y otros menores que no veía desde que llegué a esta ciudad hace cuatro meses. Todos los daban por perdidos, incluso muertos luego de la toma de la ciudad.

Enamorada del CEO ImbécilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora