Capítulo 52

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Cuando entramos a casa, agotadas hasta la médula, el árbol de Navidad con todos sus foquitos de color nos dio la bienvenida alumbrándonos.

Papá estaba cerca de las escaleras. Parecía que se acababa de despertar. Me conmovió que se levantara para recibirnos.

—¿Cómo les fue? —murmuró con sueño cuando pasamos a su lado para subir al segundo piso.

—De locos —contestó mi mamá.

Era inútil contarle lo que pasó, porque yo no lucía como alguien que vivió lo que viví. "Si realmente es un sheda ¿por qué no te ves mal?" pensaría si se lo relatara. Decidí que era mejor quedarme callada.

Ellos se dirigieron a su cuarto. Mi mamá antes de cerrar la puerta me volvió a abrazar.

—¿Quieres que durmamos juntas? —me preguntó tan bajito que apenas la escuché.

—Estoy bien, gracias. Descansa. —Le regalé mi más cariñosa mirada, como si mis ojos pudieran hacerle ver todo lo que sentía por ella. Pero, antes de que se metiera en su cuarto la sostuve y le pregunté—: ¿Tú quieres que durmamos juntas?

Mi consciencia me removió, quizá no me lo preguntó porque creyera que yo la necesitaba. Tal vez ella era quien me necesitaba a mí.

—Si tú no quieres, no.

Hice una mueca y se la puse más fácil.

—Quiero dormir contigo.

Se lo pensó unos segundos y accedió.

—Voy a ponerme la pijama —dijo.

Entré a mi habitación. Mis ojos se cerraban de cansancio y encendí la luz de mi teléfono para alumbrar sin usar el foco del cuarto. Al principio no lo vi porque lo primero que hice fue ir al baño, pero cuando salí y observé mi cuarto noté dos cosas.

El suelo estaba lleno de vómito de Leta.

Y sobre mi cama había un libro.

Mi estómago hirvió de rabia cuando me acerqué y reconocí el título y aquellas marcas en la tapa que lo convertían en mío.

Sostuve el libro, y observé mi librero. La luz de mi teléfono apenas me permitió leer el título en el librero, pero ahí estaba. El mismo libro que sostenía en mis manos. No creí que lo volviera a ver.

—Tendrás dos libros, me dijiste —gruñí al aire—. Maldito seas, desgraciado.

Solté el libro sobre mi escritorio como si me quemara. Me recorrió un escalofrío por lo que le pudo haber hecho a Leta y comencé a buscarla por todo mi cuarto, en cada rincón. Bajé esperando encontrarla en la cocina, después fui a la sala, incluso salí al jardín.

Cuando subí de vuelta mi mamá ya traía puesto la pijama, y tras ponerla al corriente de lo que pasó, la buscamos juntas. Ella entró a su habitación intentando encontrarla, y yo incluso me metí al de Kanya.

Leta no estaba.

Mi corazón no dejaba de palpitar alterado.

—Por favor, Jabér —supliqué entre susurros, incapaz de tragarme el nudo en mi garganta.

Seguí buscando por lugares donde ya me había asomado, sin esperar encontrarla. ¿Se habría escapado?

Me dieron náuseas, y abrí por enésima vez mi clóset.

Entonces la vi muy al fondo entre mi ropa doblada, hecha un ovillo.

Saqué el aire aliviada, y la cargué entre mis brazos. Ronroneó inmediatamente a mi tacto.

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora