14. Bad Blood

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—¿Vives hace mucho tiempo sola? —me preguntó Aaron con una sonrisa. Acto seguido, sorbió su agua.

Me había llevado a un restaurante, uno muy lujoso. No había podido vestirme demasiado bien debido a que toda mi ropa estaba dentro de mi apartamento.

—Desde hace un año. A los dieciocho me independice.

—Vaya, qué valor. Yo me independicé a los veinte.

—Espera, espera, espera. ¿Cuántos años tienes? —pregunté.

—Soltó una risa —Veintidós.

—Ah, vale. Ya me imaginaba que tenías cincuenta años —bromeé.

Aaron se rió junto a mi, divertido.

—Y dime, ¿cómo es esa relación con tu "supuesto novio"?

Elliot...

—Me reí —Bueno, es un poco celoso... Pero aún no somos nada.

—¿«Aún»? ¿eso significa que todavía estás libre?

—Digamos que sí.

—Pero basta de mi —continué —, hablemos de ti. ¿Has tenido alguna novia?

—Una sola. Estaba totalmente loca.

ALERTA ROJA.

Es una mala señal si hablan así de sus exnovias.

No dije nada.

—Era un poco... tóxica —continuó.

Rodee los ojos.

—Odio a las personas tóxicas.

—Fue una lección de vida. ¿Tú eres tóxica?

—Solté una risa —Para nada. ¿Tú?

Nah, tóxico no es la palabra que yo usaría, más bien...

—¿Celoso? —completé por él.

—¡Exacto! aunque casi nada, pero tengo mis momentos.

—Sonreí —Entiendo. Yo también. Supongo que todos los tenemos.

Hablamos dos horas seguidas, terminamos de conocernos y, sorprendentemente, nos llevamos mejor de lo que creí.

Al terminar de comer, emprendimos el viaje hacia su hogar. Aaron tenía un coche algo viejo, nada comparado al de Elliot, de todas formas, eso era lo de menos.

Fue un viaje un poco largo, veinte minutos o media hora, aproximadamente. En el camino, continuamos hablando. Hasta llegamos a sujetarnos las manos durante un ratito.

Al llegar, su casa daba vibras algo... extrañas. Decidí no tomarle importancia.

—¿Has estado por esta parte de la ciudad? —me preguntó mientras se quitaba el abrigo. Su casa estaba muy alejada de la mía.

—No, nunca. Aunque es una zona algo linda —mentí. Era una zona bastante rara.

—De noche no tanto —soltó una risa.

Allí me sentía algo... incómoda, lo admito.

—¿Te quieres sentar? siéntete cómo en casa.

—Sonreí —Vale, gracias.

Me senté en un sofá no muy cómodo que digamos. Allí hacía frío, lo único que me abrigaba era un jersey.

—¿No tienes calor? —preguntó.

—Reí algo nerviosa —Hace frío.

—Sonrió —Podemos entrar en calor, si quieres.

10 reglas para no enamorarme de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora